Libros y cómic

Las fronteras no existen pero moldean el mundo: un breve ensayo para entender la política internacional

El escritor Natxo Escadell publica ‘El arte de habitar la frontera’, un ensayo sobre el concepto de ‘frontera’ y cómo unas líneas imaginarias deciden el destino de millones de personas del mundo

  • Tom Hanks a punto de meterse en un lío fronterizo en ‘Capitán Phillips’ 
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VALÈNCIA. El azaroso zapping de un insomne servidor dio, en una de las –esperemos– últimas noches calurosas de septiembre, con una emisión en Factoría de Ficción de la película Capitán Phillips, un clásico contemporáneo del cine de padres. En ella, unos piratas somalíes secuestran el barco de Tom Hanks –el rostro del hombre corriente por antonomasia–, en aguas internacionales. El plan de los piratas es pedir un rescate por la tripulación del buque carguero que capitanea Tom, pero el abordaje se tensa y los piratas huyen en un pequeño bote salvavidas con el capitán estadounidense amordazado.

La Marina de los Estados Unidos y el brazo más armado de los brazos armados, los SEAL, localizan el bote cuando está en aguas internacionales pero se acerca peligrosamente a las costas de Somalia. Así que el último tercio de la película es una carrera contrarreloj en la que inmensos barcos de guerra y fuerzas especiales cazan un botecito insignificante antes de que se acerque a 24 millas náuticas de una playa somalí. 

Evidentemente, la vida de un norteamericano caucásico es una prioridad nacional si se trata de demostrar fuerza en aguas internacionales. Por eso los tres secuestradores somalíes de los que no sabemos nada terminan con los sesos reventados, y el capitán Phillips se salva, porque en fin, es Tom Hanks. Pero aún así me asaltan muchas dudas. ¿Por qué 24 millas? ¿Hasta dónde llega la potestad de pegar tiros de los SEAL y por qué no pueden hacerlo cerca de Somalia? ¿Quién dibuja las líneas que separan una jurisdicción de otra?

“Los límites marítimos se rigen por la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982, que viene a delimitar hasta dónde alcanza el poder de cada país y, en función de la distancia, es uno u otro”, leo esa misma noche en un ensayo. “Aquí, las fronteras sí son abiertas… en el sentido liberal y economicista. Por eso son espacios controlados colonialmente por los estados más poderosos, aunque no les pertenezcan”. Algunas lecturas enriquecen así nuestro mundo: nos cambian la forma de pensar porque nos generan preguntas que no estaban ahí antes de la lectura. Es lo que hace El arte de habitar fronteras, de Natxo Escandell, publicado recientemente por Barlin Libros.

Qué es una frontera y por qué rige el destino de las naciones 

“El término frontera procede de frons, frontis, que en latín clásico significa «frente», y del sufijo -era, que indica lugar o establece una relación. Por lo tanto [...] podríamos decir que frontera es, etimológicamente, «aquello que hay enfrente»”, escribe Natxo Escandell. “Nace, por tanto, por oposición «a los otros». De aquí cierta agresividad del término: frente, como línea militar que se mueve durante un conflicto bélico”. El arte de habitar fronteras es un ensayo breve sobre algunos de los temas más acuciantes de la actualidad, escrito desde una mirada que, por el contrario, es más bien reposada y por momentos erudita. 

Natxo Escandell (Carcaixent, 1988), doctor en Historia Contemporánea y profesor de secundaria, ha publicado los libros Ni fet ni desfet: historia del nacionalisme polític valencià (1974-1998) en Afers, Cartes a Olivier en Ediciones 96, así como colaborado en el libro Llegir la història: repensar les fronteres, reinventar les pràctiques con Sembra Llibres, pero este es su primer ensayo breve. Por eso la mezcla de urgencia y sosiego que llena las páginas de El arte de habitar fronteras resulta tan estimulante.  

Escandell imprime a los duros conceptos de política internacional, y a la frialdad de los números de víctimas de las políticas migratorias del norte global, una suerte de militante compromiso con la esperanza que abriga la razón, que contempla los grises y que insufla la duda con una virtud muy propia de buenos docentes: acertar en el ejemplo para hacer comprensible lo complejo.  

“La frontera no es solo un demarcador territorial. De hecho, sin la frontera no hay estado porque no hay territorio. Es también un constructo social que queda sujeto a la coyuntura del momento, sea esta política, económica, social —o la correlación de estas— y, por tanto, sensible a los cambios”, nos dice. Porque cuando pensamos en fronteras, imaginamos que siempre han estado y siempre van a estar ahí. Que las cosas son como nosotros las hemos encontrado. “Creemos que si las hacemos sólidas, nunca se moverán, pero la realidad es que como todo constructo humano, no son eternas. Están condenadas a desaparecer, ya sean las del antiguo Imperio Romano o las de Yugoslavia o, en el mejor de los casos, a reformularse y llegar a ser un atractivo turístico como la muralla china o los restos de la de Berlín. Qué ironía que antes eran lugares para repeler a la gente…”, escribe.

El arte de habitar fronteras nos hace reflexionar sobre el concepto que impone la política migratoria internacional, pero también el flujo de mercancías y el desigual intercambio de poder entre países pobres y ricos –que lo son gracias a los pobres–. Escandell propone pensarlos como construcciones artificiales que no siempre van ligadas a cuestiones geográficas –un río, una cadena montañosa–, como a cuestiones históricas,  culturales y “de relaciones entre diferentes núcleos poblacionales, y pueden llegar a crear, y de hecho crean, litigios de rápida solución o de duras y mortales consecuencias”.

  • Natxo Escandell

Todo lo que implica levantar un muro 

En la reflexión sobre las fronteras que llamamos naturales –que no dejan de ser constructos humanos porque un río es solo un río–, y las que establecen los estados nación para delimitar su influencia en un mundo globalizado, Escandell se esfuerza en sembrar la duda para darle la vuelta a determinados conceptos. En remover las suposiciones quintaesenciales, para arrojar algo de luz en otras formas de entender el mundo. 

Para ello hace uso de la mirada histórica, constantemente dispuesta a recordar que nada permanece. También al uso de la cultura pop, desde El Hoyo a Juego de Tronos, sin olvidar el dato, que no sabemos si mata relato pero siempre empaca un buen argumento. Todo, al servicio de reformular colectivamente como entendemos las fronteras, físicas y mentales, y qué debemos hacer para abolirlas. 

Pensemos en el Muro de Juego de Tronos. Una construcción gigantesca que separa el mundo civilizado de ‘lo otro’, lo desconocido, lo bestial y lo infrahumano. Esto es: una horda de zombis de frigorífico dispuestos a acabar con el nada-pacífico modo de vida de Poniente. El Muro es la definición perfecta de frontera, no muy distinta, si le quitamos el fantástico, de lo que vemos en la Franja de Gaza. 

“Nuestra frontera es la que separa lo propio y civilizado de lo desconocido y ajeno. Si lanzásemos una pregunta generalizada sobre de qué lado del muro preferiríamos vivir, la gran mayoría se situaría del lado «civilizado». En los Siete Reinos”, explica Escandell en el ensayo, que se presentará el próximo 17 de septiembre en la librería valenciana Arribada Llibres. “El poder, por tanto, no se puede separar del espacio desde el que se ejerce. De ahí que se levanten muros y se controle. Porque el mundo contemporáneo y capitalista entiende la territorialidad como el eje desde el cual llevar a cabo la célebre dicotomía schmittiana de amigo-enemigo”. 

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