VALÈNCIA. La danza siempre ha despertado una gran fascinación en escritores, pintores y escultores. La belleza y fugacidad de esta disciplina artística se ha convertido en el punto de partida de multitud de obras. El cuerpo en movimiento de los bailarines suele mostrar una inquietante contraposición entre fuerza y fragilidad que múltiples creadores han querido plasmar.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de esta sinergia entre distintas expresiones artísticas son las famosas bailarinas de Edgar Degas. El pintor francés dedicó una gran parte de su producción a reproducir las posturas, la sensibilidad y la atmosfera que rodeaba a las bailarinas de la Ópera de París del siglo XIX. Mientras, alejado de la elegancia de los teatros parisinos, otro pintor galo también se nutría de la danza para realizar sus carteles y pinturas, Toulose-Lautrec retrató a las bailarinas de los cabarets, cafés cantantes y burdeles de París durante la mitificada belle époque.
También en la escultura encontramos creaciones inspiradas en el mundo de la danza. Fascinado por las posibilidades del cuerpo humano, el escultor Auguste Rodin, considerado el padre de la escultura moderna, tuvo numerosos encuentros con algunas de las bailarinas más importantes de la historia como Isadora Duncan o Loïe Fuller, precursoras de la danza contemporánea. El parisino inmortalizó en sus esculturas de bailarinas la esencia del movimiento y de la expresión física.
En la actualidad, también localizamos creadores seducidos por el universo de la danza. Es el caso del dúo de escultores Coderch y Malavia, afincados en Valencia, que se han inspirado para algunas de sus esculturas en bailarines y piezas coreográficas. Estos artistas, galardonados con el Premio Reina Sofía, han captado en sus piezas la fugacidad y el ritmo de los movimientos dancísticos. "Bebemos de otras disciplinas artísticas, incluso de la mitología griega, pero son muchas y diversas las fuentes que nos sirven de inspiración", explican los escultores.
Entre su producción artística, destacan varias esculturas inspiradas en uno de los ballets más famosos del mundo: El lago de los cisnes. Desde que se estrenara en el Teatro Bolshói de Moscú en 1877, la historia de amor entre el príncipe Sigfrido y Odette se ha representado en teatros de todo el mundo e incluso se ha llevado al cine en varias ocasiones. The swan dance, Odette, The great swan y The flight of the swan son cuatro esculturas de Coderch Malavia con un mismo leitmotiv, retratar desde múltiples ángulos los gestos físicos y emocionales de la danza.
Los artistas retratan en Odette un cuerpo femenino de extraordinaria belleza en el momento de cerrar sus alas sobre la cabeza, para desaparecer y condenar a la soledad a su amado Sigfrido, que a su vez, representado en The swan soul, baila, hipercinético y detenido en plena pirueta en una danza desesperada.
El que fuera primer bailarín del Royal Ballet of Flanders, Wim Vanlessen, se ha declarado un enamorado de estas esculturas y con una de ellas, The swan dance, ganaron el primer premio en la 14ª edición del concurso ARC International Salon.
Esculturas donde el ser humano y el movimiento corporal son elementos clave para atraer al público. Coderch y Malavia son amantes de la escultura figurativa y las personas son el eje central de su discurso estético y de una producción artística con la que logran que el espectador empatice con la escultura y vea en ella reflejados los miedos, anhelos y frustraciones del ser humano.