VALÈNCIA. Cuando dejamos de saber de Buddy Bradley, se había rapado la cabeza, llevaba un parche en el ojo y se dedicaba al negocio de la chatarra. Vendía aluminio reciclado. Una profesión a la que había llegado tras intentar mantener una tienda de productos de coleccionista de cultura pop. Quizá acabar gestionando un vertedero es la salida natural de ese trabajo. Sería el año 2005.
El personaje, con el que muchos hemos crecido, para mí no estaba agotado en absoluto. Parece que el que se hartó fue su creador, Peter Bagge, que siempre ha mirado con recelo el mundo profesional del que proviene. Hace ya años se me quedaron grabadas sus quejas de que la gente cuando se hace mayor deja de comprar tebeos y que, como negocio, no es precisamente boyante. Es más, él salió adelante gracias a que su mujer tenía un buen sueldo.
Durante años, no tuvimos Odio, pero sí Other Lives o Reset, entre otros, historias en las que seguíamos disfrutando de la forma de ver el mundo de su autor y, de algún modo, mantenía la llama. Nos lo puso más difícil cuando le dio por las biografías, que no dejaban de ser interesantes, pero estaban no dejaban de ser un complemento de la línea dura. En los últimos años, lo único que ha ido apareciendo eran reediciones de su obra clásica y el autor empezaba a oler a póstumo como creador.
Pues ha llegado la buena nueva. ¡Odio desatado! es una entrega más de la vida de Buddy y Lisa. Para mí, no es un tebeo normal, es oro en paño tener esto entre mis manos. Sobre todo en estos tiempos, cuando un país neurótico y paranoico como Estados Unidos se ha convertido en un auténtico manicomio al que, poco a poco, nos vamos pareciendo los demás.
Ahora Buddy, nuestro Buddy, habla de Trump, del poliamor y del género fluido. Sin embargo, los gags no están en esos temas, que son simplemente el paisaje por el que circulan actualmente los personajes. La genialidad está en el retrato generacional más profundo, que es algo que nunca ha abandonado estas viñetas.
Buddy y Lisa ahora son padres de un adolescente y, si bien podemos observar cómo las expectativas vitales y laborales del chaval –y sus amigos- son bastante modestas, lo que define muy bien la evolución del capitalismo estadounidense, también vemos cómo se comportan ellos cuando tienen que cuidar de alguien y orientarlo. Y es curioso, sus padres eran autoritarios y carcas, pero seguramente les daban más libertad de las que ellos le dan a su hijo. Es normal, yo nunca le daría a un hijo la misma libertad que tuve.
Hay que destacar también que si Odio funcionó tan bien siempre en España fue por la traducción de Hernán Migoya. Ese idilio sigue vivo en esta nueva entrega y no tiene precio. Es posible que con otra traducción la recepción de esta obra hubiese sido completamente distinta. Por ejemplo, en esta utiliza en una línea de diálogo la palabra “cinquillo”, en alusión a nuestro juego de naipes. Ahí hay valor del traductor, pero es la valentía del que sabe lo que se hace porque encaja perfectamente en lo que se quiere decir. Es solo un término, pero aporta tanto. Entre otras cosas, una carcajada. Y así todo.
Por primera vez, estas nuevas páginas de Odio están llenas de flashbacks. Vuelve a los años de Seattle y Nueva Jersey, pero contando historias nuevas que complementan las que ya conocíamos. Esos recuerdos, además, respetan el blanco y negro original en el que leímos aquellas páginas y no puede ser mejor idea.
Pero que ya es el delirio, como si de un partido de all-star se tratara, es que entremedias hay alivios cómicos de Mundo Idiota. Concretamente, de mi personaje favorito de ese fanzine que editaba el autor en los 80: Culodado. Ese personaje lo daba por completamente cerrado y enterrado.
No soñaba con volver a saber de él en lo que me quedaba de vida y aquí está, con nuevas andanzas espectaculares. Sobre todo, con detalles sutiles. Como que su amigo y compañero, Botellas Bebedizas, lleve camisetas de grupos de rock de los 70. No sé bien qué querrá decir Bagge con eso, pero me pega en un personaje que solo destaca por su pene descomunal y sus cicatrices viruela.