VALÈNCIA. Contábamos el verano pasado la impresión que nos causó National bird, un documental que entrevistaba y trataba la figura del personal que se dedica a identificar objetivos al ejército que luego serán bombardeados con drones o con B-52. Muchos de los que se encargan de esa labor sufren estrés postraumático y ganas de suicidarse y, en sentido contrario, los trepas que se dedican a esa profesión son propensos a hacer pasar por objetivos militares válidos cualquier cosa con tal de engrosar sus cifras. Un fenómeno terrible que no es la primera vez que ocurre, ya pasó lo mismo en Vietnam con el body count y el resultado fue execrable.
Es curioso ahora encontrarse con otra película documental que trata el mismo tema pero desde la óptica del que está abajo. No es el supuesto enemigo, desgraciadamente, sino sus propias tropas, que también han sufrido a lo largo de las guerras y ocupaciones de Irak y Afganistán multitud de bajas por fuego amigo. Algo es algo.
La cinta comienza en una ferretería donde se reúnen, entre taladros y destornilladores, el grupo de veteranos de la unidad en cuestión y supervivientes de la misión. Comentan en ese escenario, rabiosamente heteruzo, que se metieron en el ejército tras ver películas como Boinas Verdes de John Wayne, un actor muy dado a estos papeles, pero que se cuidó muy mucho de no poner un pie en la II Guerra Mundial cuando le tocó a su generación. Algo que tal vez implique causalidad con su posterior patriotismo en el mal sentido.
Estos soldados, concretamente, eran de una unidad especial llamada Team 595. Fueron a Afganistán a ayudar a las fuerzas que combatían a los talibanes. Todo el espíritu que desprenden sus historias es bastante Lawrence de Arabia. Montaban a caballo, confraternizaban con la tropa, etc... En un momento dado, explican que los mandos del ejército afgano les pidieron que no se presentaran nunca como invasores, sino como liberadores, ya que los extranjeros ahí eran los talibanes, que debían obediencia a Pakistán.
Matar por satélite
El punto extraño llega cuando hablan de la guerra moderna. De no ver a quién estás matando. Así, tal cual, lo expresan ellos. Experimentaron una sensación extraña tras localizar al enemigo, enviar sus coordinadas y que les bombardease sin piedad un B-52. No se sentían bien con estas tácticas, confiesan.
En una de estas acciones, se cargaron cientos de vehículos que iban cargados con diez personas cada uno como poco. Un traslado de tropas talibanes en convoy interceptado desde lejos. "No puedo describir lo que era eso", cuenta uno de ellos. Se acercaron a ver el resultado del bombardeo y estaban todos los cadáveres humeantes. Un olor que dicen que nunca les ha abandonado desde entonces. El oficial que ordenó el ataque revela que no le quedó más remedio después de aquello que pensar que de alguna manera había salvado la vida de otras personas, porque se había quedado tocado tras perpetrar semejante masacre solo con darle a la radio unos numeritos.
Estrés postraumático
La parte más interesante es la que tiene que ver con lo que regresa a casa tras un conflicto de esas características. La parte en la que más ha abundado la literatura, la ficción en general y las investigaciones académicas: el estrés de los veteranos y sus traumas. Aquí, un par de soldados de esta unidad especial dicen que suprimen sus emociones de tal manera que luego no saben la diferencia entre estar feliz o triste y que eso les acarrea problemas familiares. Uno admite directamente que ha sido un mal padre y un mal marido. La escena más impactante es en la que admite que al volver de la guerra le dio una paliza a su mujer en un episodio de estrés postraumático y la mandó directa al hospital.
En el New York Times, en la reseña de Legion of Brothers, señalaban que estos temas estaban cubiertos de forma un tanto difusa y recomendaban dos referencias para entender cómo los veteranos vuelven con el cerebro desecho a su país. Uno era Thank you for your service que analizaba los suicidios entre estos soldados. Y el otro, Citizien soldier.ne
Pero el punto fuerte, sin duda alguna, es el relato del día en que les bombardeó un B-52 por el error del encargado de determinar los objetivos al ejército. Fueron los primeros estadounidenses que morían en Afganistán y lo hicieron por el fuego amigo de su propias fuerzas.
Este Team 595 llegó a Afganistán poco después de los atentados de las Torres Gemelas. Fueron enviados allí a las pocas horas, era una misión secreta para ir asestando golpes a los talibanes, apoyar a la Alianza que les combatía y a Hamid Karzai, que a la postre sería el presidente del país hasta 2014. Aunque muchos de los que lo formaban tenían años de experiencia en el ejército, salieron igualmente tocados del conflicto. Después, caerían 3500 estadounidenses y más de 20.000 resultarían heridos en este país de los dos millones que han ido a guerras en este siglo.
Hay una crítica no demasiado contundente, pero crítica, a la administración Bush por sus decisiones a principios de la década anterior en los conflictos de Afganistán e Irak, una guerra, esta última, que desencadenó de forma unilateral. En cuanto a la guerra moderna, queda retratada como la inteligencia artificial: bastante tonta. No se mencionan, pero por la localización de objetivos con una figura cercana al teleoperador, los errores que han cometido los bombarderos y los drones han sido constantes y espectaculares. Con sus propias tropas a veces, pero generalmente con personas inocentes. Una barbaridad de cuya magnitud real ya nos enteraremos algún día.