Ya hace tiempo que vivimos en una situación de emergencia, en la que las políticas públicas, y demasiadas veces también las acciones particulares, se centran en resolver situaciones inmediatas y enderezar el rumbo como buenamente podemos. Estados, regiones y ciudades parecen capear un temporal de aires inevitables con los que se hace necesario aprender a convivir. Los flujos financieros, el cambio climático, la globalización, las nueves corrientes ideológicas o las ya no tan nuevas tecnologías se discuten como variables dadas. Son así, así que mejor adaptarnos.
Como explica maravillosamente Marina Garcés en su Nueva Ilustración Radical (2017), en lugar de preguntarnos “¿hacia dónde?”, la pregunta que nos hacemos hoy es “¿hasta cuándo?”. Hasta cuándo podremos aguantar nosotros en este planeta o hasta cuándo podrá aguantar este planeta con nosotros dentro.
En ese escenario en el que se ha dado muerto al futuro las voces que reclaman la agencia de las personas y la posibilidad de los colectivos, instituciones y gobiernos de marcar la dirección hacia donde nos dirigimos son imprescindibles.
Labora (el antiguo Servef de la Generalitat Valenciana) capitaneado por Enric Nomdedéu al que acompaña el economista Joan Sanchis como asesor, después de organizar el congreso internacional Esperant els Robots el año pasado y estudiar la posibilidad de la nada descabellada jornada laboral de cuatro días, ha planteado tres sesiones abiertas, el 22 de septiembre en València, el 29 de setiembre en Alacant y el 6 de octubre en Castelló para treletransportarnos al futuro del trabajo. Una serie de interesantes ponentes y la discusión abierta con los ciudadanos informará las políticas futura de uno de los organismos más importantes del autogobierno, más allá de la gestión de las prestaciones de desempleo.
El mundo del trabajo, central —posiblemente demasiado central— en nuestras vidas, es uno de esos ejemplos de lo que comentaba al principio, unas arenas movedizas en las que solo podemos desear no hundirnos. Se habla de respuestas a corto plazo, de subsidios a ajustes en la formación, pero poco del horizonte a largo, cómo queremos de verdad vivir en el futuro.
Aquí ya expliqué los beneficios de una jornada laboral de 4 días para contrarrestar la polarización en el trabajo, la precariedad, la desigualdad de género, el estancamiento de la productividad, la amenaza de la automatización y el aumento de la contaminación. Esa apuesta radical y pragmática (como la definen desde autonomy.uk, el think tank de referencia sobre este tema) se debe discutir con el optimismo crítico de la utopías posibles.
Pero la discusión debería ir mucho más allá al incluir las dimensiones medioambientales, territoriales, sociales y culturales del trabajo que en esencia definen como vivimos. Estoy deseando que abramos ese melón.