En política se recurre a la distinción de lo que es importante y lo que es urgente para justificar la falta de acción ante problemas importantes porque hay cosas más urgentes. Valga como ejemplo, entre muchos, el de la reforma de la financiación autonómica. Hay asuntos, no obstante, que son tan importantes como urgentes, pero ni se les da la importancia que tienen ni se atienden como una emergencia.
Ha hecho falta que dos gemelas de 12 años se tiren por el balcón de su casa para que recordemos que el goteo de suicidios y de tentativas no se ha cortado sino todo lo contrario, va en aumento, especialmente entre los adolescentes de menor edad y entre las mujeres. La noticia ha coincidido con la del instituto de Mislata cuyo equipo directivo dimitió ante la falta de respuesta de la Conselleria de Educación a su petición de medios para atender a 15 alumnos con pensamientos autolesivos o suicidas.
España superó en 2021, por primera vez, los 4.000 suicidios en un año y los datos del primer semestre de 2022 mostraban un aumento. Dos tercios son hombres, la mayoría de mediana edad, pero las tentativas de suicidio crecen en mujeres, sobre todo en las más jóvenes. Como si tuviéramos que igualarnos también en eso y, además, al alza. Según la Fundación ANAR, que se ocupa de prevenir este problema en niños y adolescentes, en la última década se han multiplicado por 26 los intentos de suicidio y por 24 las ideas de suicidio.
En el resto del mundo occidental la tendencia es la misma. El Youth Risk Behavior Survey Data Summary & Trends Report: 2011-2021, una amplia investigación sobre los adolescentes de EEUU basada en encuestas cada dos años, muestra que el 57% de las alumnas estadounidenses experimentaron persistentes sentimientos de tristeza o desesperanza durante el mes anterior a la encuesta –en 2011 era el 36%–; el 24% concibió en los doce meses anteriores un plan para suicidarse –en 2011 era el 14%–, y el 13% lo intentó. La encuesta no incluye, obviamente, a las que lo consiguieron, por lo que la cifra real es peor. Los porcentajes entre el colectivo LGTBI+ son aún mayores.
Los expertos apuntan múltiples causas que explican este alarmante aumento que no solo se da entre los jóvenes. La pandemia ha provocado un salto, lo muestran las estadísticas, pero, según señalan los entendidos con esos mismos datos en la mano, la cosa viene de antes, de hace más de una década en la que se han juntado factores como la larga y profunda crisis iniciada en 2008; la paulatina saturación de la atención sanitaria; el envejecimiento de la población, unido a la creciente soledad de los mayores; el estrés provocado por las redes sociales; el maltrato en el ámbito familiar, o los abusos sexuales sufridos en la infancia, los de hace años, que han aflorado gracias a que ha dejado de ser algo de lo que avergonzarse, y los que se siguen produciendo. Según el citado informe estadounidense, el 18% de las adolescentes había sufrido algún tipo de violencia sexual –desde besos o tocamientos a los más graves– el año anterior.
Otro factor que eleva las estadísticas de pacientes atendidos en unidades de Salud Mental es que está dejando de ser un asunto tabú que antes se ocultaba para evitar la vergüenza de confesar un desequilibrio emocional.
Sospecho que el smartphone tiene algo que ver en todo esto. El momento que señalan los expertos a partir del cual comienza un paulatino aumento de las consultas coincide con la salida al mercado del iPhone 4, en 2010, que marcó un antes y un después en el mundo de la tecnología. Los smartphones nos han cambiado la vida a todos, a mejor en muchas cosas y a peor en otras. Entre las malas, para los adolescentes que pasan seis u ocho horas pendientes del móvil, el déficit de atención que empeora el rendimiento escolar, la ausencia de privacidad, la frustración ante patrones de belleza inalcanzables, la consideración social en función de los seguidores o los likes que exhiben las redes, el bullying que ahora dura 24 horas –para un adolescente, el simple hecho de verse excluido de un grupo de Whatsapp puede ser una tortura–, la facilidad para encontrar métodos de suicidio en los buscadores –con sus algoritmos retroalimientadores–, y la manera en la que campan por algunas redes sociales el racismo, la xenofobia y la homofobia. El escarnio en la plaza pública del que nadie está a salvo.
No se trata de echar la culpa a las nuevas tecnologías; son muchas la causas que acaban provocando un intento de suicidio, pero vivir enganchado a uno de estos aparatos no parece que ayude a mejorar la salud mental de quienes no han conocido otra forma de relacionarse.
Otro factor negativo que destacan algunos profesionales es que a veces se trata como patologías lo que no son más que estados de ánimo pasajeros. Todos hemos pasado malas rachas, es normal estar triste en algunos momentos de la vida y quizás los adultos sobreprotectores no se lo estamos explicando a quienes experimentan ansiedad por primera vez.
Y otro más, este evitable, es la falta de medios públicos para abordar el problema, lo que deriva en una sobremedicación de los afectados. Cuando no hay personal ni tiempo para atender a todos, lo más efectivo es la medicación, aunque no siempre sea lo más conveniente. El uso de psicofármacos en determinadas situaciones está justificado, es de gran ayuda especialmente para quienes sufren trastornos más severos, pero deben emplearse durante un periodo lo más breve posible. Sin embargo, a una cuarta parte de la población adulta del Reino Unido se le recetó en 2020 algún tipo de psicofármaco y la duración media de los tratamientos se ha duplicado en diez años. Un año antes, sin pandemia, se recetaron antidepresivos al 17% de la población adulta en ese país. En Atención Primaria en Cataluña se ha disparado la prescripción de antidepresivos un 400% cuando los diagnósticos de depresión desde 2010 a 2019 'solo' han aumentado un 50%. Son solo dos ejemplos de lo que está pasando en otros muchos lugares, incluida la Comunitat Valenciana.
Los gobiernos central y autonómicos están tomando conciencia del problema, que esta semana ha concitado una inusitada unanimidad en el Congreso a favor de una medida propuesta por Íñigo Errejón en el ámbito laboral: permisos para los trabajadores que necesiten tiempo para acompañar a un familiar con riesgo de suicidio.
Este ejemplo evidencia que el problema desborda el ámbito sanitario y debe ser planificado como una política general con visión transversal. El 'abandono' denunciado por los responsables del IES de Mislata demuestra que Educación tiene mucho que decir, que hay que poner profesionales especializados en los centros y formar al profesorado para que sepa no solo afrontar este nuevo reto sino prevenirlo. No menos implicación se necesita de los responsables de servicios sociales que tienen que facilitar la vida de los mayores con demencia senil o alzhéimer –para los que empiezan a faltar suficientes geriatras y neurólogos– y de las personas con enfermedades mentales graves. También en el ámbito laboral hay mucho que hacer, ya que los diagnosticados con una enfermedad mental necesitan tener un trabajo, como todo el mundo, para sentirse a gusto.
Un espejo en el que se han mirado algunos países es el Wellbeing Budget o Presupuesto del Bienestar que la primera ministra Jacinda Ardern puso en marcha en 2019 en Nueva Zelanda. Más allá de las cifras, se basaba en cinco ejes prioritarios de acción, dos de los cuales eran mejorar el bienestar infantil y tomarse en serio la salud mental.
En la Comunitat Valenciana, Puig nombró en abril de 2021 a Rafael Tabarés Comisionado de la Presidencia de la Generalitat para la Salud Mental con el objetivo de coordinar todos las áreas de la administración involucradas en este problema. Este año ha logrado poner en marcha el Plan valenciano de atención en salud mental.
Le pregunto a Tabarés cuánto hemos avanzado con este plan y responde que mucho, pero luego detalla lo que queda por hacer y parece una tarea titánica que llevará años. Faltan profesionales, falta formación, faltan medidas preventivas y falta presupuesto, y eso que este año ha aumentado en casi 40 millones.
Reivindica Tabarés que la salud mental esté, como en Nueva Zelanda, en el centro de las políticas de los próximos gobiernos autonómicos y estatal que salgan de las urnas este año. Es importante y es urgente. De sus palabras extraigo una reflexión: un partido que no lleve la salud mental en el núcleo de su programa electoral no merece ser votado. Aún están a tiempo.
PS: si estás pensando en el suicidio o conoces a alguien en esta situación, llama al 024