Libros y cómic

LA LIBRERÍA

Lev Shestov contra el presente totalitario

Su Apoteosis de lo infundado es un remedio necesario para un tiempo en el que lo dogmático es norma y la transgresión es ir incluso más allá en la estulticia maliciosa

  • Escena de Stalker, territorio cinematográfico de lo infundado
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VALÈNCIA. Elongación, luego desgarro, y por último, ruptura: las fibras de la cuerda social llegan a su límite y se parten liberando la tensión para a continuación descansar mermadas en dos extremos irreconciliables. Es difícil pensar en otra cosa que no sea esto, escribir sobre otras sensaciones, suspirar con anhelo en lugar de bufar por estrés. En las pantallas croan individuos mezquinos sostenidos y ensalzados por sociedades mezquinas. Se libra una guerra abierta para acabar con la facultad de pensar: los fanáticos lunáticos se han hecho con el altavoz y no están dispuestos a renunciar a él. El pacto se ha hecho trizas y la propia naturaleza de la entropía exige enormes cantidades de energía para ordenar sus maltrechos jirones y reconstruirlo. Ministerios de bullying, Departamentos de tragedias. Ningún desayuno sin amenazas, ningún café sin la letanía del peligro existencial. El algoritmo del hombre más codicioso del mundo premia con audiencia el delirio. Cuanto más descabellado, mejor. Legiones de usuarios anónimos saturan los canales con vídeos de osos —pongamos— entrando por la ventana del baño de una cabaña, de cómicas acrobacias, o de insólitos accidentes realizados con inteligencia artificial.

El panorama en sí mismo parece un vídeo, como se dice, de la IA. Los discursos de los líderes —mundiales, nacionales, locales— son de una pobreza tal que uno corre espantado hacia sus libros en busca de ideas en lugar de memes e insultos dignos de una pelea de chavales en una clase de la ESO. Así, en uno de estos arrebatos, quizás al ver cómo unos y otros deciden nuestro futuro entre alusiones a su aspecto físico, nos topamos con un título: Apoteosis de lo infundado. Intento de pensamiento adogmático, autor Lev Shestov, traducción y notas de Alejandro Ariel González, que no nos trata como a estúpidos y que además promete disolver el maleficio reduccionista actual que pudre el cerebro global con esquemas y escalas en los que cualquier forma de razonar acaba siendo catalogada de comunista y cualquier resistencia a los abusos del poder más autoritario, como terrorismo. Shestov, por el contrario, propone una obra filosófica que se permite reconoce la imposibilidad de explicarlo todo y que no aspira a la robustez monolítica, sino que se desarrolla por medio de aforismos —aforismos de verdad, no zascas de X— y fragmentos en los que el autor ofrece observaciones sobre un presente, el suyo, en el que las utopías morales, sociales y políticas habían perdido credibilidad (lo cual no deja de ser un estadio todavía intelectual y muy envidiable visto lo que las redes sociales y la acumulación de poder de los tecnomagnates ha hecho de nosotros).

Dice Shestov, por ejemplo: “Nuestra educación, en sus tres cuartas partes, se reduce a enseñarnos a ocultar del modo más escrupuloso la inconstancia de nuestras opiniones y disposiciones. El hombre que no sabe mantener su palabra es el peor de todos; no es posible contar con él para nada. Lo mismo pasa con el hombre que no tiene convicciones firmes: con él es imposible llevar adelante cualquier emprendimiento. La moral —que aquí, al igual que siempre, emana de consideraciones utilitarias— plantea un principio «eterno»: siempre debes mantenerte fiel a tus convicciones. En los círculos ilustrados este mandamiento se considera tan inmutable que la gente teme descubrirse voluble incluso delante del espejo. Los hombres se fosilizan en sus creencias, y para ellos no hay mayor vergüenza que la de reconocer que han cambiado de opinión. Y cuando los individuos rectos como Montaigne hablan abiertamente de la inconstancia de sus opiniones y disposiciones, a muchos esto les parece una mentira, una calumnia dirigida contra sí mismo. No debes ver, ni oír ni comprender lo que sucede a tu alrededor; una vez que estás formado has perdido el derecho a crecer, debes ser una estatua de la que todos conozcan sus virtudes y defectos”.

  • Apoteosis de lo infundado, de Lev Shestov (Hermida Editores) -


Música para nuestros maltrechos oídos. Salvando las distancias con nuestra clase política, expertos de primer nivel en decir Diego, son muchos aquellos para quienes cambiar de opinión cuando cambian las circunstancias es poco menos que una herejía, sobre todo cuando esto afecta a las consignas más elementales que apuntalan su sistema de ideas o creencias. Si alguien es malo y traidor y lo que sea con que lo hayamos etiquetado, ya no puede hacer nunca nada bueno y mucho menos nosotros reconocerlo, a riesgo de ser vilipendiados y en última instancia expulsados de nuestra grada de animación, o peor, perseguidos y maltratados en la arena digital. Hay más: “A un hambriento le dieron un trozo de pan y le dijeron una palabra cariñosa: el cariño fue para él más valioso que el pan. Pero si sólo le hubieran dicho palabras cariñosas y no le hubieran dado de comer, es probable que hubiera odiado esas buenas palabras.

Por eso siempre hay que ser muy cauteloso con las conclusiones —obviamente, siempre que partamos del supuesto de que la verdad es más necesaria que una mentira consoladora—. Son muy raras las ocasiones en que podemos discernir el vínculo entre fenómenos aislados. Por lo general, varias causas a la vez producen un efecto. Dada nuestra tendencia a la idealización, siempre damos prioridad a aquella que nos parece más elevada”. Durísimo, hermano. Y gracias atrás en el tiempo. Esta parábola debería enseñarse ya no en las escuelas, sino en las sesiones de coaching de empresa. O no. En cualquier caso lo cierto es que apunta directo al simplismo y a lo dogmático en una existencia en la que es francamente dificilísimo —en ocasiones, casi imposible— entender nada salvo con mucho esfuerzo, y donde sin embargo se salta sobre las conclusiones con agilidad olímpica. Por supuesto hay, como ha habido siempre, quien se hace el simple o dogmático solo para acercarse al sol que más calienta y una vez este estalla, se sacude de encima el polvo estelar, y continúa su camino en busca de otra órbita sin preocuparse demasiado de los efectos de una radiación, que por otro lado, también nos dejará secuelas a todos los demás.

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