VALÈNCIA. Anochece cuando salgo a pasear. Evito caminar por el pueblo. Prefiero la soledad del polígono. Hay mucha poesía en sus calles vacías y en sus naves cerradas. Apenas me cruzo con algún deportista que corre o con un matrimonio de gordos que han salido a pasear con el propósito de rebajar la tripa.
De regreso a casa, después de deambular casi una hora, oigo el ruido del motor de un coche que se aproxima. Me giro y es la Guardia Civil. Avanza muy lento. Se va acercando. Me pisa los talones. Ya ha anochecido por completo. Estoy a tres kilómetros de casa.
El vehículo pasa sin detenerse. Lo veo alejarse expulsando humo por el tubo de escape. Me retiro la mascarilla para respirar.
Desde el inicio del estado de excepción los cuerpos policiales han tramitado casi un millón de denuncias. El número de detenidos se aproxima a los 8.000.
Los fascistas empiezan a echarse a la calle. Los fascistas son personas bien vestidas y aseadas, gritan “libertad, libertad” contra el recorte de libertades y exhiben banderas nacionales. De momento no los llevan a los sótanos de la Dirección General de Seguridad.
El ministro guaperas ha ordenado a sus grises que rastreen las webs y las redes sociales para atajar conatos de rebelión de los fascistas o de la derecha —en la práctica son lo mismo— contra el Gobierno pinocho. Ojalá el espíritu de Núñez de Balboa prenda y se extienda como la pólvora en las próximas semanas.
Ahora recuerdo unas declaraciones recientes de la vicepresidenta Calvo, felizmente recuperada de su convalecencia por coronavirus. La señora Calvo decía que el estado de excepción —ella lo llama de alarma— deberá prolongarse varias semanas más, hasta al menos el inicio del verano. Hoy se ha sabido que negocian otra prórroga de un mes con la niña centrista y el cobrador vasco del frac. La sacarán adelante.
Calvo, doctora en Derecho Constitucional, conoce el abuso que el Gobierno está haciendo del estado de alarma. Este estado limita pero no prohíbe el ejercicio de derechos como el de manifestación.
Hasta su hermano, el escritor e historiador José Calvo Poyato, le ha echado en cara la supresión de garantías constitucionales y la nefasta gestión de la pandemia.
En la placa de uno de los institutos del pueblo alguien ha escrito: “Gobierno criminal”.
El Gobierno se enfrenta a una querella por un posible delito de homicidio por imprudencia. Más de 3.000 familias de muertos por coronavirus la han presentado en el Supremo. El maniquí y sus ministros pueden estar tranquilos. No prosperará. Nada amenazante para ellos cabe esperar de un tribunal que calificó de “ensoñación” un golpe de Estado e impuso penas de risa a sus autores, hoy en la calle ejerciendo de voluntarios en asociaciones de la caridad, o asistiendo a cursos de macramé.
Pensaba ir de rebajas cuando nos levantasen el encierro, pero esto tampoco será posible. ¡Cómo echo de menos palpar los polos de Pedro del Hierro! Nuestros gobernantes también han prohibido las ofertas para evitar aglomeraciones. Acabaré comprando los slips en el mercadillo de Convento Jerusalén, ¿o también están prohibidos los mercadillos ambulantes?
Oigo que una mujer le dice a la otra: “Ayer un hombre se intentó tirar por un puente”. “¿No me digas?”. “Sí, tuvieron que agarrarlo. Era más joven que yo”. “Pero eso ha ocurrido siempre, no sólo por esto”. Esto son las consecuencias del encierro para la salud mental de las personas. Un encierro inhumano, además de inútil.
He disfrutado mucho viendo cómo le decían de todo al señor Urkullu en un hospital. Al menos él se deja ver por estos lugares. Aún estoy esperando a que el maniquí y el capo comunista se acerquen a un ambulatorio a hablar con los sanitarios.
Observo a un niño tapado con una mascarilla naranja. De ser un producto de primera necesidad pasará a artículo para marcar tendencias. Seguro que la antipática y postiza Paula Echevarría habrá tomado buena nota de ello.
El Congreso de los Diputados seguirá semiparalizado hasta septiembre. El control al Gobierno es casi inexistente, con algunas escaramuzas parlamentarias de las que sale siempre indemne. La novia del ministro de Justicia (Dios los cría y ellos se juntan) está cumpliendo con suma diligencia la tarea que se le encomendó.
Hoy ha salido un día tristón y gris. Ha llovido. He vuelto a ponerme el jersey de pico azul marino. No me ha llamado a nadie. Una jornada más, sin novedad en el frente.