VALÈNCIA. Maui es una isla del archipiélago de las islas Hawái. También es el nombre de un bar, el único que hay en funcionamiento en los bajos de lo que antes fue Ciudad Ros Casares y ahora es Ciudad Gran Turia. Una mañana de viernes el Maui está siempre lleno, con una rotación constante de público. La mayoría de los clientes son trabajadores de la zona. “Hacen muy buenos bocadillos”, explica uno de ellos. “Todo el mundo venimos a almorzar”, añade.
Como quiera que está solo en la inmensa manzana del complejo, el Maui es como una posada de frontera y también un ágora, el punto de encuentro en medio de la nada. Una vez se sube a la cota cero, el bar linda por el sur y el este con el polígono industrial de Vara de Quart; por el oeste, con el nuevo cauce del río Turia y la V-30; y por el norte, con el complejo comercial Gran Turia. El Maui es para todos los que trabajan allí la única opción hostelera que no exige el uso del vehículo.
El aspecto que ofrece el complejo Gran Turia desde fuera es el de un búnker encerrado en sí mismo, tal y como reconoce una propietaria. Concebido para 10.000 personas, en su construcción, que se inició en octubre de 2006, participaron más de 1.000 personas diariamente, se emplearon más de 70.000 metros cúbicos de hormigón, 4,2 toneladas de acero, 1.000 kilómetros de cable… El coste final de la obra fue superior a 200 millones de euros. El proyecto, redactado por el estudio de Mark Fenwick y Javier Iribarren, con sede en Alcobendas, se concluyó en 2009 y fue realizado por Acciona, Ferrovial, Elecnor, Ecisa y Augescon.
Los problemas de financiación del complejo han hecho del inmueble una metáfora de la burbuja inmobiliaria, muy a pesar de los esfuerzos de sus promotores. Su recuperación, gestionada por Solvia, ha permitido que no se echara a perder. La superficie total destinada a oficinas es de 21.220 metros cuadrados, de los que están alquilados en torno a 6.000, poco más de la cuarta parte. Pero va creciendo. En el lugar ya se encuentran enseñas como Hasbro, General Electric, Banco Sabadell, la propia Solvia, Adidas, Gewiss, Global Cargo System o Cruz Roja, además de pymes. Y desde hace meses… okupas.
El relato de la okupación se halla en el acta de la Junta General Ordinaria del pasado 8 de junio. En ella se especifica que “se han producido tres intentos de ocupación de lofts, propiedad del Fondo de Garantía, de los cuales uno [aún] está pendiente y cuya resolución está intentando Solvia por el procedimiento de mediación”.
En el caso de esta ocupación, el acta recoge como en una ocasión que “la señora que ocupa ilegalmente el loft estaba haciendo uso de la piscina, junto con seis amigos, se avisó a la policía la cual se presentó en la comunidad y habló con ella, pero [los agentes] manifestaron que no podían desalojarla porque no había denuncia contra ella”. La anécdota de la okupa aún sigue activa, según admiten en Ciudad Gran Turia. “Sí, aún está en la casa”, se limitan a asentir. Con todo, otras fuentes consultadas aseguran que el conflicto está cerca de resolución.
Lo que evidencia, asegura un propietario, son las deficiencias de seguridad, que han obligado a aumentar la vigilancia privada por las noches, o adoptar medidas como mantener completamente cerrada la urbanización tanto de día como de noche, reemplazar los pasadores de las puertas, o hacer una puerta sólo peatonal en la fachada sur para que no se pueda acceder cuando la puerta corredera del garaje queda abierta; de hecho, este viernes, la puerta del garaje estaba abierta por una avería.
El mal estado de algunos carteles de Solvia, rotos por las inclemencias del tiempo, o de la placa de inauguración que puso en su día el ex presidente de la Generalitat, Francisco Camps, dan fe del paso de los años. Otras placas, como la de la ya fallecida alcaldesa Rita Barberá, se encuentran en mejor estado. Las malas hierbas crecen en el interior de los lofts sin habitar, algunos ya vendidos y propiedad de fondos de inversiones.
Con todo, el espacio donde se pueden ver más malas hierbas es en el jardín experimental del Ayuntamiento de València que circuncida la parte sur de la Ciudad Gran Turia, en el exterior del complejo. Los rastrojos secos se acumulan hasta alturas superiores al metro y medio. Los bancos de madera están rotos, inservibles. Prácticamente nadie ha recorrido ese jardín municipal en las últimas semanas. Es imposible. Las malas hierbas invaden el camino.
En su día fue profusamente inaugurado. Hoy, la cartela informativa que lo explica, acumula suciedad en su ventana de plástico amarillenta, hasta el punto que es imposible leer el texto. Como si fuera parte de una ciudad abandonada. “Esto cualquier día arde”, presagia lastimoso un propietario.
Los vecinos viven mirando al centro comercial con el que comparten nombre desde hace años. “No somos muchos por las noches”, explica un inquilino. “Quizá 30”. Habida cuenta los problemas para aparcar en la zona, la pregunta que cabe hacerse es qué pasará cuándo estén todos los lofts habitados.“Se está tranquilo”, insiste este interlocutor. Y seguro, pese a la anécdota de la okupa. Una tranquilidad que es lo que aprecia.
Por las noches el aspecto solitario del complejo queda compensado por la rotunda belleza de las líneas de este hermoso elefante blanco, esta isla de hormigón y acero, herencia de un tiempo no tan lejano. Iba a ser un espacio único de la ciudad, modélico; ahora también tiene okupas.