El “nuevo” Consorcio de Museos de la Generalitat Valenciana celebraba la pasada semana una gran fiesta para abrir las puertas de su futuro inmediato. Aunque no me gustan los cambios drásticos ni poner porque sí un punto y final a un trabajo y a una inversión realizada durante muchos años -fui contrario al cierre del Carmen como segunda sede del IVAM que al final logró lo que se pretendía, borrar la memoria de una etapa anterior, o a la sala de exposiciones del Palau de la Música sin explicaciones muy lógicas- sí estoy de acuerdo en que al Centro Carmen, al menos, se le había terminado un ciclo con la salida de su hasta ahora responsable y el cambio político.
Durante su tercera/cuarta etapa ha actuado como un contenedor abierto a todo tipo de sensibilidades pero cada cual más alejada de la que se proponía en la sala contigua. Eso no significa en absoluto cuestionar el trabajo realizado por Felipe Garín -su último responsable- sino resituar el centro expositivo que ha sido de todo y nadie sabe en realidad qué por indefinición política y seguramente miedo.
El exceso de información conduce a la desinformación y el de la oferta artística sin tregua a la descolocación intelectual y el aturdimiento dentro de una batalla general y sin freno de exposiciones e inauguraciones.
Nos faltaba un espacio común y potente en el que el visitante supiera siempre lo que allí iba a encontrar sin necesidad de publicidad y propaganda innecesaria
Siempre he sido defensor de que el Carmen, que nos ha acercado grandes exposiciones efímeras y también muy caras y ha tenido como protagonistas desde Sorolla al paisaje romántico, los bodegones, el arte conceptual, la contemporaneidad, valencianos incluidos, y hasta la revisión histórica debía tener su propia identidad y no ser un gran cajón en el que todo cabía sin mayor destino que el de exponer sin coordinación interinstitucional para volver a inaugurar cada seis semanas. Como también, que la creación joven, los nuevos lenguajes emergentes aún no asumidos en su totalidad para tener cabida en un museo contemporáneo sin un rodaje previo y la experimentación a través de cursos, talleres así como todas las nuevas disciplinas relacionadas con las Bellas Artes e incluso las Artes Escénicas y Musicales, necesitaban de un espacio centralizador con el que identificarse en toda su extensión y además bien situado, en un edificio histórico y de peso arquitectónico, aunque aún le quede un tercio sin rehabilitar.
Nos faltaba un espacio común y potente en el que el visitante supiera siempre lo que allí iba a encontrar sin necesidad de publicidad y propaganda innecesaria, insulsa y de extremo oficialista. Algo así como sucede actualmente en el IVAM y parece que comienza a ocurrir, o debería, en el San Pío V. Todo después de haber sido descabalgada la idea de haber podido convertir al Carmen en sede de un Museo del XIX, con todo lo que significó el siglo en el arte valenciano, que tanto se echa en falta y tan buenos resultados hubiera dado en una tierra donde lo que gusta ha sido y es vivir de las cifras de visitantes y para nada arriesgar.
Durante muchos años, como se ha cuestionado en múltiples ocasiones, los espacios museísticos de la ciudad de Valencia, por no ir más lejos, han sido territorio privado de la Administración titular correspondiente dentro de ese maremágnum y revolutum donde nadie ha escuchado a nadie y todos han hecho la guerra por su cuenta; empezando por el propio Carmen con el San Pío V o éste con los museos municipales y con el IVAM de la etapa más “oscura” que ahora estamos descubriendo en toda su extensión.
Está bien que el Carmen asuma su propio rumbo y responsabilidad y sé que José Luis Pérez Pont, el nuevo responsable del Consorcio, puede ser capaz de lograr el objetivo. Al menos se ha ganado la plaza por concurso de ideas y energía no le falta. No recibe un cheque en blanco, pero merece su oportunidad, que es lo que pedían los convocantes. Eso sí, siempre que actúe con una mentalidad abierta, un discurso ordenado y no sujeto a gustos temporales o personales, tanto individuales como del equipo con el que se ha de rodear o los comisarios con los que debe colaborar.
Vertebración y orden
Pero más allá de este hecho, lo que continúa echándose en falta es una verdadera parcelación de los territorios. Más o menos que cada una de las instituciones correspondientes y sus museos adscritos planifiquen de verdad un plano de museos de la ciudad que delimite el espacio que cada uno debe ocupar en el futuro más inmediato. Así se evitaría que los cambios políticos vuelvan a ser tema de debate y ruptura de sensibilidades, lo que significará haber perdido de nuevo el tiempo y por tanto volver a empezar. Es difícil lograr confluir ambiciones personales. En ese gran debate no sólo han de entrar los espacios vinculados a la Generalitat, el Ayuntamiento de Valencia o la Diputación. Más aún cuando desde hace tiempo corre por ahí la sugerencia de la corporación provincial de poner en manos de la conselleria de Cultura la gestión del MuVIM que, sin ir más lejos, ha dejado de lado el más reciente de los muchos cambios sufridos por el edificio de Guillem de Castro. Pero cuidado, ese cambio que ahora se celebra en el Carmen y en el Consorcio también tiene sus peligros porque no es ni será el único espacio abierto a la nueva creación.
La idea inicial de modificar la gestión interna o la colaboración anual con un equipo de comisarios que durante una larga etapa se ocupe/n de un espacio único del Consorcio no son descabelladas. Pero han de estar muy bien trenzadas para evitar grietas, egos y rencillas tan habituales en ese microcosmos. Sobre todo siendo conscientes de que el Carmen no es en sí mismo un museo al uso, como no lo es el MuVIM, ya que ninguno de los dos posee colección salvo el “parque de atracciones del conocimiento” de la corporación provincial que recibe esa sui generis denominación por sus muñecos, decorados y audiovisuales obsoletos.
El Consorcio tiene el gran reto de coordinarse con otras instituciones que desde hace tiempo vienen desarrollando labores similares: desde las Naves municipales de la calle Joan Verdeguer o los interesantes programas que pone sobre la mesa la misma Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia. Sin olvidar a todos aquellos patronos –el Consorcio lo integran los ayuntamientos de las tres provincias así como las diputaciones correspondientes, aunque alguno hace tiempo que no haya puesto ni uno- o el propio Espai d’Art Contemporani de Castelló sin desatender el notable crecimiento de espacios alternativos privados que empujan más de lo que muchos valoran.
Ante los cambios profundos simplemente cabe lógica, ponderación, racionalidad y suerte. Pero por encima de todo líneas claras.