Un país a la medida de los operadores de telecomunicaciones. En eso se ha convertido España en lo que se refiere al 5G para el sector empresarial. La novedad es que hoy en día siga habiendo concursos para la construcción de redes privadas de 5G, no sólo en grandes empresas e infraestructuras, sino también en universidades públicas, sí, desiertos simplemente porque resultan imposibles de ejecutar desde el punto de vista técnico.
A no ser que contrates los sistemas propietario de los grandes operadores, Movistar, Orange, Vodadone, que a su vez usan tecnología generada fuera de España, fundamentalmente la desarrollada por las europeas Nokia y Ericsson. Pero este tipo de abusos de poder no parecen interesar al Gobierno de progreso. Algunos, más osados, como el FC Barcelona, que ya es mala pata, recurrieron hace unos años a la china Huwaei, tan omnipresente en el último Mobile World Congress como aislada actualmente por el bloque occidental.
Ya son ganas de complicarse la vida, digo, porque más excepciones a la tecnología europea, sin salirse del redil occidental. A fines de julio pasado, el operador del aeropuerto de Frankfurt, Fraport, anunció que había firmado un acuerdo con la empresa de telecomunicaciones japonesa NTT para construir la red 5G privada "más grande de Europa" que eventualmente cubrirá 20 km cuadrados. Se usará para la comunicación de voz y datos, pero Fraport asegura que podría destinarse también para proyectos innovadores en el ámbito de la conducción autónoma en la pista del aeropuerto en el futuro. Es un ritmo diferente al nuestro.
También en Alemania, Vodafone ha presentado un proyecto de red privada 5G dentro del invernadero en el que hace su actividad de investigación y desarrollo la farmacéutica Bayer, sobre un área de 11.000 metros cuadrados. Tanto en este caso como el del aeropuerto de Frankfurt, la dinámica es la de grandes clientes que optan por dejar en manos de un operador con tecnología propietaria, es decir, al que contratan el uso de sus soluciones de telecomunicación, el despliegue de su red privada.
¿Pero y si un cliente quiere crear una red privada de 5G por su cuenta? En España, olvídate. Otro caso es el del distrito parisino de La Défense que lanzó un concurso para probar 5G en la banda de 26 GHz con dos lotes de ofertas. Un primero destinado a proyectos que prueban la factibilidad y viabilidad de una red 5G independiente del operador, y otro dirigido a proyectos que exploran nuevos casos de uso innovadores en la banda de 26 GHz.
Una de las claves de la aportación del 5G al mundo empresarial es lo que se conoce como slicing, la posibilidad de aislar, para determinados usos, tramos de la red interna de una compañía para aprovechar esa latencia prácticamente nula de la 5G de forma separada. Por ejemplo, se pueden comunicar la maquinaria, los robots, los vehículos autónomos, cada línea de producción, en un tramo específico de la red 5G. Es algo que no permite la normativa actual en el caso de las redes públicas debido al principio de neutralidad.
Unido al continuo incremento de la capacidad para computar cada vez más cerca de donde se generan y se necesita utilizar los datos, con el slicing se vislumbran aplicaciones revolucionarias. De modo que en los primeros tiempos del despliegue de las redes 5G algunos nos preguntábamos si las operadoras de telecomunicaciones serían capaces de posicionarse como proveedores atractivos en un tipo de actividad que no habían conseguido sacar adelante en el espectro público.
Dicho de otro modo, si las empresas considerarían necesarias a esas operadoras para desplegar sus redes 5G privadas y explotar el slicing, o si las puentearían para desarrollarlas por sí mismas aprovechando la tecnología disponible en el mercado. España llevaba ya años de retraso y eso se paga en el sector tecnológico. Primero fue Estados Unidos y posteriormente Alemania las que pusieron a disposición de su tejido empresarial franjas del espectro libres para crear redes privadas de 5G. Hoy esa capacidad de anticipación les otorga un nivel de competitividad tecnológica e innovación inalcanzables.
Con lo que no contábamos quienes nos formulábamos la pregunta de si los operadores de telecomunicaciones serían la parte débil del mercado, era con el secuestro y posterior entrega en condiciones deplorables del tramo de frecuencia en el que supuestamente habría margen de libertad para poner en marcha las redes privadas de 5G.
La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) propuso en octubre pasado la reserva de hasta 450 MHz de espectro de la banda de 26 GHz para el uso en redes locales o privadas inalámbricas. Tras las adjudicaciones de diciembre posterior a Vodafone, Movistar y Orange, de 1.800 MHz de los 2.400 MHz licitados en el ámbito estatal, hoy tenemos lo que tenemos: concursos en universidades públicas que no encuentran adjudicatario alternativo.
España está mostrando una doble cara en la gestión de una tecnología clave para la competitividad de las empresas: enorme capacidad comercial, nula perspicacia estratégica y de impulso de la innovación. El último informe del Observatorio Europeo de 5G, publicado en octubre, nos sitúa antepenúltimos en rendimiento de la red: 61,5 megas por segundo, sólo por delante de Italia y Polonia. Pero tranquilos, a finales del año pasado nos movíamos en el entorno de las 18.000 estaciones base de 5G implementadas.
Además, el Gobierno ha lanzado la segunda fase de un fondo de I+D para 5G y 6G, que en un mercado capado suena a inyección para financiar el gasto de los departamentos de investigación en empresas. Un día tendremos que hablar de quién paga realmente al personal científico-técnico en muchas compañías aplicando la relación fondos públicos/innovación real en el mercado.