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Anotaciones al margen / OPINIÓN

Los malos augurios del mes de abril

Si la última de las predicciones apocalípticas se hubiera cumplido, usted leería esta revista gracias al soporte papel porque, como mínimo, estaríamos sin conexión tras la aterradora tormenta solar del 23 de abril de 2023

21/04/2023 - 

VALÈNCIA. En la versión más catastrófica, el fenómeno hubiera causado altísimos niveles de radiación, nocivos para todos los seres vivos; las temperaturas extremas derretirían los polos con la consiguiente subida del nivel del mar, y el calor intenso provocaría incendios por doquier y, claro está, un apagón planetario. Otros agoreros, un poco más realistas, reducían los efectos a la caída de los servicios de telefonía móvil, internet, GPS y satélites durante días, semanas o meses, como recogieron numerosos medios. 

Las informaciones alertaban de que no estamos preparados para responder al impacto de una tormenta solar masiva como la ocurrida en 1859, conocida como evento Carrington por el astrónomo que la registró. Entonces la actividad del astro rey llenó el cielo de auroras boreales y generó picos de tensión y fuego en las jóvenes líneas de telégrafo, interrumpidas durante gran parte del día. Mucho peor tuvo que ser lo sucedido en los años 774-775 y los 992-993, por los rastros de radiación detectados en anillos de árboles y núcleos de hielo. A estos eventos les llaman Miyake, aludiendo al autor principal de la investigación que atribuía a la actividad solar los incrementos rápidos de carbono-14, publicada —qué casualidad— el 23 de abril de 2013.

El mensaje sobre la tormenta solar que apagará internet se hizo viral como presagio de, una tal, Baba Vanga. En el universo paralelo de las redes sociales no solo se han popularizado las profecías de Nostradamus, también las de esta clarividente búlgara fallecida en 1996. Muy prolífica, dejó malos augurios hasta el año 5079 y, dicen, que adivinó el derrumbe de las Torres Gemelas, la muerte de Lady Di o el desastre de Chernóbil. 

Anticristos, marcianos y asteroides aparte, las historias más creíbles sobre el colapso planetario apuntan a nosotros mismos como causantes

La fascinación por las supuestas dotes adivinatorias de algunos elegidos o elegidas viene de muy antiguo. Como bien saben en Cuarto Milenio, lo percibido como sobrenatural resulta irresistible para muchas personas que caen rendidas ante las teorías sobre el fin del mundo que, por fortuna, no se han materializado. Recientemente superamos el cambio de siglo y el temible 2012, en el que pereceríamos todos según una interpretación torticera del calendario maya. 

El Apocalipsis bíblico forma parte de nuestra cultura, y terribles enemigos extraterrestres también nos amenazan en la ficción. De forma más frecuente aparecen los desastres naturales como motivo verosímil del acabose. Desde un diluvio universal, terremoto o volcán, hasta el choque de un meteorito de enormes dimensiones, como el que exterminó a los dinosaurios y podría hacerlo con la humanidad sin la sacrificada intervención de Bruce Willis, como vimos en Armageddon, la película con canción de Aerosmith. 

Anticristos, marcianos y asteroides aparte, las historias más creíbles sobre el colapso de la civilización apuntan a nosotros mismos como causantes de una guerra nuclear o colaboradores necesarios en pandemias o cambio climático. Solo hay que poner las noticias para conocer las evaluaciones de los expertos basadas en evidencias científicas.

Para el 23 de abril, la NASA, que vigila al sol y dispone de sistemas de alerta temprana para proteger a las personas y a la tecnología en caso de peligro, no prevé el fin del mundo. Es cierto que comienza ahora un periodo de incremento de actividad solar que alcanzará su cénit en 2025, pero es uno más. Todo dentro de la normalidad, como esperar el Big One en California: podría suceder en cualquier momento, pasado mañana o dentro de miles de años. Celebremos, entonces, el Día del Libro en paz. 

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