VALÈNCIA. En este mismo instante, mientras esto se escribe a la vieja usanza sin que nadie pueda comprobar si tal afirmación es cierta, si el texto habrá sido pensado, preconfigurado como idea, estructurado por medio de la intuición y con la confianza de que una vez se comience a teclear se sabrá qué decir, y que lo escrito tendrá sentido y podrá ser leído y disfrutado o sufrido por los lectores de este medio, o bien, en lugar de eso, será producto de un artefacto matemático-maquínico que genera respuestas en base a la estadística de un modo tan creíble que parece pensar, como decíamos, mientras este fenómeno sucede en el pasado de quien lo lee, miles de millones de animales homo sapiens son (somos) conducidos hacia realidades inhumanas por el leviatán del tecnocapitalismo que con toda probabilidad, y aunque ellos no lo sepan, ya ha devorado a sus padres altmanianos, muskianos: el Estado, como en un sueño anarcolibertario, sucumbe y se corporativiza. El mundo está en manos de dinámicas desquiciadas y personajes tan delirantes como las hordas que los sostienen.
La sensación es que el presente, ese vehículo-prisión que nos traslada del pasado al futuro, se ha soltado de sus anclajes y avanza a una velocidad cada vez mayor rumbo a un mañana, llegados a este punto, difícil de imaginar. Ni siquiera podemos tener ya confianza en el accidente, en el impacto, en el colapso del modo en que tradicionalmente lo hemos imaginado. Ahora todas las posibilidades están sobre la mesa, especialmente aquellas con las que no podemos siquiera especular. Quienes anden escribiendo guiones en el género de la catástrofe lo tienen muy difícil: cada día que pasa trae consigo hechos que ya no es que sean históricos –esa misma idea de que cada día es histórico es ya cosa asumida, una moda del pasado–, sino que son muy extraños. El presidente de la nación de la independencia comparte vídeos ataviado con una corona y rociando con heces a los ciudadanos del país que gobierna, que se manifiestan en contra del retroceso hacia una nueva monarquía. El vídeo, por suerte (o no) es obra de una IA.

- Maximum Overdrive. Tácticas para un aceleracionismo excesivo, Holobionte Ediciones -
¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué clase de fenómenos operan sobre nuestras vidas, proyectadas a velocidades tales, que deshacen capa a capa nuestras posibilidades de existir? Maximum Overdrive. Tácticas para un aceleracionismo excesivo es una nueva antología sobre el pensamiento aceleracionista publicada por Holobionte Ediciones, ese sello que, por obra fascinante de su editor, el asombroso Federico Fernández Giordano, nos mantiene actualizados con las ideas menos convencionales, las únicas que pueden servirnos por tanto para comprender el desconcertante y peligroso punto en el que nos encontramos, varios pasos dentro de una revolución tecnológica como nunca habíamos conocido —una en la que por primera vez el objeto tecnológico puede escapar a nuestro control e incluso trascender la propia idea de herramienta en el camino a ser vida— y en un mundo en el que la amenaza fascista es algo más también que una amenaza.
Textos —traducidos por el propio FF Giordano— de autores que han pensado y escrito acerca del aceleracionismo, como no puede ser de otra manera, llevando su concepción más allá: aceleracionismo de género, blackceleración, feminismo excesivo, deleuzianismo negro, aceleracionismo absoluto, teoría-ficción, computación especulativa, potencialidades del xeno. Nombres como Maya B. Kronic, Edmund Berger, Amy Ireland, Luciana Parisi, Rebekah Sheldon, Patricia Reed, Vincent Lé, Ray Brassier, Aria Dean, Ramiro Sanchiz, Vincent Garton, Nix, Vít Bohal o Reza Negarestani, y por supuesto el propio editor, cuyo prólogo es en sí mismo uno de los mejores textos del libro, una necesaria introducción que nos ubica en el terreno recordándonos qué es y qué no es el aceleracionismo, que como todo, también ha sufrido diferentes intentos de asimilación y transformación maliciosa:
“En primer lugar, hay que entender que el aceleracionismo es todo lo que ocurre por fuera de la subjetividad humana. No es algo que uno o una haga. Sería más adecuado preguntar qué hace contigo el aceleracionismo; o mejor aún: qué hace todo lo que no eres tú (ya sea contigo o sin ti). Y eso significa el aceleracionismo, o de eso se ocupa el aceleracionismo […] nos advertía Sadie Plant en letras capitales ya en el año 1996, sabedora de que poca o ninguna importancia iban a tener los planes de los humanos en el orden mundial que se avecinaba: sabedora, a fin de cuentas, de que pronto iban a dejar de tener importancia nuestras «decisiones», nuestras esperanzas e incluso nuestros deseos, subsumidos ante un tecnocapitalismo desatado que atomiza toda capacidad de acción política, personal y colectiva a medida que los principios básicos humanos son entregados sin posibilidad de réplica a «su sucesor maquínico», en un «cambio de fase que es fatal y definitivo». «¿En serio habías pensado que el capitalismo cienciaficcional iba a permitir a los simios que tomaran decisiones?»”.
Lo cierto es que ya no tomamos muchas de las decisiones que acostumbrábamos a tomar. Hemos delegado mucho en la tecnología, pero ahora estamos haciendo mucho más que eso: día tras día transferimos el proceso de pensar hasta lo más básico a una inteligencia que tiene propietarios y que, aunque inevitablemente ellos mismos vayan a correr tarde o temprano la misma suerte que el resto de la especie, hasta entonces hacen negocio con la información que define quiénes somos, cómo somos, cómo nos sentimos. Maximum Overdrive: el acelerador pisado a fondo forzando las costuras de las contradicciones de un sistema cada vez menos humano. Quién sabe: quizás aún estemos a tiempo de decidir. Este mismo domingo pasado hay/hubo una cita con el futuro en Argentina. En este hoy de mañana parte de la ecuación de ha resuelto. Acelera o desaparece.