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LOS DÍAS DE LOS OTROS 

Los diarios de la poeta Maria Tsvietáiva

24/07/2018 - 

VALÈNCIA. Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892 – Yelábuga, Tartaristán, 1941) es una de las figuras más fascinantes de la literatura reciente. Fue una poeta prematura a la que no cabe ponerle etiquetas de ninguna clase. Fue libre profesional y personalmente. Era una voz débil en mitad del terror. Y así lo reflejan los Diarios de la Revolución de 1917, publicados por la editorial Acantilado y con traducción de Selma Ancira. Sin embargo, antes de repasar algunas de esas entradas, conviene recordar quién fue esta extraordinaria mujer.

Marina era hija del fundador del Museo Pushkin de Moscú, Iván Tsvetáiev. Nació en una familia acomodada y ya desde joven cultivó el éxito profesional con el libro Álbum vespertino. Le seguirían otras dos obras: Linterna mágica y De dos libros. Su padre murió pronto y su madre, de carácter pertinaz, quiso convertirla en pianista. Sus hermanas le despreciaron y con el padrastro le unió una desavenencia continua. La literatura fue su gran pasión y su particular salvación. La relación que establece con ciertos escritores fue fecunda. Especialmente con Boris Pasternak, al que le unía una intensa amistad. La pasión por ciertos hombres y por los poemas marcaría buena parte de su obra. Se casó con Sergei Efron (un militar del Ejército Blanco del Zar), del que pasó separada más de cuatro años pensando que estaba muerto. Tuvo tres hijos: Ariadna, Irina y Gueorgui.

En el año 1917 Marina tenía 25 años. Los bolcheviques confiscaron la herencia que le había dejado su madre. Ahí comienza a escribir un diario con una prosa limpia y certera:

Octubre en un vagón (notas de aquellos días)
Dos días y medio ni un bocado, ni un trago. (La garganta cerrada). Los soldados traen los periódicos – en papel rosado. El Kremlin y todos los monumentos han sido volados. El 56º regimiento. Han sido volados los edificios con los Junkers1 y oficiales que rehusaron rendirse. 16 000 muertos. En la siguiente estación – ya eran 25 000. Callo. Fumo. Mis compañeros de viaje, uno tras otro, toman los trenes que van de regreso. Un sueño (2 de noviembre de 1917, de noche). Huimos. De un sótano sale un hombre con un fusil. Le apunto con la mano vacía. – Baja el fusil. – El día es soleado. Escalamos unos pedruscos. S. habla de Vladivostok. Avanzamos en coche por entre los escombros. Un hombre con ácido sulfúrico.

Las anotaciones son asépticas y limpias, como si no fuera con ella todo lo que sucede. Apenas hay reflexiones críticas. Ella escribe en plena llamarada. Casi toda su vida Marina escribió en espacios pequeños. No solo hablo de su hogar, también de los propios espacios físicos en los que escribía: cuadernos pequeños, cartas, poemas cortos, diarios… Siempre con una pequeña luz de vela cerca y absolutamente abrigada con mantas dentro de su pequeño catre de su buhardilla.

Tsvietáieva decía que solo transcribía las voces de aquellos con los que se encontraba. Incluso, la suya propia. En mitad del desconcierto, Marina escribe a su marido, que no aparece, que no sabe dónde se encuentra:

Pronto llegaremos a Oriol. Son casi las dos de la tarde. Estaremos en Moscú a las dos de la mañana. ¿Y si entro en casa y no hay nadie, ni un alma? ¿Dónde buscarlo? Quizá ya no exista ni la casa. Todo el tiempo tengo la sensación de que esto es un mal sueño. Estoy siempre en espera de que algo se produzca, que no haya habido periódicos, nada. Que sea un sueño del que voy a despertar

La pobreza marcaría la vida de Marina a partir de entonces. El registro de la búsqueda de comida, de la desesperación por llevarse algo de comida a la boca (la suya y de sus hijas) queda patente en entradas como esta:

Las patatas están en el suelo: ocupan tres corredores. Las del final, las más protegidas, están menos podridas. Pero no hay otro camino para llegar que caminar por encima de ellas. Y entonces caminas: con los pies descalzos o con botas. Es como andar sobre una montaña de medusas. Congeladas se pegan unas a otras en racimos monstruosos. No tengo cuchillo y, desesperada (no siento las manos), tomo las que sean: aplastadas, congeladas, blandas...

Una de las más duras decisiones que la poeta tuvo que tomar en vida se refiere a sus hijas: Irina y Ariadna. Ante la imposibilidad de dar de comer a ambas, las dejó en un albergue. Cuando fue a recogerlas, solo pudo llevarse a Ariadna. Irina, de solo tres años, había fallecido.

En 1922 se marcha de Rusia y vive en Bohemia y después en Francia. Sigue escribiendo siempre, en cualquier situación. Su marido y su hija volverán a Rusia en 1937. Él como un responsable del contraespionaje soviético. En 1939 vuelve para ver cómo fusilan a su marido.

Esta vida llena de dolor tuvo también sus momentos de luz: por ejemplo, los años que vivió enamorada de Konstantín Rodzévich. Todavía estaba casada con Efron, pero Rodzévich le hizo conocer el amor sensual y absoluto.

Estoy enamorada de otro, no hay forma más simple, cruel y digna de decirlo. ¿Cómo ocurrió? Oh, amigo mío, ¿cómo ocurren estas cosas? Me volví hacia alguien, él me miró, escuché unas palabras, las más sencillas del mundo, pero que quizá oía por primera vez en mi vida.

Conde nada al ostracismo, en 1941 se quitó la vida colgándose de una viga del techo. Tras ser evacuada a Elábuga para escapar de la invasión alemana, se quitó la vida con una cuerda que le había regalado Pasternak para sujetar bien su maleta y que no se abriera en el trayecto en tren de Moscú. Días antes de su suicidio pidió trabajo como friegaplatos y también la rechazaron. También escribió una carta a su hijo Gueorgui: "Perdóname, pero seguir sería peor. Estoy muy enferma, ésa ya no soy yo. Te quiero con locura. Comprende que ya no podía vivir más tiempo". Gueorgui tenía entonces 16 años. Los últimos tres años de su vida, hasta que murió a los 19, los vivió completamente solo, a excepción de Tolstói, buen amigo de su madre que lo ayudó a entrar en el Instituto Literario. Apenas duró tres meses. Lo llamaron al frente y murió 7 de julio de 1944 en su primer combate, junto a cientos de soldados del Ejército Rojo.


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