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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Lo bélico en el arte: entre el documento y la denuncia

27/02/2022 - 

VALÈNCIA. Sinceramente, hay pocas ganas de escribir estos días tristes y aciagos presididos por poco más que no sea la terrible invasión de Ucrania por Rusia y su todopoderoso ejercito. Una de las grandes elipsis del arte español es una escena violenta con un resultado dramático en la que quizás un manifestante, posiblemente un trabajador, yace inconsciente o, lo peor, sin vida sobre los adoquines de una ciudad desierta bajo la lluvia, que podría ser València, tras una refriega no sabemos si militar o policial. Se trata de una extraordinaria obra pintada en 1904 por el gran Antonio Fillol y se halla expuesta en el Museo de Bellas Artes de València.

La violencia entre los hombres, en las más distintas formas que quepa imaginar, es una de las grandes expresiones del arte, hay que reconocerlo, porque muchas son las historias imaginadas o reales en las que la sangre, el horror ha cerrado o abierto capítulos de la historia de la humanidad. Son numerosas, por tanto, las obras de arte figurativo que contienen la violencia en los más diversos contextos: mitológico, religioso, histórico, o social. No obstante, la grandeza del arte conlleva la capacidad que tiene para que percibamos la belleza e incluso el arte por el arte tras el drama más desgarrador, sin que dejemos en ocasiones de empatizar por quienes protagonizan la escena. Lo bélico ha estado presente desde tiempo inmemorial. Antes, mucho antes, de la llamada pintura de historia y de que proliferara ese subgénero que se denomina pintura de batallas, podemos encontrar el tema bélico en el Arte Antiguo egipcio o griego a través de las escenas que los pintores incorporan a las cráteras cerámicas. Por supuesto también en el arte romano podemos encontrar muchos ejemplos de escenas bélicas como en los arcos triunfales con las escenas contenidas en relieves escultóricos. Como ejemplo más asombroso conviene siempre citar la fabulosa Columna Trajana, que se encuentra junto al Foro romano, y que relata la conquista de la Dacia (actual Rumanía) en el siglo II. 

Casi diez siglos más tarde, en la Edad Media el importantísimo tapiz de Bayeux se erige como la gran obra maestra medieval de carácter bélico tanto por su calidad como por su ambición puesto que se trata de un tapiz de más de sesenta metros de longitud y que relata la conquista de Inglaterra por los normandos: batallas con más de seiscientos personajes y otro tanto de animales, arquitectura militar con casi cuarenta fortalezas, e igual número de navíos. La explosión hay que encontrarla ya en el Renacimiento con importantes ejemplos bélicos en obras conocidas de Paolo Ucello con su tríptico de la batalla de San Romano pintada a mediados del siglo XV que hoy se encuentra separado en la National Gallery, los Ufficci y el Louvre, o en obras de los más grandes como Rafael en las estancias vaticanas o Leonardo con la desaparecida batalla de Anghiari.

Esteban March

Con la llegada del Barroco las batallas que se representan buscan los instantes de carácter heroico tanto de individuos como de una nación a través de sus ejércitos o a un conjunto de estos bajo una misma bandera en defensa de unos valores predominantes en el momento con todo el simbolismo que ello representan estas escenas. Asimismo, por primera vez en la historia del arte, observamos una precisión documental tanto de los ejércitos que se enfrentan como del lugar geográfico ya sea el mar o tierra adentro, donde las hostilidades se desarrollan como si el artista-cronista dispusiera una vista de pájaro (hoy diríamos vista de dron) forzando lo que sea necesario las perspectivas para poder acoger todo lo acontecido en el campo de batalla. No podemos dejar de mencionar, en este caso, la impresionante galería de batallas del Monasterio del Escorial que Felipe II encarga realizar a varios pintores de frescos venidos de Italia para conmemorar las más importantes victorias culminando en la batalla de San Quintín: un espacio de 50 metros de longitud y 8 de alto en la que se trabajó durante seis años.

En el ámbito valenciano del siglo XVII tenemos que mencionar necesariamente a Esteban March, pintor de batallas, entre otros géneros, del cual no conocemos muchos datos de su vida, si bien su nacimiento podemos situarlo en torno a 1610, aunque es una fecha incierta. March tuvo una destacada fama en la ciudad de València, pintando (muchos por encargo) los citados cuadros de asunto bélico predominantemente caballería, con función más decorativas que documentales, de formato habitualmente apaisado, muchos de estos para ser colocados sobre las puertas interiores de las viviendas.

Goya, Carga de los mamelucos

Otro de los programas de exaltación más importantes del siglo XVII fue la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, encargado por Felipe IV a los más célebres pintores entre los que estaban Velázquez, Zurbarán o Maíno. Un ambicioso proyecto que se ejecuta en la actualidad devolverá al salón de reinos, situado a pocos metros del Museo del Prado, su esplendor ubicándose las obras, de nuevo, en su espacio original. Es inevitable no hablar de Goya si lo hacemos de arte y guerra. Será casi dos siglos después cuando el genio de Fuendetodos marque un antes y un después, desde esa óptica mucho más naturalista, y dejando a un lado cualquier viso de idealización. Goya se erige como cronista de la Guerra de la Independencia desde la verdad y no desde la exaltación. 

Además de a través de sus obras magistrales en gran formato como la Carga de los mamelucos, o los Fusilamientos del 3 de mayo no podemos olvidar la magistral y siempre vanguardista serie de grabados bajo el título Los desastres de la guerra, a través de la cual el genio aragonés se revela como mucho más que un pintor. Es posiblemente Goya quien inaugura una nueva perspectiva en la que la denuncia y el horror subjetivo del artista se pone por delante del hecho histórico relevante o la exaltación patriótica. La mirada crítica prácticamente inexistente hasta el momento en el arte se posa sobre los hechos que recoge en sus lienzos, dibujos y grabados para advertirnos sobre el horror y el espanto que representa el campo de batalla. La serie significa una visión de la guerra en la que no hay héroes ni villanos, los personajes no sabemos a qué bando pertenecen, en la que todos son víctimas. La simbología y la parafernalia bélica no aparece por ningún lado y sí la sensación de derrota y tragedia.

Una mirada demasiado moderna para que tuviera un calado en el arte inmediatamente posterior, todavía académico, presidido por grandes formatos de exaltación patriótica y de carácter documental influido por la gran escuela neoclásica francesa capitaneada por David y Delacroix. Los artistas españoles, a través de obras de gran formato José Madrazo, Casado del Alisal, Rosales, Gisbert (El fusilamiento de Torrijos) y Fortuny, liberados ya del academicismo. Todo ello hasta culminar de alguna forma en la última gran obra maestra del genero en el arte español: el Guernica de Picasso magistral e icónico, aunque de interpretación controvertida, pero indiscutiblemente revelador y visionario, aun sin quizás pretenderlo, de las tragedias que se han venido sucediendo en el siglo XX, y las que vendrán.

Detalle del Guernica de Picasso

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