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los días de los otros

Los diarios de Pessoa o cómo ver el mundo desde un heterónimo

28/03/2018 - 

VALÈNCIA. Pessoa hablaba consigo mismo casi tanto como lo hacía con los demás. De ahí nacieron sus archiconocidos heterónimos – Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares, etc.- que, naturalmente, le discutían y le alababan a partes iguales. El objetivo no era otro que preguntarse por el sentido mismo de la existencia y por el minúsculo –o no tanto- papel que ocupaba él en la misma.

Los textos del diario de Pessoa (que ahora recoge Hermida Editores) recogen experiencias de toda su vida, hasta los últimos años de muerte en 1935, a los 47 años; y, sin embargo, se trata de un diario conciso y corto, como si el propio Pessoa supiera que de sus años apenas valían la pena un par de reflexiones.

Pessoa se crio en Sudáfrica y con el inglés como idioma de la infancia. Este diario, de hecho, está escrito en este idioma que le proporcionó una madurez que se hizo bien patente desde el comienzo.

"Y entonces, ¿qué es el hombre, pos sí mismo, sino un insecto fútil que zumba mientras se estrella contra el cristal de una ventana? Y es que está ciego, no puede ver, ni puede darse cuenta de que hay algo entre él y la luz. Por eso se refuerza, trabajosamente, en acercarse. Puede apartarse de la luz, pero no es capaz de llegar a estar más cerca. ¿Cómo le ayudará la ciencia? Puede llegar a conocer la consistencia y las irregularidades propias del cristal, comprobar que en una parte es más grueso, y en otro más fino, en una más basto y en otra más delicado: con todo esto, amable filósofo, ¿cuánto se ha acercado a la luz? ¿Cuánto han aumentado sus posibilidades de ver?"

La vida de Pessoa, como la de Kafka o Melville, tenía algo de oficinista por el día -ya fuera ejerciendo el periodismo, la publicidad o el comercio- y novelista por la noche. Aunque más que novela, su género predilecto -al que dedicó sus entradas más hermosas- fue la poesía:               

                  "Soy un poeta impulsado por la filosofía, no un filósofo con cualidades poéticas. Me fascinaba observar la belleza de las cosas y dibujar lo imperceptible, lo minúsculo, que define el alma poética del universo.

                  La poesía de la Tierra nunca está muerta. 

                  La poesía está en todo, en la tierra y en el mar, en el lago y en la ribera del río. También está en la ciudad, no lo niegues, se hace evidente a mis ojos, mientras estoy aquí sentado: hay poesía en esta mesa, en este papel, en este tintero: hay poesía en el ruido de los noches, en la calzada, en cada movimiento vulgar y ridículo de un obrero que, al otro lado de la calle, pinta el cartel de una carnicería."

La poesía, para Pessoa, estaba en todo. Pero la que escribía ni siquiera la considerada suya. Era la de otros aquellos “yo” que fue generando. En el colmo de la invención, Pessoa publicó críticas a sus propios libros pero firmados con uno de sus heterónimos. Y todavía más: la belleza que Pessoa advertía en los poemas, también la detectaba en los poetas, como si lo estético se contagiara de unos a otros:

                  "El artista debe ser hermoso y elegante, porque quien admira la belleza no debe carecer de ella. Y, sin duda, causa un dolor terrible al artista no encontrar en sí mismo nada de lo que busca tan trabajosamente."

La apariencia física de Pessoa -siempre pulcro y elegante-, ahora lo podemos comprender, tenía mucho que ver con esta tesis nada descabellada:

                  "¿Quién podría, al observar los retratos de Shelley, de Keats, de Byron, de Miltoon o de Poe, dudar de que fueran poetas? Todos eran hermosos, todos eran queridos y admirados, y conservaban la calidez de vivir y la alegría divina, tanto como le es posible a un poeta, o a cualquier hombre."

La madre de Pessoa se quedó en segundas nupcias con un comandante. Se fueron a vivir a Durban. Con ellos iban los hijos del comandante. Pronto tuvo Pessoa que compartir su atención y el tiempo que la madre le dedicaba con esos 'nuevos hermanos'. El resultado de todo aquello fue un aislamiento del joven Pessoa que propició tiempo de lectura.

La relación con la familia fue siempre complicada. Con 19 años Pessoa comenzó a notar un malestar existencial que le acompañó casi toda su vida pero que nadie de su círculo más íntimo supo aliviar:

                  25-7-1907
"Estoy cansado de entregarme a mí mismo, de lamentar mis desgracias, de tener lástima y llorar por mí (…) Es una horrible sensación que golpea con un miedo descontrolado. Estas sensaciones se hacen cada vez más frecuentes, como si estuvieran preparando el camino a algún otro estado de la mente, que, por supuesto, sería la locura (…) No hay en mi familia ninguna comprensión de mi estado mental (…) Se ríen de mí, se burlan y me desacreditan; dicen que pretendo ser extraordinario." 

La tristeza se fue apoderando de Pessoa al mismo tiempo que él comenzaba sus peculiares relaciones con el ocultismo, el misticismo y la masonería. Le gustaba preguntar por su horóscopo y una vez llegó a corregir una argumentación del famoso ocultista Aleister Crowley. Quizás esas sensaciones de las que habla en su fragmento anterior -una sensación horrible- naciera de algo que después acuñó bajo el término de Sensacionismo, es decir, la tesis según la cual nada existía, solo las sensaciones:  “Las ideas son sensaciones, pero de cosas no situadas en el espacio y, a veces ni siquiera en el tiempo”, escribió Pessoa, que también bautizó otros términos como Interseccionismo o Paulismo.

Para lo que nunca hubo espacio en la vida y la obra de Pessoa fue para la risa. La gravedad de sus poemas, de sus textos, lo ocupaban todo. Así escribía en su diario en contra de la risa. Sobre todo, de la risa por cualquier cosa:

                  "Que nadie se ría de nadie, que nadie se burle de nadie, ni siquiera interiormente. La vida humana es demasiado seria y demasiado triste para la risa. Reíd con los niños de las cosas simples que les hacen reír. Pero que nadie se ría de nada más."

Quizás fue esta falta de humor y la certeza extrema de un dolor, de una infelicidad permanente, lo que le hizo más inaccesible para el gran público. Es cierto que todos saben quién es Pessoa y el Lisboa son millones las fotos que los turistas se realizan junto a él. Pero, ¿quién lo leyó verdaderamente? ¿Quién era Pessoa? ¿Qué?

                  "No sé quién soy ni sé cómo es mi alma. Hablo con sinceridad y reconozco con sinceridad que no sé de qué hablo cuando hablo de mí. Soy muy distinto de esos otros que tampoco sé si existen. Me siento múltiple."


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