Libros y cómic

LA LIBRERÍA

Noches rusas y faustianas de Vladímir Odóievski

Pre-Textos publica esta obra tan compleja y fascinante como poco conocida en la que un grupo de amigos se reúne cada noche para desentrañar el siglo a través de inquietantes fábulas

  • El último día de Pompeya, Karl Briulov
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VALÈNCIA. Contar historias espeluznantes a la luz de una vela o linterna es una actividad nocturna  que quien más y quien menos ha practicado en alguna ocasión: un campamento en la montaña, en las proximidades del cementerio del pueblo, en la sobremesa de una cena en casa, o a bordo de un vehículo para amenizar una larga carretera. A veces estas sesiones comienzan de forma espontánea con un sabéis qué cosa más rara me ha pasado, a lo que sigue el relato de una vivencia, o bien todavía sin explicación —que no es lo mismo que inexplicable—, bien, en la mayoría de casos, marcada por una coincidencia de alto contenido simbólico: insectos en un sepelio, aves oportunas, hallazgos improbables, desenlaces funestos evitados. 

Por lo general, estos juegos narrativos de medianoche desembocan en una propuesta tal como hacer la ouija o cualquier otro ritual espiritista estilo decimonónico, a continuación van los lamentos de quien cree que se está yendo demasiado lejos y no se lo está pasando bien, un silencio prolongado y de transición para depurar la atmósfera sobrenatural, y un bueno, y ahora qué hacemos, que puede conectar con un pasatiempo para todos los públicos, unas cartas, un verdad o atrevimiento, o un se ha hecho tarde y me voy/nos vamos a dormir. Sin embargo, en ocasiones estas puestas en común de lo siniestro conducen a debates sobre la naturaleza misma de la realidad, y es ahí cuando encuentran un cauce inagotable que solo frenará ya el cansancio o la luz del día. 

  • Noches rusas, de Vladímir Odóievski (Pre-Textos) -

Esta, precisamente, es la premisa de Noches rusas, de Vladímir Odóievski, que publica Pre-Textos en su colección Narrativa Clásicos con traducción de Alejandro Ariel González. Publicada originalmente en 1840, la obra comienza con un grupo de amigos que abandona en mitad de la noche y la ventisca una aburrida velada para visitar la morada de su amigo Fausto, un personaje que según sabemos duerme poco, no cena, y no se afeita con regularidad, y que suele estar sentado en un sillón con un gato negro frente a una mesa con tijeras, navajas, cepillos y otras herramientas para el cuidado de las uñas. Allí, como en cualquier after que se precie, se puede fumar, y además, tampoco hay pregunta que quede sin respuesta. 

A partir de ese primer episodio, de esa primera noche —el libro se desarrolla a lo largo de una introducción, nueve noches, un epílogo y un apéndice—, asistiremos a sucesivas sesiones filosóficas en las que los protagonistas, encarnaciones de diferentes perspectivas ante los acontecimientos de su siglo, debatirán tras escuchar las sorprendentes crónicas extraídas de los misteriosos documentos legados a Fausto por unos amigos que decidieron recorrer el mundo desde distintos ángulos para tratar de obtener respuestas para las preguntas primeras y para las últimas. Estas sensacionales fábulas con moraleja política que Odóievski inserta en Noches rusas funcionarían descontextualizadas en una antología de terror, y son sin duda el gran descubrimiento del libro, por inesperadas, por actuales y por su gran calidad literaria. 

Merece la pena detenerse a destacar algunas: el joven de amor honesto, correspondido y sustituido por dinero que muere y reaparece flotando en su ataúd con una terrible inundación para atormentar a la sociedad; el creador de arquitecturas imposibles maldito que no puede morir y al que acosan los espectros de sus diseños no realizados y que ya no podrá llevar a cabo por extemporáneos; el médico que salva a precio de genio maligno, el ermitaño en lo alto de una isla —esta entraría en un volumen de ciencia ficción— que comparte el auge y caída de su otrora avanzadísima y codiciosa civilización desde un púlpito en las ruinas de la misma, o la dura distopía malthusiana en la que la humanidad se ha expandido en una ciudad global que ha acabado con los recursos más elementales, obligando a las personas a preocuparse solo por la alimentación, y a crear leyes que premian la muerte y consideran salvar a alguien o tener hijos los peores crímenes posibles

A cada una de estas excelentes historias le siguen intensas discusiones filosóficas y corales que cambian el registro de la lectura y que hacen que esta obra de casi quinientas páginas se devore como unos restos mohosos en el ocaso apocalíptico de una sociedad obsesionada con el beneficio. Si bien puede o no haber sido leída por autores posteriores que lo quieran o no beben de ella, pues como explica Odóievski en el apéndice escrito a propósito de la reedición de sus obras, la literatura es una corriente en la que nada existe sin lo anterior, desde las páginas de Noches rusas se pueden trazar autores como el nacido ruso Isaac Asimov, cuya psicohistoria se parece mucho a la etnografía analítica que aquí se propone como evolución científica de la disciplina de la historia. 

 

Entre estos ecos al futuro también resuena el nombre del brillante Ted Chiang, cuyas narraciones fantásticas conectan con hechos legendarios como la torre de Babel que comparten tono con los empleados por el ruso. Sea como sea, para quien no conociese a la obra o al autor, como quien esto escribe, será una auténtica sorpresa, cuando no una revelación, formar parte de estas noches que con enorme lucidez anticipan el envilecido panorama que atónitos, consternados, lobotomizados, conocemos a cada instante en nuestros espejos negros portátiles: la decadencia y embrutecimiento de los imperios camino de la barbarie —como en Fundación—, la normalización de los crímenes más horrendos contra el vecino, o la ridiculización de la bondad en el espectáculo demoníaco del odio orgulloso y sin máscaras.

 

Además de esto, Odóievski supo ver lo que hoy sería China, y dejar para la posteridad su esperanza de que el tiempo venidero fuese el de las naciones eslavas y Rusia en concreto, que tomarían el relevo de un Occidente cansado cuyos conocimientos y progresos protegerían y llevarían más allá con el ímpetu propio de una joven civilización. La postura al respecto de Odóievski en el tramo final del libro, eso sí, es conciliadora, una invitación. Requeriría una décima noche que está todavía por escribir. 

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