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Mariana Enríquez: “Un escritor se repite porque la obsesión doma la imaginación”

La escritora visita València para hablar de ‘Cómo desaparecer completamente’, novela que escribió en 2004 y que ve ahora la luz en nuestro país

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VALÈNCIA. Cuando una escritora que es consciente de que no necesita presentación, se presenta ante un desconocido, le acerca a la mesa y le pide un café, es que sigue con los pies en el suelo. O que ignora su fama –y el terriblemente asfixiante aire de genialidad– para mantenerse humilde. Es lo que hace Mariana Enríquez cuando se encuentra con un servidor en el hall del Hotel Catalonia Excelsior, en pleno centro de Valencia. 

La persona que la acompaña y le lleva la agenda de entrevistas comenta que después de Valencia irá a Córdoba, que también tiene gira en Francia y debe seguir de promoción en Reino Unido, donde Nuestra parte de noche lleva vendidos más de 60.000 ejemplares; magnífica novela que ganó el Premio Herralde en 2019 que anualmente entrega Anagrama, y también causó sensación en nuestro país. 

Mariana Enríquez visitó la capital del Turia, por primera vez, para mantener un encuentro en La Nau por la publicación en España de la novela Cómo desaparecer totalmente. Una historia que publicó originalmente en 2004. Fue su segunda novela después de Bajar es lo peor, un debut del 95. Los organizadores comentaron que en el evento valenciano hubo aproximadamente 300 personas, que muchas se quedaron a que les firmasen alguno de sus libros. Mariana comenta que "terminaron tardísimo", por eso se adelanta al pedir cafés.

— Quería empezar por preguntarte cómo es volver a hablar de un libro como este, Cómo desaparecer completamente, que tiene veinte años. ¿Qué sientes al volver a un texto escrito hace tanto tiempo?

— Siento curiosidad. Hace ya tantos años que apenas recuerdo haberlo escrito. Recuerdo un poco la situación pero no tengo muy claro nada del proceso creativo. Me da bastante más curiosidad. Estoy tranquila con la idea de recuperarlo, como una segunda novela propia de un momento muy intenso, bastante diferente a lo que hago ahora. Pero en este momento no tengo una relación conflictiva con lo que escribía antes. Siempre creo que tuve la suerte de tener bastante control sobre aquello que llegaba a publicarse, entonces claro, no es lo que escribiría ahora pero está bien para el momento en el que se publicó. 

— Entonces no te ocurre como a muchos otros, que tienen una relación conflictiva con sus textos. 

— No, por el simple hecho de que acepto que no es lo que escribiría hoy. No cambié tanto en ese sentido, pero también es cierto que no soy una persona que lea mucho sus libros. Estas dos novelas del principio de mi carrera solo las volví a leer en el proceso de corrección para republicar. Y fue una corrección ortotipográfica, que no cambió prácticamente nada de los textos, porque tampoco soy una persona que se relea los textos, no me preocupan mucho. Ni siquiera los textos recientes: yo no volví a leer Nuestra parte de noche. Soy bastante desprendida en ese sentido. Cómo desaparecer completamente lo volví a leer ahora con la corrección esta y me sorprende: es como leer a otra persona. 

— ¿Una especie de viaje en el tiempo?

— Sí, exacto. Pero es que era otra persona. Creo que parte de la reconciliación con esos textos es decir «bueno, es que era otra persona, ya está». Lo que quiero decir es que si no me gustara para nada no lo vuelvo a publicar, dejo que se quede en el olvido. En algún sentido me parece interesante que el lector pueda acceder a esta novela y piense «así escribía». 

— Casi pasaron diez años entre Bajar es lo peor y esta novela que acaba de ver la luz en nuestro país. ¿Qué recuerdos tienes de tus inicios como novelista? 

— En realidad estos momentos son interesantes porque lo que veo es que en ambos estaba buscando una voz. Quería escribir género y todavía no encontraba cómo, en parte por eso pasaron diez años entre una y otra. Porque en esos diez años escribí una novela de género, mi primer intento de escribir Nuestra parte de noche, y fue un fracaso absoluto. La terminé, la mostré a varias editoriales, me dijeron que no. ¡Y tenían razón! 

En ese momento fue super traumático pero con los años me doy cuenta de que lo que estaba pasando era que tenía que buscar la voz. Suena muy pomposo pero es muy cierto: tienes que encontrar tu lenguaje. Y en estas dos primeras novelas había otro tipo de intereses: una mirada social muy dura, la aparición de los cuerpos como algo central, el abuso en todas sus formas, la política, lo grotesco y el horror diario. Y lo que para mí hace interesantes estas novelas es ver cómo estaba intentando buscarme. En ese momento todavía escribía la novela que podía escribir, no la que quería escribir. Pero no por ello me parecen fallidas, sino novelas de un escritor que se está buscando. 

No es por comparar en absoluto, porque a mí Cormac McCarthy me parece un genio absoluto y me da vergüenza incluso citarlo, pero si leo las primeras novelas con bien de gótico sureño de Cormac McCarthy como Hijo de Dios, El guardián del vergel, me gustan mucho pero son propias de un Faulkner retorcido. Pero cuando uno lee Meridiano de sangre dice «¡Aaah, era esto!». Ahí te das cuenta de que encontró la forma. Después puede seguir jugando con esa forma, con esa voz, y escribir La carretera, o No es país para viejos. Y cosas no tan secas, sino más floridas como La trilogía de las fronteras. Pero ya tiene la voz. Encontró su lenguaje. 

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— Lo que describes me recuerda al caso de Benjamin Labatut, que en relatos como Azul prusiano se ve claramente cómo busca un lenguaje, y más tarde en una novela como Maniac descubres que ya la ha encontrado. 

— Es eso, y a veces eso lleva mucho tiempo. Incluso algún fracaso, como la novela que terminé pero eliminé. No hay registro de ella. En ese sentido me interesa, aunque para mí es un poco narcisista concebir una carrera milimétricamente. 

— Además es muy capitalista la lógica ascendente que fundamenta el siempre escribir mejor, siempre un paso más allá. La última novela siempre debe ser mejor que la anterior. 

— Exacto. Y el camino es mucho más sinuoso y lleno de retrocesos. Yo escribo bastante, pero la idea del escritor prolífico me pone nerviosa. La idea de sacar un libro por año… no entiendo para qué ni para quién. A mí el tiempo perdido en esos diez años que comentas, en ese momento eran angustiantes pero hoy me parecen una buena noticia. 

— Has comentado que hay temáticas que se repiten, aunque no esté la voz de la que hablamos. En su último libro, Un lugar soleado para gente sombría, hay algo que lo conecta con su segunda novela: la idea de que lo único que estamos obligados a habitar, nuestro cuerpo, es algo que se degrada y tiene una obsolescencia. Es algo que también ocurre en Cómo desaparecer completamente, especialmente en el personaje de Carla. ¿Cómo es descubrir que hay obsesiones que vertebran lo que uno escribe? 

— Es inquietante. Lo de la cara de Carla en mi segunda novela está conectado con mi último libro: hay varios relatos con mujeres que tienen la cara deformada. A una se le borran los rasgos y la otra tiene la cara podrida. Y en ambos casos son relatos de una estructura formal del fantástico. En cambio aquí, en esta novela, es algo hiperrealista. Esa obsesión del cuerpo me doy cuenta de que está presente incluso cuando narrativamente haces cosas muy diferentes. Por eso diría que me resulta inquietante por lo repetitiva de esa obsesión. 

Yo creo que hay momentos que un escritor tiene que enfrentarse a la verdad de que sus obsesiones son pocas, sus temas son pocos y sus variaciones son limitadas. Y eso es muy frustrante por esa lógica capitalista que comentabas, que incluye la voluntad de tener que cambiar y transformarse constantemente. Cambiar como las colecciones de moda. Escribir así porque esto es lo que gusta ahora… A mí no me gusta la idea de agenda, de un programa en literatura. Aunque finalmente encuentres algo parecido a una agenda propia. Uno se termina repitiendo pero no por falta de imaginación, sino porque la obsesión doma la imaginación. Y finalmente esto me parece bien porque… es que no estamos haciendo colecciones de moda. 

“Me resulta muy frustrante que la literatura tenga que trabajar para la conversación pública”

— ¿Crees que dentro de la industria editorial se tiene muy presente la idea de libro como producto que vender? En el sentido de escribir sobre temas de actualidad porque así te aseguras formar parte de la conversación cultural del momento. 

— A veces hay una sensación de desencanto cuando ves que todo se lee en términos de agenda, de actualidad. Es absurdo preguntarse qué haría un joven como Matías en la actualidad, porque no existe un Matías actual: es el que fue hace veinte años. Me resulta muy frustrante que la literatura tenga que trabajar para la conversación pública. O al menos opinar sobre todas las cosas. Los escritores, si están sumidos en escribir una novela, muchas veces no tienen la menor idea de lo que ocurre en el planeta. 

Yo insisto en la idea de que por que una persona sea buena con el lenguaje no quiere decir que esté capacitada para opinar de todo. O pretender que un escritor sea siempre una persona con opiniones sensatas o así. Hay muchos escritores que no son intelectuales pensando la realidad, sino artistas pensando en sus manías. Y más allá de la buena voluntad, pues cualquiera como ciudadano puede hacer cosas por buenas causas, me preocupa un poco la necesidad de preguntarle al escritor como si fuese una palabra calificada [voz autorizada en una materia], porque no siempre es así. 

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— Quien sí debe posicionarse con la actualidad, o con el mundo del presente, es la profesión periodística que conoces bien, porque la ejerces. Como periodista, ¿crees que la profesión pasa por un momento de cambio con la entrada de las IA? O, ¿es más bien una crisis de valores humanos? 

— Trabajo en periodismo cultural, pero noté hace un tiempo acerca de lo que hablamos, que todo se fue acortando. Antes una nota de prensa podía tener 25.000 caracteres, eran textos largos. Pero es paradójico porque ahora la prensa se lee menos en papel, así que no tenés digamos ese límite material. Online puedes tener un texto tan largo como quieras. Pero lo que terminó pasando es que en vez de acortarse en papel, porque es más caro y menos ecológico y qué se yo, fue el texto online el que se acortó, aún cuando está albergado en un espacio virtualmente infinito. 

“Hay muchos escritores que no son intelectuales pensando la realidad, sino artistas pensando en sus manías”

— ¿Cómo se aplica eso al periodismo cultural? 

— Tenemos los vídeos de reacciones. Otro tema es el asunto de los derechos que están siempre en manos privadas. Y que no puedes agarrar un trozo de una canción y desmenuzarlo y analizarlo, porque es propiedad de una empresa. En el periodismo cultural ha pasado algo parecido. 

Siempre he pensado en lo paradójico que es que el medio natural para la crítica cinematográfica, incluso su análisis escena por escena, debiera ser un portal como Youtube donde pudieras utilizar fragmentos de películas para analizarlos. Pero no puedes. 

— Es que no me parece ni distópico, me parece directamente catastrófico para el conocimiento humano. Los videos de reacciones son lo más divertido pero a la vez terminan siendo lo más parecido a una crítica musical que hay en las redes ahora mismo. Incluso son promocionales, porque las propias discográficas envían a los canales sus canciones para que graben reacciones y luego convertirlas en promoción. 

A esta confusión general de todo lo que hay en la red, cabe sumar la IA. Una herramienta que está en un estado muy seminal, en la que aún puedes codificarlas. Recuerdo el debate sobre esto que hubo hace no mucho, cuando hicieron un montaje de Katy Perry en casa de la expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, que está en arresto domiciliario. 

Claro, yo aún podía reconocer que era un burdo montaje hecho con inteligencia artificial, pero a mi madre le escandalizó hasta el punto de que me preguntó quién era Katy Perry [ríe]. Yo todavía estoy en una franja etaria que detecto el bulo, pero muchos programas de televisión pasaron la foto como algo bueno. Y estuvieron debatiendo, hasta que se descubrió que era un montaje. Vivir en una cultura tan delirante es muy preocupante. 

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