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'Lamentaciones de un prepucio': cuando no puedes dejar de creer en tu peor enemigo

La fe puede ser un camino complejo, especialmente cuando como a Shalom Auslander, autor de estas memorias, el temor a Dios te acompaña incluso a pesar de tu voluntad de deshacerte de Él

13/06/2016 - 

“Cuando era niño, mis padres y maestros me hablaban de un hombre muy fuerte. Me contaban que podía destruir el mundo. Me contaban que podía levantar montañas. Me contaban que podía abrir el mar. Era importante tener contento a ese hombre. Cuando hacíamos lo que el hombre había ordenado, el hombre estaba contento con nosotros. Estaba tan contento que mataba a todo aquel que nos era hostil. Pero cuando no hacíamos lo que nos ordenaba, entonces no estaba contento con nosotros. Nos odiaba. Había días en que nos odiaba tanto que nos mataba; otros días dejaba que fueran los demás quienes nos mataran. A esos días los llamábamos «festivos»”. Shalom Auslander (Nueva York,1970) fue criado en una familia judía ultraortodoxa. Allí aprendió que su vida -y la de sus seres queridos- dependían del humor de un ser sobrenatural a quien la más leve desviación de la norma ponía furioso hasta niveles homicidas. Aquel ser era su padre, su creador, pero podía convertirse en su verdugo en cualquier momento. Muchos de sus antepasados del pueblo elegido lo habían comprobado en sus propias carnes, según las escrituras.

El dios de los judíos no era esa divinidad benévola de los cristianos que perdonaba sin ton ni son, no. A el Pronto a la Cólera no le servía un arrepentimiento in extremis al yacer tumbado en la cama de un hospital tras una vida de excesos como beber leche después de comer carne o pronunciar una bendición ante un varón de nueves años que enseña los genitales (tres años si se trata de una hembra). El Que Sabe Juzgar se toma las infracciones muy a pecho, por tanto, el buen judío ultraortodoxo debe vivir en base a una férrea disciplina. Las cosas son así, y punto. El niño Auslander creció en el temor a la ira vengativa de Adonai y el adulto Auslander no pudo desprenderse de esa sensación de estar a punto de ser víctima de una horrible calamidad. En todo momento sabe que está siendo vigilado en tiempo real por El Que Nunca Debe Decirse y toda una corte de ángeles chivatos especialistas en un sinfín de castigos irónicos. Como advertía una canción de guardería: Dios está aquí / Dios está allí / ¡Dios está en verdad en todas partes!

El irreverente Shalom Auslander, quien lleva tratando de exorcizar su pasado mediante la escritura desde su libro de relatos Beware of God: Stories -apréciese el parecido de 'God' con 'dog' e imagínese cómo puede tomarse un juego de palabras así uno de los rabinos de su infancia-, considera haber sufrido “abuso teológico”, haber sido “espiritualmente magreado” o “religiosamente toqueteado” por una educación en la fe que lo ha dejado aterrorizado de por vida, preocupado constantemente por si un desliz con una chocolatina no kosher no hará que el Guardián de los Mundos, en un arrebato de rencor, haga que alguno de sus dos hijos (o ambos, si la chocolatina es especialmente pecaminosa) tenga un horrible accidente o sea fulminado por el Ángel Exterminador encarnado en una forma de enfermedad de tropical virulenta e incurable.

Así no hay quien pueda respirar tranquilo. De esta manía persecutoria en la que vive nos habla en Lamentaciones de un prepucio, un libro esencial del catálogo de Blackie Books que lleva ya seis años cosechando elogios y vendiendo ejemplares sin parar para consternación de Él, quien seguro que ya tiene preparado un castigo para el autor de la obra proporcional al éxito de la misma. No es para menos: no es demasiado frecuente encontrar un texto tan mordaz y afilado referido a una religión con la piel tan fina como la de Auslander, quien tampoco se deja fuera de la historia, por ejemplo, a Israel. Página a página somos testigos de cómo este talmid chuchum -alumno inteligente- trata de compaginar su aprendizaje en la Yeshivá con el calendario de su desarrollo hormonal, que le impulsa a cometer actos perversos que sin duda le condenarán: “Bajé la mirada hacia la semilla que había derramado sobre mi vientre y quise llorar […] Desde su privilegiada posición en la pared que había delante de la entrada del dormitorio, mis descoloridos antepasados en blanco y negro me miraban ceñudos, asqueados y decepcionados. -¿Para esto, refunfuñaron, morimos en el Holocausto?”.

Auslander cree, para su desgracia. No habría nada que le gustase más que poder dejar de creer, aunque probablemente, muchos de sus lectores más críticos puedan no verlo así. Sin embargo, él mismo se encarga de explicarlo: “La gente que me crió dirá que no soy religioso. Se equivocan. Lo que no soy es practicante. Pero soy religioso de una manera agobiante, incurable, miserable, y últimamente he observado, perplejo y consternado, que por todo el mundo hay cada vez más gente que parece estar encontrando Dioses, cada uno de ellos con más odio y más sediento de sangre que el anterior, mientras yo hago todo lo que puedo por perder el mío. Y fracaso miserablemente”. A Blackie Books le encantan las biografías atípicas. Tanto estas Lamentaciones de un prepucio como la aclamadísima también Instrumental de James Rhodes, han demostrado que este género, planteado desde una perspectiva distinta a la habitual -hablamos en ambos casos de las memorias de dos hombres que no superan los cincuenta años- es capaz de agotar ediciones y de cautivar a un público poco habituado a él.

Además de hacernos reír en multitud de ocasiones ante las situaciones delirantes o grotescas que se derivan del conflicto existencial-espiritual del protagonista, estas crónicas de una constante crisis de fe nos llevan a contemplar desde una posición privilegiada las costuras de las instituciones basadas en el creer, las cuales son muchas veces por definición poco permeables a los cambios que ha experimentado el mundo -y con él las personas- a lo largo de los miles de años que llevan en funcionamiento. Por eso Auslander le dijo y le sigue diciendo a Dios en repetidas ocasiones: “Que Te Den”. A lo que Él, impasible, siempre contesta: “No. Que te den a ti”.

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