Los ojos del Comepiedras

Ha pasado un mes desde la tragedia, y Valencia sigue inmersa en el desconcierto de no vislumbrar la luz al final del túnel de la tragedia. Como aquel tierno personaje de la película La historia interminable, hemos visto atónitos cómo el desastre se abalanzaba sin piedad hacia nosotros. Esos ojos del pueblo valenciano similares a los de aquel gigantón que veía el desastre sin poder hacer nada para detenerlo. La realidad es que todavía estamos sufriéndolo, no ha acabado. Los caballos de los nuevos jinetes del apocalipsis se abalanzaron fieramente sobre nuestro pueblo y algunos todavía siguen por las calles de todas nuestras localidades afectadas. No puede ser desalojado de nuestra memoria el padecimiento de las personas, de nuestros vecinos. La pérdida de tanto por lo que uno ha luchado y, desgraciadamente, la pérdida de vidas humanas. El agua arrasó sin llamar y fue buscando a las víctimas por los rincones, con la ausencia de piedad de un ángel exterminador. En los vídeos albergados en las redes sociales vemos una y otra vez el baile macabro de los coches lanzados por el torrente como proyectiles y los gritos de desesperación. Estamos viviendo cómo hieren las cañas y el barro, tan distintas de aquel título que una vez creó el maestro Vicente Blasco Ibáñez. Viendo unos paisajes desolados que nunca se hubo imaginado Joaquín Sorolla plasmar con sus pinceles.  Siempre hemos presenciado las catástrofes en otros lugares y nos queda la distante memoria de la riada de Valencia y la pantanada de Tous, pero nos hemos dado cuenta de la impermanencia que viste a nuestras vidas. Aquella noche cuando la situación quiso disfrazarse de terror en forma de alarma tardía en el móvil, la realidad ya tenía puesto ese vestido horrible.

Tengo que decir también que todo no está perdido, el pueblo de Valencia se ha levantado y se restablecerá entre tanta oscuridad y decepción hemos visto que se encendía la llama de la solidaridad. Acostumbrados a ver cómo una parte de la sociedad camina ajena a la otra, con cada individuo “a su rollo”, hemos presenciado cómo las almas se juntan por la mañana para limpiar. Si el marrón del lodo se está empezando a teñir del color de la esperanza, está siendo gracias a todas las personas que han tirado para delante ayudadas por las gentes voluntarias, venidas de todos los lugares de España, mención especial a la figura de la juventud. Volveremos a construir y construir mejor, con los cimientos del vacío de lo que se ha perdido y de los que ya no están.

Antes de finalizar, quiero anunciar la venida un quinto jinete del apocalipsis tan nocivo como sus hermanos, porque se propaga silente tras los rastros del torrente que nos ha herido, le llaman el Olvido. Por eso, ahora que estamos a las puertas de la Navidad y sus otros días de celebración, esa fiesta donde tenemos la obligación de ser felices, ese momento en el cual el espíritu de lo material se mezcla con la humildad, la sencillez y el puro amor, animo a los lectores a luchar contra ese jinete. El ser humano tiende a querer olvidar y eso no puede suceder este año. Tenemos que cambiarle el nombre a esta fiesta. Tenemos que hacer como los cuadros de Marc Chagall donde los colores y la ternura se mezclan con situaciones desoladoras carentes de felicidad plena. Les propongo que dejen un hueco para acudir a compartir con toda esa gente damnificada una parte de nuestro tiempo, los tenemos cerca, sabemos cómo ir a ellos, no pido salir a los balcones, pido ir a sus puertas. Que nadie nos pare, hagámoslo por ellos, por nosotros, por las personas que no están y por las que vendrán. Buscar ahora que el tiempo cure puede ser de ilusos, pero yo animo a las personas a quitar el lodo del olvido acercándonos a los pueblos damnificados. Esas personas nos están esperando, nos necesitan. Compartamos al menos un poquito de nuestro tiempo con ellas en esta fría Danavidad.