El economista de Pictet WM advierte que entre los diversos daños colaterales destacan por encima un menor crecimiento y una mayor inflación
MADRID. Tal vez el principal cambio de régimen de la presidencia de Trump sea de política comercial, más que fiscal. Hay que tener en cuenta que tras la II Guerra Mundial, la tendencia -más acentuada desde el final de la Guerra Fría- ha sido una marcada reducción de la protección frente a las importaciones. De hecho, según el Banco Mundial, el arancel promedio en EE UU es muy bajo, concretamente del 1,7% frente al 4% en la década de los años noventa. Incluso los teléfonos móviles de Asia, por ejemplo, carecen de arancel.
De manera que la Administración Trump ha aumentado el volumen de importaciones chinas que serán sometidas a aranceles: además de 50.000 millones de dólares al 25%, su representante de comercio ha preparado una lista de 6.000 productos chinos por valor de 200.000 millones de dólares para ser sometidos al 10%, lo que puede entrar en vigor el 1 de septiembre si no hay acuerdo. Se dirige a productos de consumo chinos, algunos no fácilmente reemplazables, incluyendo ropa, muebles, artículos electrónicos (no teléfonos móviles o tabletas), electrodomésticos y repuestos de automóviles. Esto se parece a un impuesto al consumo, como si un IVA Federal, lo que EE UU ha aborrecido mucho tiempo. Por su parte, el Ministerio de Relaciones Exteriores chino ha indicado que su gobierno está “conmocionado" por la última iniciativa y se puede ver obligado a represalias. Antes el gobierno chino había señalado que respondería con medidas integrales cualitativas y cuantitativas.
El caso es que la situación conlleva riesgos de menor crecimiento y mayor inflación en 2019 en EEUU desde el 2,3% y 2,4% respectivamente. Ya preveíamos que un arancel del 10% a 200.000 millones de dólares de productos chinos puede reducir el crecimiento de EEUU en 0,3% a 0,4% en 2019. Añadiendo los vigentes del 25% sobre 50.000 millones el impacto total puede ser 0,5% de su PIB. Hay que tener en cuenta que con la última escalada parece poco probable que ambas partes inicien de nuevo negociaciones a corto plazo y la represalia China aumenta el riesgo de guerra comercial genuina. La nueva ronda de aranceles se produce tras represalias de China contra los aranceles iniciales de EEUU y la negativa de China a cambiar su política industrial.
De hecho, la Administración Trump cree que la política industrial china se ha traducido en transferencias y robo de propiedad intelectual y tecnología, con pérdidas de 50.000 millones de dólares para empresas de EE UU. Trump considera que los aranceles son útiles para reducir el déficit comercial bilateral, aunque las importaciones de China no sean fácilmente reemplazables. Un arancel del 10% no es particularmente punitivo, pues aunque puede afectar el consumo no a los patrones de comercio. Pero Trump ha advertido que todas las importaciones de China (506.000 millones de dólares en 2017) pueden quedar sujetas a aranceles. Además amenaza a los vehículos europeos si la UE no baja o suprime aranceles a vehículos de EEUU (que los mantiene elevados para las importaciones de camiones). Su sugerencia de que pueden imponerse por razones de 'seguridad nacional' puede sentar un precedente peligroso. ¿Si los vehículos son asunto de "seguridad nacional'... qué no lo es?
Aunque esperamos que el Gobierno chino ajuste sus políticas monetarias y fiscales para mitigar el riesgo, es poco probable que pudiera compensar totalmente tal impacto. China sólo importa 130.000 millones de bienes de EE UU y es difícil que iguale la amenaza total de Estados Unidos. De momento su arancel del 25% a 34.000 millones de dólares de productos estadounidenses desde el 6 de julio incluye productos agrícolas y automóviles, probablemente seguido de petróleo, gas y equipamiento médico, 16.000 millones más. Pero puede imponer aranceles mucho mayores al 10% que EE UU ha propuesto a aeronaves, semiconductores y productos químicos. También puede centrarse en servicios, turismo y educación, así como crear barreras no arancelarias a empresas estadounidenses en China. Pero ello puede implicar dolor para su economía y provocar desempleo. Además las barreras no arancelarias van en contra de su promesa de seguir abriendo su economía, como se ha puesto de manifiesto con el permiso dado a Tesla y BASF para establecer subsidiarias.
Mientras la resistencia a los aranceles propuestos por la Administración Trump provienen de los mercados bursátiles, lobbies y Congreso de EE UU. Los lobbies empresariales se ven golpeados por las represalias chinas. Así, los precios de la soja de EEUU ya han disminuido drásticamente, perjudicando a su sector agrícola (clave del apoyo político de Trump). Además los productores de petróleo, cuyo comercio con China había aumentado enormemente, se enfrentan a elevados aranceles y están levantando la voz. Por su parte la respuesta del Congreso ha sido mixta de momento. Trump tiene mucha latitud de política comercial (la cláusula de 'seguridad nacional' que evita aprobación del Congreso se remonta a la Guerra Fría) y demócratas y republicanos están divididos sobre la respuesta correcta a la política comercial de China.
De todas formas muchos miembros del Congreso creen que los aranceles están escapándose de las manos. El republicano Kevin Brady ha exhortado a Trump a reunirse con el presidente chino Xi Jinping y el también republicano Orrin Hatch considera que los nuevos aranceles parecen imprudentes y no centrados en el objetivo. En cualquier caso las políticas de Trump son populares. Sabe que no puede permitirse perder el Congreso, especialmente cuando su candidato a la Corte Suprema se enfrenta a confirmación, ni tampoco dañar la economía, si quiere ser reelegido en dos años.
Thomas Costerg es economista de Pictet WM