VALÈNCIA. Dicen que la experiencia es un grado y si alguien lo duda, necesita urgentemente ver Las chicas de oro. Más de treinta y cinco años después de su estreno, las cuatro mujeres que protagonizaban esta sitcom se mantienen como referente cultural incluso en una época en la que la juventud se ha convertido en un valor todopoderoso. Puede que en su momento no resultase tan evidente, pero Blanche Deveraux, Dorothy Zbornak, Rose Nylund y la anciana Sophia Petrillo rompieron muchos esquemas en una serie bendecida por un humor audaz y por unas interpretaciones memorables que valieron a sus actrices varios Emmys.
Las chicas de oro hablaba sobre la amistad y ahora también diríamos que era una escuela de sororidad donde tres mujeres maduras y una anciana resolvían conflictos alrededor de la menopausia, el divorcio, los hijos, la homosexualidad, la sexualidad femenina e incluso el sida. En un capítulo, la cándida Rose (encarnada por Betty White, la única de estas cuatro actrices que sigue con nosotros) le contaba a Blanche (Rue McClanahan) sus temores con respecto a haber contraído el sida a causa de una intervención quirúrgica. «No sería justo —se quejaba— esto se supone que no le ocurre a personas como yo». A lo que Blanche, en una época en la que la enfermedad hacía estragos y estaba considerada una lacra social, le contestaba: «Esta no es una enfermedad que padezca la gente mala, no es un castigo que envíe Dios a los pecadores».
La productora y guionista Susan Harris ya había mostrado tener muy buen ojo para las sitcoms cuando, en 1981, puso en marcha la emblemática Enredo. Su siguiente proyecto llegó a la pequeña pantalla en 1985 bajo el título de The Golden Girls (Las chicas de oro). Su episodio piloto nos explicaba cómo una viuda (Blanche), decidía buscar otras mujeres para compartir su hogar en Miami. A través de un anuncio en el supermercado conoce a Rose, otra viuda (esta de raíces escandinavas y algo ingenua) y a la divorciada Dorothy Zbornak (Beatrice Arthur). En un principio, el argumento de la serie iba a estar centrado en ellas tres. Pero entonces apareció Sophia Petrillo (Estelle Getty), madre de Dorothy, que debe irse a vivir con ellas tras incendiarse la residencia de ancianos donde reside.
Con una rapidez verbal inigualable y un humor cáustico, Sophia se convirtió en la reina de la serie y pasó de ser un personaje invitado a convertirse en una de las cuatro protagonistas. Eso explica que estuviera ausente en las primeras imágenes promocionales de la serie. Su fichaje resultó ser bastante problemático debido a un miedo escénico que a veces la dejaba paralizada en pleno rodaje. Los productores tuvieron que recurrir a un hipnotizador para atajar dicho problema. Así y todo, era capaz de bordar sentencias tan grandiosas como esta que le espetaba a su hija: «Dorothy, los celos son algo espantoso, tanto como tú cuando te pones cualquier vestido que te deje la espalda al aire».
Al principio, las compañeras de casa contaban con un cocinero que desapareció enseguida. Lógico, tratándose de una serie de capítulos de menos de veinticinco minutos en los que los diálogos eran fundamentales, y en su mayoría tenían lugar en el salón de la casa o en la cocina mientras las protagonistas preparaban el almuerzo o el desayuno. De hecho, ese fue uno de los logros de la serie, enganchar a la audiencia en unos decorados recurrentes. Las chicas de oro era tremendamente divertida pero, sobre todo, revalorizaba el poder de la experiencia, en concreto la femenina.
Las cuatro mujeres que cohabitan en la casa hacen de la amistad un poderoso vínculo que las ayuda a superar conflictos personales. La vejez no es aquí una rémora sino un activo vital que Dorothy, Rose, Blanche y Sophia administran, tanto cuando aciertan como cuando se equivocan. Son, en definitiva, cuatro mujeres que saben perfectamente lo que es el amor, la pérdida, la soledad y la felicidad. Y piensan y se expresan como tales. Con emotividad y con ese sentido del humor que a partir de determinado momento de la vida se convierte en un elemento esencial a meter en el kit de supervivencia.
Pero la serie iba todavía más allá. Susan Harris explicó que también reflejaba cómo se podía ser feliz en la vejez sin necesidad de recurrir a modelos sociales convencionales, poniendo el foco sobre un nuevo concepto de familia. Y todo esto se logró dándole voz a cuatro mujeres mayores. A pesar de no estar actualmente disponible en ninguna plataforma digital, cualquiera de los capítulos de Las chicas de oro soporta con creces la prueba del paso del tiempo.
su último capítulo —Dorothy contrae matrimonio y abandona la casa de Miami— siga apareciendo entre los veinte finales más vistos de la historia de la televisión
Ya entonces, cuestiones inherentes al colectivo LGTB irrumpían en sus tramas. Como cuando Blanche descubre que su hermano pequeño, Clayton, es gay, y va a casarse con un hombre. Ella se resiste a aceptarlo por miedo al qué dirán. Y entonces Sophia le dice: «Todos queremos envejecer junto a alguien, ¿no debería poder tener esa oportunidad cualquier persona?». Uno de los guionistas que trabajó en las tres últimas temporadas de la serie fue Marc Cherry, que sin duda encontró en Las chicas de oro inspiración para la que, algunos años después, sería su creación estelar: Mujeres desesperadas.
En otro orden de cosas, la serie también puede hacer gala de haber dado algunos de sus primeros trabajos a futuras estrellas del cine. A Quentin Tarantino le recordaron en más de un talk show el haber hecho de imitador de Elvis en la escena en la que Sophia vuelve a casarse (y por error, en lugar de amigos y familiares, han invitado solamente a dobles de Elvis). Lo mismo le ocurrió a un jovencísimo George Clooney, que tuvo una de sus primeras apariciones interpretando a un poli novato en la serie. Pero si se trata de cameos, uno de los más sonados fue el de Burt Reynolds, uno de los símbolos sexuales masculinos de Estados Unidos durante los setenta y los ochenta. Sophia ganaba un premio que consistía en una cena con el actor, pero ninguna de sus amigas la creía. Hasta que sonó el timbre y aparecía Reynolds en persona, dejándolas boquiabiertas y algo más. Porque si Reynolds estaba entre los hombres más deseados de su país, ¿acaso no tenían cuatro mujeres de mediana edad también el derecho a expresar sin tapujos el efecto de dicho magnetismo sexual? En eso residía una buena parte del atractivo de Las chicas de oro, un atractivo que hizo que la serie tuviese adaptaciones en España, Filipinas y Rusia, que desafiase a la censura de alguna cadena árabe y que su último capítulo —Dorothy contrae matrimonio y abandona la casa de Miami— siga apareciendo entre los veinte finales más vistos de la historia de la televisión, junto a los de Lost y Juego de tronos.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 76 (febrero 2021) de la revista Plaza