Libros y cómic

VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Todolí: así ideó el pope del arte su defensa del territorio valenciano

Una conversación con el valenciano que dirigió la TATE y conformó el IVAM, a propósito de su nuevo libro, una defensa de la huerta y el territorio

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VALÈNCIA. Todolí ha escrito un libro sobre museos. Aunque no sobre los museos que uno podría creer teniendo en cuenta que este hombre, de Palmera, en La Safor, ha dirigido la TATE Modern, Serralves en Porto, ha asesorado a HangarBicocca de Milán, además de un impulso fundacional en el IVAM y Bombas Gens

Es libro se llama Quisiera crear un jardín (y verlo crecer) (Ed.Espasa, con la edición de Juan Lagadera) y sí, también incluye esos museos, con pasajes que contienen momentos crudos, tiernos e inimaginables (Todolí en la TATE, revelándose contra la sensación de que estaba allí para “vender patatas”…). Pero es especialmente sobre otros museos: los que están al aire libre. Es como terminará llamando Todolí a huertos y jardines como el que cultiva desde hace años en su pueblo, un espacio idílico colmado de cítricos. Una utopía que huele a nosotros. 

Ese paralelismo, entre unos museos y otros, es el que atraviesa todas las páginas, en una lucha fratricida por defender los valores propios; es el deseo de Todolí de practicar una cultura del lugar, expresada a través de su canto épico contra el desarraigo y la depredación del territorio. 

Todolí atiende. Y, quien lo conoce, ya sabe que eso significa asimilar un torrente de ideas que se desprenden con la ilusión del niño que acabó marchándose, pero que nunca se terminó de ir. Tanto que volvió, vio… y sembró. 

“La idea con el libro era recopilar muchas de las entrevistas que había hecho y darles formas. Pero a mitad del proceso me dio un ataque de pudor”, cuenta Todolí sobre el proceso de confección de la obra. 

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-¿Cómo superas el pudor?

-Enviando un primer borrador, leyéndolo de nuevo, enviando un segundo… así sucesivamente, hasta encontrar que era mi voz la que estaba en las páginas. Y, alea jacta est. No he podido volver a él. 

-Hablas de la relación de tu abuelo, tu padre, con los Brines, entre huertos. ¿Cuál es tu semilla, cuándo miras hacia el territorio?

-La caída de San Pablo camino a Damasco, ¿no? En Nueva York me doy cuenta que no basta con las imágenes. Hablando con un psiquiatra me dice que vaya a la montaña. Un artista puede vivir de las imágenes, tienen un pozo donde pueden tirarlo todo, pero el resto no. Me dice: coge una piedra, mírala, no es una imagen, es una piedra. Una hoja, mírala, es una hoja, no es una imagen. Cuando regresaba a casa, caminando por la montaña con Joan Pellicer, me lo enseña todo: hierbas, costumbres… Toco tierra, ahí toco tierra. Esa fue mi primera introducción. Vuelvo a apreciar lo que me rodeaba en mi origen. A los 17 años quería huir, pero en ese momento conecto de nuevo. Ahí está el origen de todo. Comienzo a querer devolver a la vida mi entorno. 

Hace unas semana, después del incendio en la Vall de Gallinera de hace unos años, hemos vuelto a cosechar algunos de los olivos que se han recuperado. El aceite ahí no es un objetivo, es un resultado. De eso se trata. 

Desde ese momento descubro que ese entorno, en la Vall, era el lugar donde engancharse al tiempo transcurrido, al devenir de la historia. Una lección de humildad que te lleva a preguntarte cuál es tu posición ante el tiempo. 

-Hablas de etnocidio cultural sobre nuestro territorio.

-En el año 2000 formé parte del movimiento ‘Abusos urbanísticos no’. Y eran todos extranjeros, el único local casi era yo. Intentaron ese etnocidio sobre nuestro entorno. Decidimos entre Brines, Gisbert -que era director del Museo Arqueológico de Dénia- y yo hacer una rueda de prensa para denunciar el proyecto de urbanización de la Vall, donde querían hacer urbanizaciones, autopistas… Conseguimos pararlo. 

Encuentro que, de cierta manera, mucha de la gente que está en la tierra odia la tierra, porque cree que el progreso es urbano. Han interiorizado que la tierra es miseria, pobreza, ignorancia. Una casa increíble de pueblo, con corral, patios interiores, no se aprecia… Como si los sentidos respecto al lugar estuvieran bloqueados. Prevalecen otros valores. 

  • Imagen que ilustra Quisiera crear un jardín (y verlo crecer) -

-Has trabajado, trabajas, para instituciones que forman parte del centro elemental de muchas ciudades. Al mismo tiempo, pareces huir de ellas.

En la TATE, a la hora de comer, yo sacaba el aceite que ya hacíamos en la Vall de Gallinera. Se reían. Me miraban como si fuera una excentricidad. Luego comenzó a cambiar y se interesaban por el origen del aceite… Ahora eso está de moda. 

-Cuentas que parecía que tu trabajo en alguno de estos lugares fuera vender patatas. Una tensión casi fundacional entre arte y mercado. 

-En concreto ocurría en la TATE, ante la necesidad de incrementar ingresos. Les advertía del riesgo de morir de éxito. De todas formas mi reacción ante eso era tan excesiva que solo había dos opciones: que me despidieran o que no se volviera a plantear el tema. ¡Tú defiendes al artista, no a la institución!, me acusaban. Pero es que el artista es lo primero y luego la institución. Tú tienes este empleo por los artistas, les contestaba. Somos intermediarios entre el arte y el mundo. Y ahí se acababa la discusión. 

-¿Cómo ha evolucionado esa tensión en los museos?

-A peor, a peor. Los museos crecen demasiado guiados por las expectativas comerciales. ¿Es necesario crecer? Depende. Si creces sin poder garantizar tu independencia, entonces para qué, ¿para traicionarte? 

-De ahí la necesidad de organizar exposiciones blockbuster

-¡Y por eso quien no ha tenido oportunidades nunca las tendrá! Al no tener público no los programan. La pescadilla que se muerde la cola. Todo tiene que ser popular para que sea comercial. No, un museo no se puede hacer por dinero.

Pero ahora parece que es el momento de la marca. Todo tiene que ser brand

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-Tu regreso a la tierra, la reconexión al lugar, ¿hasta qué punto supuso un regreso al ecosistema cultural valenciano después de la marcha traumática del IVAM?

-Yo vuelvo a Palmera. A València casi solo al aeropuerto. El tiempo que podría dedicar a la ciudad lo dedico a la fundación (Todolí Citrus). La verdad es que si no hubieran ocurrido las cosas como ocurrieron en el IVAM quizá yo me hubiera quedado para siempre en  València, tenía plaza de funcionario. Casi agradezco lo que pasó porque me permitió todo lo que vino después, gracias a esa salida pude hacer carrera internacional.

En ese momento es cuando me ofrecen también dirigir el Guggenheim de Bilbao pero decido irme a Serralves en Oporto, que estaba por hacer. Me decían que cómo me iba a un sitio que todavía no estaba ni construido. Pues por eso mismo. 

-¿Cómo ves València desde esa cercanía algo distante?

-València siempre la veo ciclotímica. De repente hay un año de abundancia y de repente la carestía. Y cuando hay mucha cosecha buscamos el gran festín, sin pensar en el día después. La fartà, ¿pero después qué? Lo que importa es el día a día. 

-Conectas la idea del museo con el huerto, un museo al aire libre. Tus dos mundos. 

-Yo no me daba cuenta pero un huerto es un trabajo de investigar, de dejar crecer, de esperar, de ordenar, de ir haciendo tu colección. Llegué a esa conclusión a posteriori. Es un trabajo que no permite las prisas, que requiere esperar, y seguir un ritmo, al igual que ocurre con la colección de un museo. Es la preservación de una sabiduría y de una memoria. Por eso desde la fundación continuamos comprando tierras. 

-A un huerto no se le puede mentir, dices. “Que es acaso un jardín sino un autorretrato”. 

-Estás proyectando allí tu alma, es lo más real que hay. Porque lo que pones allí es lo que eres, tus ambiciones. Sería absurdo engañarse. Si veo el huerto o el jardín de alguien, sobre todo si no es profesional, sé qué tipo de persona está detrás. 

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