Llevamos semanas leyendo y escuchando a diferentes líderes influyentes de distintos ámbitos aquello de que desde lo público debemos seguir priorizando el equilibrio entre la sanidad y la economía para salir airosos de esta pandemia. Lo plantean como solución a un supuesto dilema que reside entre la ciudadanía, jugarnos nuestra salud o el futuro de nuestra economía, pero… ¿Existe ese dilema realmente?
La respuesta es sencilla: No.
Los falsos dilemas crecen sin medida en el actual clima de polarización política, en el que se ponen y quitan fichas de un tablero que ofrece más debates estériles de los soportables para la ciudadanía, ya de por sí estresada por encima de lo recomendable.
En esta mala praxis son muchas las voces que participan, también desde fuera de los hemiciclos parlamentarios. Hay lobbys de casi todos los colores. De cara a la ciudadanía tienden a presentar dos posiciones encontradas que se presentan como únicas soluciones: ¿Sanidad o economía? ¿Patria o separatismo? ¿Adoctrinamiento o libertad? ¿Grandes inversores o pobreza? ¿Les suena? Son argumentaciones erróneas con apariencia de lógica y niegan sin matices la visión de la otra parte.
Si este tipo de argumentación se usa es porque plantea dilemas que encuentran cobijo en nuestro razonamiento más primario, el que llevamos instalado casi de fábrica en el cerebro. Lo vemos en Estados Unidos, cuyos resultados electorales mantiene en vilo al mundo porque, entre mucho motivos, los falsos dilemas le funcionan mucho a Donald Trump (Economía vs. Salud, Seguridad vs. Inmigración asesina y violadora) y poco al Partido Demócrata (Biden o el caos), que viene eligiendo en sus dos últimas candidaturas a personas proestablishment que favorecen el discurso antitodo de Trump y alejan a una parte de la ciudadanía de vocación reformista.
La emocionalidad con la que estos dilemas van cargados generalmente es de una negatividad muy acusada. En el debate social en España, desde hace años, sufrimos estas falsas dicotomías más allá de nuestras posibilidades, con un punto de acritud y casi diría que de odio que saca la peor bilis de una parte de la ciudadanía.
Los partidos de la derecha española utilizan constantemente esta estructura argumentativa para generar contrariedad en la ciudadanía. Llaman a la rebelión contra las medidas sanitarias en nombre de la libertad, pero esa libertad solo es defendible cuando se confinan los barrios ricos de Madrid. Es una libertad que esas voces no defendieron cuando se confinaron recientemente a los barrios populares.
En paralelo, el sistema educativo español ha ido substrayendo horas de su planificación de precisamente la asignatura que puede ayudar más a discriminar entre el razonamiento matizado y la argucia dialéctica de las falacias lógicas. Me alegro de pertenecer a un partido que, contracorriente, ha incrementado el número de horas de la asigntura de Filosofía. Mejor para nuestro alumnado. España está abocada a cultivar una ciudadanía despierta, que sepa combatir el ruido, la bronca y esos falsos dilemas rebosantes de la peor emotividad.
Los datos muestran que en la lucha contra la pandemia no vamos bien. El virus vuelve a expandirse con una capacidad de contagio extraordinaria y con el frío como aliado. Y no hay más debate que el debate que tendremos cuando nos plateemos qué tenemos que cerrar para reducir nuestra sociabilidad. ¿Cuáles son nuestras prioridades como Estado? De entrada, si me permiten, no cerrar los colegios.
La mejor lección que podrá sacar nuestra comunidad educativa es que los falsos debates nunca deberían poner en juego nuestra salud.