VALÈNCIA. Cristina Fernández Cubas no solo ha hecho del cuento una unidad narrativa de prestigio con su excelente manera de escribirlos; también los ha convertido en un espacio a reivindicar y defender, tanto como escritora como lectora. En Lo que no se ve, Cristina Fernández Cubas regresa a un territorio que, de alguna manera, podría todos esos relatos suyos; uno silencioso en el que una mínima variación en la atmósfera basta para trastocar la realidad.
La autora destaca, a través de seis historias reunidas, la potencia de lo invisible, aquello que no acaba de formularse pero que imprime carácter a cualquier relación humana. “Todos mis cuentos y mis novelas creo que tienen esta exploración del reverso de las historias. En todas las relaciones humanas hay un algo que cambia el ambiente, que lo puede turbar. Siempre me ha interesado explorar eso”, explica.
“Me interesa introducir, en espacios y lugares cotidianos, algo que lo perturbe. Esa es la herramienta que sí que une muchos cuentos”, añade. El título, reconoce, podría servir incluso para agrupar su producción entera: “Muchas veces los títulos de los libros adoptaban el de uno de los cuentos que podía resumirlos a todos. Pero esta vez no era así. Entonces salió Lo que no se ve. Y creo que, en realidad, todos mis relatos podrían reunirse con este título”.
Y es que, ese universo cotidiano y extraño, le persigue: “Siempre hay algo que inquieta, algo que perturba la normalidad. A mí precisamente me inquietaría algo que sea totalmente plano. Las familias normales me inquietan muchísimo. La perfección es, realmente, imperfecta”, afirma.
Este convencimiento, mezclando con su certera narrativa, acaba contagiando al lector: “Si tú te perturbas por la situación que estás escribiendo, entonces el lector seguramente se perturbe. Si no estuviera tan metida, dudo mucho que llegara al lector”.
Por eso Fernández Cubas defiende el cuento como un mecanismo vivo, capaz de crecer al margen de cualquier planificación: “El cuento es estupendo precisamente para ir explorando mientras lo escribes. Hay escritores que les encanta tener todo planificado y conocen el final… Pero a mí normalmente no me interesa colar un pensamiento concreto, sino que el cuento permite precisamente que vaya creciendo por sí mismo, que sea el propio cuento el que se escriba, el que me vaya diciendo”.

- Cristina Fernández Cubas, en una fotografía reciente en Barcelona. -
- Foto: Kike Rincón / Europa Press
El Ángel Exterminador
En su diversidad, pocos elementos son comunes a todos los relatos de Lo que no se ve, pero uno de ellos sería la idea de El Ángel Exterminador, donde la autora encierran a sus personajes en espacios cerrados —casas, tiendas, habitaciones que funcionan como cajas de resonancia emocional. “El cuento exige una economía total de personajes, de situaciones. A mí me gustan mucho los espacios cerrados y las relaciones interpersonales. Tú colocas dos personas, hermanos, amigos, matrimonios, en un espacio cerrado y posiblemente tengo más probabilidades de que haya una explosión”, justifica.
Y añade: “Encerrarles o privarles de algo hace que sea más sencillo que esas herramientas que utilizamos la naturaleza humana para ocultar, para tener secretos, no nos sirvan… y de repente es cuando se canalizan cosas que nos ocultamos”.
Qué hace un libro de cuentos
Para Fernández Cubas, un libro de cuentos debe tener una coherencia interna que vaya más allá de reunir piezas sueltas. “Un libro de cuentos, para empezar, tiene que ser un libro de cuentos. Que cojas cinco cuentos muy buenos y los pongas juntos no significa hacer un buen libro de cuentos”, afirma.
Esa unidad —dice— se construye de forma casi intuitiva. Por eso desconfía de las combinaciones forzadas entre formatos distintos: “No me gusta mucho, aunque sean muy buenos por separado, esos libros de cuentos que unen cuentos largos con microrrelatos… El microrrelato merece un libro aparte”. Y en el caso de las antologías, la cohesión funciona con otros parámetros: “Los cuentos completos de un autor tienen su mirada. Lo que ya es más difícil es una antología de varios autores… Generalmente tiene que haber un nexo muy claro y evidente de unión; si no, la antología se cae por su peso”.
En Lo que no se ve, esa unidad procede justamente de lo que se escapa de escena: una atmósfera que cambia crucialmente una rutina cómoda; una tarde o una conversación que alteran una relación consolidada. Fernández Cubas vuelve a ese territorio con la misma convicción: para revelar lo que nunca termina de mostrarse y que, sin embargo, determina lo que somos.