Puede incluso que cuente más historias que tu comida. Al menos cosas más íntimas
No me pude resistir a hacerle una foto al baño. Me la quedé para mí pero al final se hizo más o menos pública: hablamos del restaurante en un grupo de Whatsapp y, oye, me pareció buen momento para mostrarla. Ya estaba todo perdido. En el restaurante, digo. La razón es que la imagen explicaba muchas cosas. Muchas cosas, en serio. Un mueblecito de baño blanco, pseudo minimalista, de esos con los tiradores ocultos, sobre el que descansaban unas piezas maravillosas. Un ambientador de esos tipo mikado; tres (¡tres!) botellas de desodorante distintas, una de ellas con tecnología de la que no deja mancha en la ropa negra; crema de manos (que no jabón, ojo al detalle); una colonia que era básicamente la Kouros pero en versión fake; y el dúo mágico: eau de toilette y after-shave Brummel. Real.
"Mejor cuanto más cerca", decía el anuncio de la colonia. Nació en los 70 gracias a Puig y se hizo famosa aunque para las generaciones posteriores ha quedado, puede que injustamente, como un reducto de una época rancia. Cosa viejuna, de supuesta elegancia que realmente no lo es. Representa a esos dandis que quieren y no pueden. El perfume es barato. Pues eso, Brummel como metáfora del baño de un restaurante anclado en una realidad y unas aspiraciones que quedaron, tristemente, atrás. En serio, ¿alguien actualiza el desodorante que se ha puesto por la mañana en el baño de un restorán? Enorme imagen.
La cosa recuerda a esos excusados de las masías de las bodas y las comuniones, que tienen cepillos de dientes, agua de colonia concentrada Álvarez Gómez e incluso algún producto de higiene más íntima a disposición del invitado. En varios cafés de París todavía existen esos baños con amenities, resguardados por una señora que te pide propina si te atreves a usarlos. Es muy raro pero no es en absoluto extraño en los restaurantes, digamos, de nivel: si vas a comer a uno con Estrella Michelín, fijo que el baño tiene alguna sorpresa. Como un jabón de Deliplus, y tampoco bromeo esta vez. Por qué no.
No solo tengo la manguera inusualmente cargada casi siempre, es que mi curiosidad para los baños es un hecho, un placer culpable. Si voy de visita a casa de algún famosete, hago una foto del baño y se la mando a mi señora, confieso. Así que casi nunca salgo del restaurante sin haber visto el váter. En Sketch, en Londres, los WCs son como huevos retrofuturistas nacidos de la mente de Kubrick y esconden jabón y crema de manos de Mailin+Goetz, que es cosa fina. Da gusto pasearse por allí. Recuerdo también los baños de Mugaritz que, por supuesto, mantenían el tono poético del resto de la propuesta gastronómica (les juro que acaban de sacar un postre que se titula 'Lo que dura un beso') e incluía unos cuadros sobre la cisterna con poemas en vasco. Imaginen la escena. "Alabando la espuma del retrete", como el verso aquel de Panero.
Los baños, técnicamente, no cuentan. La Guía Michelín avisa que en sus valoraciones, "puntuamos lo que está en los platos y solo lo que está en los platos", pero no es extraño encontrar referencias directas al espacio, a las instalaciones, a las peculiaridades. Yo he escuchado a dueños y cocineros de la ciudad quejarse del ninguneo de la guía, en parte, porque no tenían la posibilidad de instalar unos baños tipo hotel. Incluso para la gente, importa. No cuesta demasiado encontrar referencias a ellos tras un paseo rápido por Tripadvisor. "Comida buena, algunos fallos para una estrella, baños justos". Por ejemplo.
En el programa de entrevistas de Bertín Osborne (Bertín y Brummel en el mismo artículo es como un jackpot) suelen hacer una cosa maravillosa y bizarra que nunca entiendo del todo pero me fascina: un plano del baño sobre el que colocan una foto del personaje en cuestión. ¿Por qué? ¡Pues porque el baño dice muchas cosas! El baño es como somos, nuestras cremas son nuestros objetivos, el papel higiénico define nuestro estatus. Mi primo, me confiesa, se deja el llibret de la falla junto al váter porque solo lo lee cuando está en el trono. Es un retrato de nuestra alma.
Las razones reales del éxito o el fracaso de ese restaurante en cuestión, el de Brummel, las dejo a análisis de sus propios responsables; cada uno se mece en la vida como puede o como quiere. Como le dejan sus pulsiones. Aquí no estamos para juzgar eso. Pero la fotografía del baño sí define claramente todas esas cosas que tenemos escondidas. Son nuestras entrañas. ¿Tú tienes escobilla en el baño o no tienes? Es que esas cosas importan. En 'El fantasma de la libertad', Luis Buñuel reúne a un grupo de burgueses y los desmonta, como siempre, de la manera más delirante pero brutal posible. Se sientan en los váteres y hacen sus cosas sin apuro; sin embargo, se esconden a puerta cerrada para comer. Si quieren saber cómo es un restaurante acudan al baño unos minutos. Aunque sea a mirar y echarse unas gotitas de varonil fragancia.