Este país se parece cada vez más a los Caprichos de Goya. ¿De qué país habla usted, señora, de Francia, de Italia, de Andorra, del principado de Liechtenstein? No: aquí se habla de esta España nuestra y de las lacras históricas y políticas que le impiden salir de la miseria.
En el cacofónico coro de voces de la pesadísima transición que padecemos, resuena al fondo un rebuzno que hasta el animalista más empedernido haría callar por el tradicional método del bozal –no confundir con la humana mordaza-, que no hace daño a la bestia pero rebaja la contaminación acústica. Se ha dejado sentir estos días un raro estribillo. Hacía tiempo que no lo oíamos: “Las feministas son feas”.
Lo ha emitido, y ha sido ampliamente difundido por los medios de comunicación, un caballero muy poco agraciado, que apenas llega al micrófono en los mítines de su formación. O bien, se lo oímos a mi pescadero, un genio limpiando calamares, pero más parecido a Sancho Panza que a Adonis, lo cual no le quita mérito en lo suyo. Se trata, simplemente, de cambiar de puesto en el mercado.
Las feministas son mujeres y hombres que, embarcados en la noble misión igualitaria, luchan por acabar con el patógeno y acantonado virus de la desigualdad patriarcal. Su meta es que todos recuperemos el cuerpo y la mente humanos sin dejar sitio a los prejuicios, algunos de ellos muy antiguos. Incluso heredados de la filosofía de Aristóteles, para quien las mujeres habrían recibido menos calor que los varones en el útero de sus madres: vulgarmente dicho, que les faltaba un hervor, y por lo tanto resultaban inferiores para la palestra y el foro. Debían dedicarse a las labores del gineceo, o a las de la cortesanía de alto standing.
Los políticos españoles del siglo XXI que “bromean” con las cuestiones de género, no son de derechas ni de izquierdas, son simplemente espectros goyescos. Los hay más aseados, que ocultan como pueden lo del hervor, pero que son partidarios de la brecha salarial, de la maternidad esclava o de borrar lo de la violencia de género, que para ellos no es más que lacra doméstica. ¿Pegar a un padre es violencia de género? No, pero es delito y está sujeto al código penal. Matar mujeres sí lo es y requiere que el Estado intervenga para prevenir y auxiliar.
¿Por qué les molesta tanto que las mujeres estemos plantando nuestra fea cara y negándonos a ser objetos? ¿Tanto miedo nos tienen? Las feministas, hombres o mujeres, no somos más feos ni más guapos que el resto de los mortales, señor vocero o lo que quiera que sea usted, del tercero derecha (o su socio preferente). Es evidente que hay muchachotes que están de muy buen ver, como el joven Rivera cuando no dudaba en exhibir su aristotélica complexión en sus panfletos. Los hombres no son feos porque sean machistas, sino que son machistas por su condición de personas poco cultivadas o con escasez de valores. Me refiero sobre todo a la caballería, pero no sólo a ella. Hay mucho ciudadano y ciudadana que no comprende estos entresijos. Háganselos mirar antes de los pactos, que luego todo son golpes de pecho.
Son ustedes muy chistosos y bromistas, señores del tercero derecha, tanto como los sapientes ancianos de la Conferencia episcopal, o el mismo Papa, cuando hablan de lo que ellos llaman la “ideología de género”, sin saber muy bien a qué se refieren. Pero una sociedad moderna y civilizada no puede progresar a golpes de refranero y del polvo de las cavernas, de las mezquitas o de las sinagogas, ni de oír campanas y no saber dónde.
Pónganse todos al día, pero no como hacen los partidos donde imperan la belleza, la juventud de los líderes o el feminismo liberal. Estos y estas últimos tienen la suerte de contar en su ADN con la raíz “liber” que se parece a la de libertad. Mucha gente ignora lo que significa “liberal” y cree que debe ser cosa buena, como las feministas liberales, que consideran ejemplar que una recién parida esté revoloteando por el mundo de los negocios, sin bajas de maternidad ni otros achaques femeninos que perjudican a las empresas. Ese es el verdadero feminismo, dicen los neoliberales, el que no se queja de nada, con lo bien que estamos alternando en nuestros dos bloques.
Ser liberal es abrir la jaula del oso para que pueda comerse a las feas que arman escándalos, a los negros del top manta, a los trabajadores pobres y a los refugiados, pero también a los pequeños emprendedores, a las kellis, a los ancianos que se empeñan en vivir largo tiempo a expensas del Estado, en pulverizar lo público y bajar los impuestos a los que más tienen y /o más contaminan. Ganar es la consigna, acumular para nada, jugar con los números y lanzar miraditas insinuantes a los socios preferentes.
La estética de la antigua Grecia consideraba como los hombres más hermosos a los atletas del pentatlón, con su arquitectura ósea perfecta y su cuerpo fuerte y flexible, pero no hacían ascos a las ninfas de Diana. Para Edgar Allan Poe, las más bellas eran las jóvenes difuntas, por su dulce placidez. Para Rubens la belleza inmortal de las diosas se componía de queso, celulitis y rubios cabellos de oro. Digo esto porque me intriga el asunto de la belleza de las mujeres o de su fealdad. ¿De qué fealdad hablan los del tercero derecha? ¿De la de las mujeres que no creemos en la supremacía de los hombres? No tengan miedo, aunque verdaderamente no seamos las de siempre ni se espera que vayamos a serlo.
¿Son feas las feministas? Como dijeron ellas mismas en sus manifestaciones de los años setenta, y recogió el adorable Fellini en su ambigua obra maestra La ciudad de las mujeres: ¡Tutte le donne sono belle! ¡Tutte le donne hanno vent’anni!