VALÈNCIA. Leticia Moreno es de Madrid pero le cogió cariño en València y lleva establecida aquí ya casi un lustro. Desde el próximo 18 de diciembre le toma el relevo a Boris Giltburg y Gaultier Capuçon en la figura de artista residente del Palau de la Música, una idea del maestro Ramón Tébar que en los últimos años ha traído a València a músicos de un altísimo nivel para que tocaran con la Orquesta de València y dieran varias masterclasses al alumnado de los conservatorios de la ciudad. Que los apellidos en español y la residencia en Valencia no confundan: Moreno acumula un currículum que da vértigo desde que empezó a tocar el violín en su infancia. Ahora el violín que le acompaña es una “extensión de su cuerpo”. La violinista se sienta unos minutos con Culturplaza para hablar de la situación de la música sinfónica y de su propio proceso artístico, que ahora vive un giro de 180 grados.
Leticia Moreno lleva una década vinculada, en mayor o menor medida, al Palau de la Música, donde ha actuado constantemente durante toda su carrera. Ahora sigue la estela de sus sucesores con las masterclasses, algo que le hace especial ilusión: “me gusta la idea de ser yo ahora la que pase esos conocimientos”. Más en un momento en el que la pandemia le “ha hecho pensar más que nunca en centrarse en la educación”.
Su trabajo también incluye un concierto el próximo 19 de enero de 2021 con la Orquesta de València bajo la dirección de Hartmut Haenchen como director con un programa que incluye un concierto paraviolín de Dvorák y la Sinfonía num. 4 en re menor de Schumann. Sobre el hecho de no poder hacerlo en el propio Palau, Moreno destaca que le guste que “la música pueda salir a la calle en contra de la rigidez que se le presupone simplemente por el lugar” y destaca que es “un gusto poder tocar en Les Arts o en el Almodí” igualmente.
Hace unas semanas, este diario publicaba un artículo que resumía varios estudios de género en diferentes disciplinas artísticas. En uno de ellos, ¿Dónde están las mujeres en la música sinfónica?, se señalaba que casi la mitad de las orquestas españolas borraba al completo la presencia de mujeres compositoras y directoras de sus repertorios.
Planteado este hecho a Moreno, la violinista cree que ese tema “se ha de abordar en positivo, destacando que eso ya está cambiando y, mirando al detalle, apuntar que en varios gremios es al contrario”, poniendo como ejemplo que hay muchas más mujeres solistas de violín que hombres y apunta que la violinista más popular de la actualidad, Anne-Sophie Mutter, es una muestra de que las mujeres sí son visibles. Y aunque “faltan años para que la incorporación de una nueva generación de mujeres en la música se normalice” no se ha topado, personalmente, “prácticamente con ninguna conducta machista”.
¿Por qué el violín y no otro instrumento? Depende mucho del carácter de la persona. “Cuando empecé con mis juegos de música, tocaba el piano y el violín (de hecho, me gustaba más el piano entonces), hacía hípica, pintaba, asistía a clases de ballet, escultura… Menciono estas cosas para demostrar que sí tuve donde elegir, no me pusieron el violín en la mano y me lo hicieron tocar. De todas aquellas cosas que hacía, el violín era aquella cosa que me hacía dedicar un tiempo de estudio para luego disfrutarlo, y esta mezcla de esfuerzo y recompensa, de sacrificio y éxito, creó un vínculo mucho mayor con el violín. Todo requería su tiempo, pero en el resto, el disfrute era mucho más inmediato, y el violín necesitaba mucho tiempo. Supongo que el roce hace el cariño”.
También habla de su técnica: “El violín te desnuda porque la técnica es precisa. No es milimétrico, porque un milímetro se convierte en un kilómetro con el violín. Domar la técnica, esculpir el sonido que produce mi instrumento, es un reto increíble. Hasta que entiendes que el violín es estudio y esfuerzo constante, es normal pelearte física y emocionalmente con esa precisión tan exigente”.
A la provinciana y pero siempre segurente pregunta “¿Qué le falta a València para ser un centro cultural de mayor nivel?”, Moreno se pierde en elogios a la ciudad y acaba esperando únicamente que se mantenga la oferta existente “que ya es mucha y la ciudadanía es muy consciente de ella”. De paso, cuenta una anécdota con su maestro (con El maestro) Rostropóvich y la ciudad.
“Yo tenía 17 años cuando toque en el Teatro Real y me vio Rostropóvich. Entonces fue cuando preguntó por mí y me dijo que le trajera mi repertorio, que entonces era larguísimo, con algunas piezas que había tocado solo un par de veces. La vio y me dijo que quería ficharme ficharme como alumna, algo que era extraordinario, solo éramos un par de alumnos en todo el mundo. Revisó la lista y me dijo que me cogiera la Sonata de César Franck, el concierto de Tchaikovsky, el concierto de Beethoven, el concierto de Prokófiev nº2, además, me dijo fuera a la tienda del Real Musical a comprarme el concierto de Stravinski y de Britten (que no estaban en mi repertorio); y que todo eso se lo tendría que tocar al día siguiente en València, que nos veíamos en el conservatorio, en el que él tenía que impartir una masterclass. Yo solo podía pensar en la que me había metido. El problema es que no me dijo cuál de todos los conservatorios que tenéis en la ciudad era al que tenía que ir, así que me recorrí toda la ciudad con mi violín buscándole. Le encontré, tuvimos nuestro primer encuentro formal, y en València empezó nuestro viaje musical”.
“Hubo un momento en el que el violín era el sol sobre el que giraba toda mi vida. La música a veces puede ser un agujero negro muy absorvente, y eso puede ser tan bueno como malo”, dice Moreno. “La música y la vida son dos mundos paralelos que tienen que encontrarse”, opina también. Todo esto forma parte de la respuesta a una pregunta que es constante en las entrevistas debido a su brillante y precoz carrera: ¿Cuál es el próximo paso de una persona que con 35 ya ha conseguido lo que tú has conseguido?
“En la música no hay techo que tocar, siempre se puede hacer y llegar a más, y eso es un lujo. Pero tal vez esa no sea ya mi prioridad. El nacimiento de mi hijo me hizo reflexionar mucho, esta pandemia también, y creo estar en un momento en el que, sin parar de tocar, mi vida no puede girar únicamente alrededor del violín”.
De paso, habla de la realidad y la música, que define como “una herramienta para hacer un mundo mejor”. En este sentido, recuerda unas palabras de Rostropóvich que le dijo durante su formación: “eres un soldado de la música”. “Todos somos guardianes de la música, de proteger lo que es y promover todo lo bueno que hace al ser humano. El hambre de alma no es menos importante que el hambre de estómago, y la música tiene una capacidad brutal de hacer un mundo mejor. Así lo he sentido en programas benéficos de UNICEF, o cuando voy a escuelas”. “La música tiene que ir más allá y que consiga llegar a un plano aún más humano. Es muy fácil que la música te absorva, pero hay todo un mundo ahí fuera”, concluye.
Un apunte rápido de actualidad: “Lo que está sucediendo en la música es muy triste, pero se ha sabido demostrar estos meses que si parara el mundo entero, la cultura podría seguir funcionando. Esto es muy importante y está basado en las estadísticas. Si la música sinfónica y clásica puede servir de ejemplo para que se puedan apoyar y abrir otros locales culturales de música rock o de cualquier otro género, esa será una buena noticia”.