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Lara Moreno: “Cómo tratamos la migración y la vivienda nos muestra nuestras carencias como sociedad”

En 'La Ciudad', la autora plantea tres historias de violencia que radiografían el machismo, el racismo y el clasismo de hoy en día

29/11/2022 - 

VALÈNCIA. Lara Moreno observa qué pasaría si las paredes de un edificio de viviendas de Madrid hablaran. Tres mujeres cuyas vidas no tienen un punto de encuentro si lo tienen en la mente del lector: todas sufren el catálogo de violencias que el sistema permite y la ciudad amplifica. Machismo, racismo, clasismo. Cada una, por separado, tienen que lidiar con la amenaza, con el miedo, con la incertidumbre. Cada una vive en la cárcel que puede ser, cuando no hay redes de atención y cuidado (o incluso cuando las hay), una ciudad contemporánea para la ciudad.

La ciudad, la nueva novela de Moreno, también es una novela que puede presumir de prosa inteligente, y de ser ágil a la vez que no querer ser ligera. Dice la onubense que es la culminación de ir afilando su lenguaje poco a poco. También que ojalá le preguntaran más sobre ello y menos sobre otros temas, que también están en el libro, y que azuzan —por desgracia— los titulares del día a día. La autora, que presentó el libro la semana pasada, habla para Culturplaza.

- [Era 25-N, también el día después de los insultos machistas de Vox a Irene Montero] Qué ambiente más enrarecido para hablar de tu novela en particular, pero de violencia contra las mujeres en general. No solo por el día que es, sino por lo que está sucediendo.
- Es que claro, ¿dónde empieza el enrarecimiento? Te lo pregunto porque el ambiente está enrarecido contra el Ministerio de Igualdad todo el día. Si te refieres a la ley de libertad sexual, es la ley más importante que se ha hecho respecto de este tema nunca; así que, a grandes avances, grandes reacciones. Yo simplemente espero que todo se solucione lo antes posible porque lo importante de aquí es la ley, y los derechos que protege y que hasta ahora no se protegían, y que se ponga el consentimiento en el centro —es que, hasta la palabra consentimiento tenemos que aclarar. Y luego, los insultos a esta mujer… Pues yo solo sé que todo forma parte de la misma jauría. ¿Qué vamos a hacer si vivimos en un país de bárbaros?

- Para hablar de la violencia, del amor, o de otros grandes temas, pues hay quien le basta con una única historia. ¿Por qué decides fragmentar esta radiografía de la violencia machista en tres historias diferentes?
- Mi idea no era fragmentar la violencia machista, sino hacer una especie de panegírico de nuestra estructura social y de cómo se vive y cuál es el paisaje humano que tenemos en las ciudades. No pensaba en un principio hablar de maltrato, siquiera. Posiblemente, si no hubiera decidido, impulsivamente, escribir la historia de Max y de Oliva, si esa no fuera historia de maltrato, igualmente las demás protagonistas, e incluso ella, puntualmente sufrirían violencia de género; porque es imposible no sufrirla en una sociedad que está construida sobre una profunda desigualdad. Pero, a lo mejor, habríamos estado hablando de otro tipo de violencias como la laboral, la económica o el racismo. No es que necesitara las tres historias para hablar de un tema, pero al final han sumado el totum revolutum de las violencias machistas.

- El acercamiento a cada una de estas historias como autora habrá sido diferente, por la propia distancia que tú tendrás, también a nivel personal, con cada una de ellas.
- Claro, con Olivia no he tenido que investigar nada, con Damaris en realidad, mi trabajo fue documentarme bien sobre el terremoto de Armenia (Colombia), a partir del cual el personaje se viene a Madrid. Me documenté y decidí que fuera la razón última de ese personaje. A la vez, su personaje es el que menos he observado en la sociedad: quería alguien sosegada, que no tuviera unos conflictos gigantescos más allá de los importante de estar viviendo a miles de kilómetros de su familia, de estar sirviendo en casa de otra personas. Pero poco a poco, contando su cotidianidad y las necesidades que pudiera tener me voy dando cuenta de la tremenda cárcel a la que le sometemos como sociedad. 

Y con Horía todo fue diferente: mucha documentación, mucho leer en prensa… La intrahistoria de este personaje es que yo sí había decidido que quería que un personaje fuera marroquí (con bastante osadía por mi parte porque he tenido cierta relación con el país pero aún así era un abismo y me daba mucho apuro). Me había inventado otra historia para ella, pero un día con Aroa Moreno, una escritora amiga, y Jairo Vargas, un periodista que estaba haciendo precisamente un reportaje obre las temporeras de Huelva, hablábamos de la situación y de repente nos miramos los tres y estaba claro que Horía debía ser temporera. Pensé: “vale, pero ahora toca investigar mucho”.

- La violencia machista es la más evidente de las que señalas en la novela, pero despliegas otras muchas que se amplifican en la ciudad. Háblame de ellas.
- Madrid puede ser simbólica para representar todo esto porque todo es más radical en una ciudad grande y muy poblada, pero creo que es la estructura de nuestra sociedad sin más. La primera es la violencia de género, luego yo diría que estaría clasismo, y luego el racismo. Esos son los tres males de los que adolecen nuestras sociedades en el mundo entero. Entonces claro, a partir de ahí, todo lo que se cruce en cada historia: las relaciones laborales pueden llegar a la casi esclavitud, por ejemplo. Leía el otro día que empieza a ser un privilegio tener la seguridad de que te mantendrás como precaria. Las historias de Horía y Damaris, por ejemplo, van mucho más allá de la precariedad. El problema de la vivienda en Madrid también atraviesa las tres historias. Para analizar las carencias humanas que tenemos como sociedad, podemos ver cómo se trata la migración y la vivienda. En esas dos cuestiones está todo.

Foto: JAIRO VARGAS

- Hay cierta brocha gorda a la hora de hablar del futuro o la realidad que dibuja cada autor en su obra. Se habla de que se es cruel si no salva a sus personajes, o que dibujar una realidad paralizante tiene el efecto de paralizar al lector. ¿Qué te han dicho de no haber dejado una ventana abierta a la esperanza en algunas de tus historias?
- Para mí el libro está cerradísimo y creo que el lector puede imaginarse los siguientes meses sin que yo le cuente nada más. Que no lo haya escrito no significa que yo no haya cerrado la puerta a cada una de estas historias. La esperanza en mi libro, realmente, solo la tiene Oliva, que consigue cerrar la puerta.

Una amiga me llamó cuando se terminó el libro. Se había enfadado muchísimo conmigo por el final porque le había hecho. Se había tirado toda la noche echando pestes, pero por la mañana se levantó y entendió que no podía ser de otra manera. Para mí no hay ninguna dicotomía porque yo no soy ni cruel ni compasiva con mis personajes., Puedo ser cruel o compasiva con las personas que tengo a mi alrededor, pero con mi personajes no establezco ese tipo de relaciones. Yo estoy contando con personajes que están llenos de realidad, y las realidades que cuento son perfectamente posibles, o directamente muy comunes. 

Yo la esperanza la tengo en la vida. He escrito el libro desde un punto de vista lo más realista posible, y haciéndolo con belleza. Me he empeñado en dar luz desde la belleza que tiene el libro, a pesar de todo el dolor que hay en él. Pero no hay una moraleja ni nada, así que lo de la esperanza, cada cual que se apañe con los suyo. 

- ¡Qué gustazo la agilidad con la que se lee La Ciudad a pesar de ver que está cargado de metáforas, de recursos! ¿Cómo has depurado tu forma para llegar hasta aquí?
- Ha sido mucho empeño. Yo tengo un estilo ya definido, una manera de escribir que viene desde hace muchísimo tiempo y en el que mi único cometido, a lo largo de los años, es depurarla cada vez más sin perder mi esencia. El ritmo, por ejemplo, siempre ha sido muy importante en mi escritura, tanto en poesía como en prosa. De hecho, escribo muy de un tirón, y luego lo que hago es quitar lo que me parece que sobra. No reescribo nunca. A esta novela le he quité 25 páginas de Word, pero no borrando un capítulo entero, sino quitando palabras. Es una poda que me resulta muy fácil porque, en realidad, yo escribo de forma muy torrencial, y escribo tres imágenes y luego solamente tengo que elegir con cuál me quedo. 

Cada vez le doy más importancia a lo que estoy contando, cada vez quiero ser lo más clara posible con lo que estoy diciendo, posiblemente porque cada vez tengo más claro lo que tengo que decir (esto es lo que pasa cuando se cumplen años, creo). Así que cada vez para mí es cada vez más importante el fondo que la forma.

Mi estilo particular, que no es transparente ni tampoco frío, intento que acompañe a la historia lo máximo posible en cada momento. Y aprovechar esa capacidad de estilística: sí hay una discusión, un momento extenso, pues entonces fraseo, quito puntuación. Que el lenguaje sea reflejo totalmente de lo que está ocurriendo. Me ha costado años.

- ¿Que es la metáfora en tu prosa? ¿Una huída, una sugerencia, una ventana?
- Puede ser todo eso que estás diciendo puede ser. Una metáfora es dar un significado nuevo contraponiendo realidades que aparentemente no deberían estar juntas. Así que lo primero que tiene que haber es un extrañamiento. Para mí ese extrañamiento no está ni cerrado ni dirigido. Yo, como escritora, estoy manchando mi camino con diferentes extrañezas que el lector puede ir recogiendo según quiera, dejando una puerta abierta a la interpretación.

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