Este comienzo de junio nos volverá locos a todos, si estamos pendientes de las noticias políticas de nuestro país o patria, donde no es como lo que decía M. Rajoy de las peras y las manzanas. Aquí a un cacho de pera se le puede injertar medio plátano, y los votantes de la derecha civilizada, tan campantes. A fin de cuentas, tanto monta el señor Rivera como el aguerrido Abascal. Este último monta más si se descuidan, con su aura de conquistador (de Imperios). Pero no era de estos pactos en la cuarta dimensión de lo que una servidora quería hablar, sino de libros. Pido perdón y me disculpo, pero es que enciendes cualquier aparato o coges cualquier papel de periódico para envolver el bocadillo de tu hijo, y ahí está alguien o varios en una mesa delirando con unas negociaciones dadaístas. Las hay que llegan a la cuadratura del triángulo, pero en general se quedan en pura mentira en tirabuzón: yo a este señor o señora no los conozco, ni siquiera si apoyan a los señores en los que yo me recuesto; es más, los odio, y aunque formemos gobiernos de colaboración no daré la mano a nadie. Eso dicen al ser preguntados. Lo entiendo, pero el lado izquierdo de mi cerebro se niega a compartirlo. Yo iba a hablar de libros, concretamente de libros rechazados.
Los libros han ocupado, como mercancía –digo-, gran parte de este tiempo en las ferias. En la de Madrid, con la que el tiempo ha sido clemente, ha habido ganancias considerables sobre las ventas del año pasado. Ha firmado en ella una barbaridad de escritoras mujeres, que los medios resaltan como si las escritoras estuvieran creciendo como coles porque alguien de su cuerda se encarga de regarlas, no por su excelencia creciente. Lo que sí les diré por experiencia propia es que, en términos generales, hay más lectoras que lectores, y que éstos muchas veces compran libros para regalárselos a su madre o a su chica. Te piden la firma con cierta timidez abochornada, como si fueras a reñirles –cosa que no harías en toda tu vida. ¡Qué poco nos conocen!
Pero los que de verdad triunfan son los políticos que consiguen que el ayudante, “negro”, voluntario de las juventudes o lo que tengan, termine a tiempo su aportación a la cultura político autobiográfica para la feria. La editorial empuja. y estos libros se venden muy bien, aunque su vida sea efímera. Al lado de mi caseta estaba firmando Miguel Angel Revilla, con una cola que llegaba a la Terminal 4. Lo digo con total simpatía para el presidente cántabro, al que aprecio como político y como persona. Me encantó que mis lectores góticos se rozaran con los suyos, a ver si así la cordura política aumenta un poco en este país, que debería tenerle como presidente. Revilla e Iñaki Gabilondo, el periodista, tienen la nación de naciones en la cabeza y son personas de bien. Me gustaría que me representaran. También andaba firmando por allí gran turba de chefs estrella, tertulianas , periodistas del corazón, youtubers y otros expertos en cosas sin relación alguna con la literatura, cada uno con su respectiva cola de followers. Suscitaban la negra envidia de los editores de libros auténticos, incluso los de novelas de género policiaco; de los escritores, no, porque estamos acostumbrados a que nadie nos haga caso.
Pero yo a lo que iba era a recomendarles que vean la película La biblioteca de libros rechazados (Le Mystère Henri Pick, 2019), de Rémi Besançon, que como obra de ficción que es te consuela de tanta tropelía real y te construye un mundo inteligible e inteligente, como suelen hacer los franceses. Se propone y consigue fabricar una elegante intriga con elementos tan insospechados como un libro que reposaba con sus compañeros rechazados, encuadernados con espirales, concebidos y no nacidos, por el que se interesa una joven editora. Fabrice Luchini y su risueña ironía de intelectual que parece eternamente ido pero que siempre está, les encantará.