VALENCIA. En uno de esos tantos affaires que el clímax de la burbuja inmobiliaria registró en lo que a recalificación de terreno público se refiere, Oviedo expulsó el estadio de su primer equipo de fútbol a las afueras de la ciudad para, finalmente, acoger en su núcleo un palacio de congresos. El extinto Carlos Tartiere, construido en 1932, remodelado para el Mundial 'de Naranjito' medio siglo después, que perdió por normativa UEFA más de la mitad de sus asientos, cerrado en el año 2000 y demolido en 2003, daba paso a una de las obras del arquitecto e ingeniero valenciano Santiago Calatrava que más ha dado que hablar: el Palacio de Congresos de Oviedo.
El edificio es el cuarto escogido por el arquitecto y redactor Pedro Torrijos para una serie titulada 'Los edificios más feos de España', publicada en ElEconomista, pero el único que el Col·legi Oficial d'Arquitectes de la Comunitat Valenciana (COACV) hacompartido hasta la fecha a través de su Facebook. Pese al multipremiado y casi tanto o más criticado portfolio como arquitecto e ingeniero de Calatrava, el Colegio, 'comparte' la crítica de Torrijos al que, por otro lado, es el profesional valenciano del ámbito más conocido a nivel internacional.
El artículo repasa como "el presupuesto inicial -del edificio- contemplaba una cifra de 76 millones de euros", mientras que la minuta final fue de "más de 360 millones". Esa quintuplicación del precio final para las arcas públicas no fue el único escándalo, ya que -como sucediera con otras cubiertas-, "la parte central del palacio, que en un principio debía comportarse como una visera móvil", quedó finalmente fijada. La idea recuerda al sistema de apertura del Ágora (Ciudad de las Artes y las Ciencias) descartado, cuyos remates acabaron por oxidarse en los aledaños de un edificio que, finalmente, no está abierto al público por no reunir las condiciones de seguridad mínimas.
La crítica que enumera muchos otros problemas del edificio: los detectados en el sistema hidráulico que debía levantar el mecanismo de visera, el desplome de un trozo de hormigón del alero superior (2006), provocando heridas leves a tres obreros. Los problemas del edificio se pueden equiparar a los que ha tenido en ciudades como Valencia, Bilbao, Venecia o Nueva York-; lo sorprendente, en este caso, es que sea el propio colegio de arquitectos, al que deben estar adscritos -por tanto, colegiados- para operar de manera legal en el territorio, el que señale los defectos del icónico 'colega'.