La serie documental de Netflix destripa de forma pormenorizada los capítulos más oscuros de la historia de la televisión en España en los años 90, pero omite episodios fundamentales sobre su tratamiento mediático en 2013, cuando, debido a la presión pública, tras la salida de Ricart de la cárcel, desde los medios se puso freno al seguimiento del caso
VALÈNCIA. Cualquier historia, ya sea una ficción o un documental sobre unos hechos, construye arquetipos que representan un rol en el imaginario colectivo. Surgen héroes y villanos; mentores y heraldos; guardianes del umbral o bufones, entre otros papeles. Pongamos como ejemplo, por su actualidad, la miniserie Así nos ven (When They See Us), basada en hecho reales, sobre el caso de los cinco chicos de Central Park que fueron injustamente condenados por una violación. No se afirma de manera obvia, pero en la mente de cualquier espectador, el papel de la fiscal de violencia de género de Nueva York, Linda Fairstein, es el de la villana de la película. Tanto impacto ha tenido la nueva versión de los hechos, empaquetada ahora como serie de ficción de Netflix, que la verdadera Fairstein, en la actualidad autora de novela negra, ha tenido que dimitir de las organizaciones con las que colaboraba, perdiendo, incluso, a su agente literario. El público la ha juzgado y las consecuencias han sido inmediatas.
Veintisiete años después de los asesinatos de las tres niñas de la localidad de Alcàsser, Netflix ha producido en España, junto a la productora Bambú Producciones (creadora de series como Gran Hotel, Velvet, La embajada, Farinha, 45 revoluciones o documentales de este género como El caso Asunta), una miniserie documental de cinco episodios, El caso Alcàssser, que reconstruye con pelos y señales, pero también con lagunas, errores y silencios, el circo mediático alrededor del caso. Y al hacerlo, inevitablemente (aunque haya sido de manera inconsciente), como en cualquier narración que se precie, genera unos nuevos héroes y villanos, eso sí, diferentes a los de entonces.
Algunos de estos nuevos antagonistas se han situado donde deberían haber estado desde el minuto uno, el mayor acierto del documental. Es el caso, por ejemplo, del criminólogo Juan Ignacio Blanco, que con la distancia que nos ofrece el tiempo, su propio testimonio en primera persona (con las consiguientes contradicciones) y las sentencias contra él concluidas, es uno de los que sale peor parados al hacerse evidente cómo se beneficiaba de la construcción de una falsa teoría de la conspiración que tanto empañó el caso y confundió a la opinión pública.
El padre de una de las víctimas, Fernando García, pasó de ser víctima mediatizada en 1993 a transformarse en el “guardián del umbral” tres años después, en asociación con el antihéroe Blanco durante su lucha para que no se cerrase la instrucción y comenzase el juicio, ya que eso significaba que se acababa el carrete (y la caja registradora) de las teorías locas que inventaban cada noche en Esta noche cruzamos el Mississippi. Pepe Navarro, director y presentador del programa, ha declinado participar, tal y como se indica en créditos, pero también aparece en agradecimientos, al ser además el dueño de las imágenes del programa de entonces, por lo que es de suponer que vuelve a lucrarse con la venta de los derechos de emisión de ese material, además de tener la doble fortuna de que su rol queda eclipsado por la pareja de arribistas que le acompañan cada noche en el bloque de su programa dedicado al caso.
Nieves Herrero, ausente en el documental en el tiempo presente, tampoco sale bien parada en este nuevo relato, a mi parecer consecuencia de haber declinado su participación en el documental (al no participar, no puede defenderse), hecho que puso constatarse durante toda la tarde el pasado viernes, día del estreno del documental, siendo su nombre TT durante horas en la red de Twitter con comentarios rotundamente negativos hacia ella. Con menos peso, pero también presentes aquella noche, coprotagonizan la emisión especial Olga Viza y Campo Vidal (este último con la aparición estelar de llamar en directo desde el propio informativo a una de las madres, cuando se encontraron unos cuerpos y todavía no se sabía ni de quiénes eran)). Tres figuras que trabajaban entonces en una cadena, responsable de aquellas emisiones: Antena 3. La marca borrada del caso Alcàsser.
Lo más llamativo en ese sentido son las ausencias. En todos los extractos de la emisión especial del programa De tú a tú, emitido desde el propio Alcàsser, y reproducidas en el documental, se ven repetidas veces a Nieves Herrero, sin exhibir en ningún momento la mosca de Antena 3, tal y como la vimos en 1993. De manera que si usted forma parte de las generaciones nacidas en los años noventa o posteriores, o simplemente es alguien despistado, seguramente ni sabrá en qué cadena se emitía el programa, porque a excepción de esta emisión, el resto de la serie documental utiliza material de los informativos de Canal 9, TVE y Telecinco, con sus logos bien visibles. Hay incluso una escena del documental donde se muestra el cambio de logo de Telecinco, del antiguo al nuevo, del edificio de Fuencarral.
“Cómo estarán las familias de esas niñas. Nos da apuro llamar pero nuestra obligación es llamar”, dice Campo Vidal en el avance informativo antes de llamar a una madre que no sabe nada. Con semejantes perlas como material de hemeroteca, repasamos la fatídica noche de las emisiones del 27 y 28 de enero de 1993. Los responsables por encima de la presentadora, al no aparecer por ninguna parte, redirigen (de forma inconsciente) la autoría de lo que pasó, televisivamente hablando, únicamente a la periodista. Comienza así la nueva versión del caso Alcàsser. La nueva reescritura de la historia más negra de la televisión en España.
Nieves Herrero declinó participar en el documental. Tal vez sí tenía que haberlo hecho (para defenderse). “La televisión tiene esa raya roja que se cruza y muchas veces no te das cuenta. Por eso, en cuanto pude, volví a la radio, porque es como el lugar seguro desde donde no metes la pata. La televisión es muy difícil. Tienes siempre a alguien, un director, tienes a alguien de cadena que te está pidiendo que hagas a lo mejor algo que no estás de acuerdo…”, dijo al diario Levante hace unos días, con motivo de una entrevista sobre su último libro. “No se puede cubrir desde el lugar donde ha sucedido la desgracia porque es imposible no dejarte llevar”, remató, dejando así constancia de que ella también ha reflexionado con los años y lo vivido. Aunque estas declaraciones no estén dentro del documental, me parece justo resaltar su forma de verlo hoy día, porque dista de la sensación que nos deja el documental de Netflix.
Por el contrario, es sumamente loable la intervención de Paco Lobatón, que con honestidad se enfrenta a la cámara para hablar de la emisión de su programa en 1993, en especial la noche que aparecieron los tres cadáveres en la provincia. “No podíamos estar ausentes después de haber estado presentes durante 75 días, semana a semana, en emisiones de Quién sabe dónde”, explica. “Aquel día se trabajó sobre la marcha y, seguramente, contrarreloj”, justifica, hasta llegar al quid de la cuestión: “Nada de eso me exime de la parte que puede tener de responsabilidad en la emisión, sobre todo el testimonio final de la abuela, pobre. Uno tiene que disculpar y puede disculpar, pero no tiene por qué un programa dar salida a este tipo de testimonio”. Gracias, Paco. Quedas como un señor. Recordar, a quien no lo ha visto, que la abuela pedía que quemasen con gasolina a los autores del crimen. Y Lobatón subraya ahora, sin fisuras, que ahí se pasaron de la raya.
Tras episodio y medio en el que vemos pormenorizadamente minutos y minutos de Esta noche cruzamos el Mississippi, emitido en Telecinco, donde el documental se recrea en la absurda teoría de la conspiración, se llega por fin al juicio que contiene imágenes inéditas, gracias a la colaboración de À Punt (propietario del antiguo archivo de RTVV). Como dice la periodista del Levante Yolanda Laguna (medio de comunicación que por aquellos meses se atrevió a llevar la contraria al Misssissippi, con la consiguiente presión social contra ellos por osar dudar de los gurús de aquel programa), “el juicio es la clave”. Si a algún espectador todavía le queda alguna duda de que Ricart pudiera ser o no uno de los responsables del crimen, su actitud en el juicio ayuda a mermar nuestra dudas todavía más, en contraposición con la teoría B, inventada por televisión, y que aún hoy miles de personas en España creen a pies juntillas porque “se dijo por la tele”. El poder de las fake news en su máxima expresión.
Sin embargo, una de las incorrecciones y omisiones clave del documental ocurre al llegar al episodio de la salida de la cárcel de Miguel Ricart en 2013, tras aprobarse la “Doctrina Parot” por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Tras dicha sentencia, diversos asesinos y violadores se encontraron de la noche a la mañana libres, así que todos los medios de prensa y televisiones, sin excepción (ojo y reitero: sin excepción, aunque en el documental solo mencionen a Ana Rosa Quintana). Todos se apostaron en la puerta de las cárceles, como la de Herrera de la Mancha, para tener alguna declaración de asesinos tan mediáticos como Miguel Ricart, entre otros.
Por un lado destacar la elección del narrador, el fotógrafo del Levante, Fernando Bustamante, que narra la escena de la huida del tren de Ricart, primero en primera persona del plural, hasta que reduce el relato a la primera persona del singular, seguramente de manera inconsciente (pero así se queda en nuestro imaginario de los que no conocemos el caso con detalle). Desde la famosa Estación del Norte de València (y no la de Manzanares, que es ahí donde verdaderamente ocurrió), el fotógrafo nos explica cómo entró Ricart allí (sic) “como perdido, sin saber dónde tenía que ir”; cómo “él” lo siguió (mientras en imagen vemos fotografías de su compañero gráfico Las Provincias, es decir, es obvio que no era solo “él” sino “ellos”); cómo después pasó a los andenes (de nuevo con fotografías de Las Provincias), por donde intentó huir; y cómo finalmente se subió al tren, y detrás de él diversos medios de comunicación.
“Se sentó delante de mí y empezamos a hablar. Yo le dije que no queríamos grabar ninguna imagen, que no queríamos hacer ningún daño, que simplemente queríamos charlar”, dice el fotógrafo mientras la cámara nos muestra únicamente dos asientos enfrentados del tren (en uno está el fotógrafo y en el otro no hay nadie pero se sobreentiende que luego lo ocuparía Ricart). Por la elección de los planos y el montaje de esta escena, se redunda en que fue una conversación de tú a tú, cuando no lo fue. Al lado del fotógrafo del Levante, exactamente en el asiento de ventanilla, iba Jesús Signes, fotógrafo de Las Provincias, medio que se obvia en el relato, pese a que se utiliza su material gráfico en todo momento, incluso para redundar que Fernando estaba (yo) en esa estación.
De ahí pasamos a otro momento del relato que da pie a cierta confusión. El narrador pasa a ser Teresa Domínguez, redactora del Levante, y autora de las crónicas de aquel día, que iba persiguiendo el tren desde su coche.“ Mi compañero Fernando Bustamante en un momento dado le dijo: “¿Tú te arrepientes de lo que hiciste?” Y Ricart lo miró y le dijo: “¿Tú qué crees?” Es el signo más próximo al arrepentimiento, de hecho nosotros lo titulamos así, y lo dijo como diciendo: “No soy el monstruo que tú crees que soy””, dice la periodista.
Por mi origen asturiano, próximo al gallego, ese “¿Tú qué crees?” en el norte significaría “ni te lo confirmo ni te lo desmiento” porque se trata de una respuesta lanzada con una pregunta retórica, pero según la interpretación del Levante significa “el signo más próximo al arrepentimiento”. No puedo, entonces, evitar buscar en la hemeroteca dicha crónica, publicada el 2 de diciembre del 2013. El titular es el siguiente: “Ricart: “Sólo quiero rehacer mi vida, pero con este nombre, ¿quién me va a dar trabajo?”, y debajo continúa: “Miguel Ricart, desorientado y sorprendido por su excarcelación, se muestra por primera vez arrepentido por el crimen”. Así que de repente tenemos a Ricart que por primera vez le confiesa a un medio de comunicación haber participado en el crimen ¡Estamos hablando de palabras mayores! ¡Pedazo de exclusiva! Continúo, sorprendida, leyendo la crónica: “La pregunta es directa: ¿Te arrepientes de lo que hiciste? La respuesta también: “Claro” ¿Pero no dijo “¿y tú que crees?”.
Es necesario poner en situación al lector. Aquella enloquecida persecución en tren venía acompañada por una fuerte competencia, también, de las televisiones. Reporteros de las dos reinas de la mañana (Ana Rosa y Susanna Griso), que sí se deberían mencionar en su conjunto, aunque el documental solo menciona a una (a Ana Rosa), luchaban por ser las primeras en tener jugosas declaraciones de la misma forma que de manera local lo hacían Las Provincias y el Levante. Pero ese fin de semana se lió muy gorda. Y el documental, que de manera tan pormenorizada se había detenido en todos los detalles del Mississippi, ahora pasaba raudo por encima de este capítulo de la historia de la televisión en España, y sin mencionar nombres de cadenas ni de programas, que sin embargo, para los cronistas del medio, significó un antes y un después en el tratamiento de los sucesos en España, porque por fin se ponía freno a esta locura mediática.
“Antena 3 retira la entrevista grabada a Miguel Ricart”, informa La Vanguardia tras un fin de semana en el que las redes sociales ardieron porque se esperaba para el lunes que alguna televisión, ya fuera Antena 3, Telecinco o ambas, entrevistara al criminal.
En aquella contrarreloj, Antena 3 emitió durante los informativos de aquel fin de semana un avance de Espejo público que prometía emitirse íntegro el lunes. Pero cuando llegó el lunes, no se emitió.
“El avance emitido durante el informativo de fin de semana ha sido “borrado” de la web de la cadena”, indicaba La Vanguardia. “Antena 3 matiza que lo hace por “criterios de estilo editorial” y recalca que lo no ético es “pagar por la entrevista”. El reportero Sergi Ferré consiguió que Ricart se quitase el pasamontañas y hablase con él” (Sergi Ferré, periodista que no sale en el documental ni se le espera).
Una vez se emitió dicho avance por los informativos de Antena 3, durante todo el fin de semana, en la red del pajarito fue tendencia el hashtag #Telebasura, donde los tuiteros criticaron muy duramente el seguimiento que estaban realizando los medios al condenado.
Por alguna razón que desconozco, el material de este avance informativo sigue apareciendo por Youtube. En el vídeo podemos ver cómo Ricart no asume ninguna culpa del crimen, pese a la información del Levante, sino más bien al contrario, el famoso condenado afirma “lo que hicieron con esas chicas no tiene perdón de Dios”, frase que recogieron multitud de medios escritos en sus crónicas de igual forma, según se comprueba en la hemeroteca.
Llegamos entonces al final del documental, donde la maestra de las niñas de Alcàsser Carme Miquel, fallecida esta semana, explica la importancia del relato en los medios (efectivamente, de esto hablo yo también aquí), y cómo en el inconsciente colectivo se mostraba una y otra vez en los medios el cuento de Caperucita (subtexto: niñas, no salgáis solas por lo que os pueda pasar).
Una vez detallado el último episodio sobre la guerra de los medios que el documental ha obviado, ¿de verdad ustedes piensan que el caso Alcàsser debería cerrarse con una conclusión sobre la violencia de género, o son de los que consideran, como así lo creo yo, que debería llevarnos a reflexionar conjuntamente sobre la ética de los medios y las malas prácticas en el tratamiento de los sucesos, ya sean sobre mujeres (Alcàsser, Marta del Castillo, Anabel Alonso, etc), niños (Julen, Gabriel, Mari Luz, Asunta) o padres (asesino de la catana)? ¿No es un poco “meta” que, para contarnos el caso Alcàsser, recurramos, una vez más, a errores y omisiones que se traducen en nuevas interpretaciones sobre, por ejemplo, el comportamiento de determinados medios (“la morbosa Telecinco vs. la inexistente Antena 3 de aquel 2013”)?
Y por último, ojo, porque igual que el Mississippi forma parte de uno de los episodios más flagrantes sobre las fake news, con documentales como este, quién no nos asegura que pudiera adquirir ese papel el gigante Netflix.
Porque si algo se aprende al rebuscar información sobre aquel circo mediático es que durante la guerra de los medios, cuando hay carnaza delante, no se libra nadie. Fue una pelea sin cuartel por atrapar espectadores, lectores y clics, y casi treinta años después vuelve a convertirse en una batalla de roles, eso sí, más soslayada, más sutil, más corporativa.
Nota: este artículo va dedicado a la recientemente fallecida maestra de las niñas de Alcàsser, Carme Miquel. Gracias a maestros como ella, aprendí algo muy valioso: a pensar por mí misma, sin injerencias que me impidan obtener mi propia visión de las cosas.