VALÈNCIA.- George y Mildred Roper eran un matrimonio inglés de mediana edad que vivía en una casa de dos plantas de Londres. La planta superior la alquilaron a dos jovencitas (Chrissy y Jo) que, a su vez, arrendaron un cuarto a otro jovencito (Robin). No les hizo mucha gracia esto último, pero como eran muy cotillas, así al menos tenían un motivo para estar distraídos y olvidarse el uno del otro. George estaba en paro, aunque lo cierto es que ganas de trabajar no le sobraban. Mildred era una mujer obsesionada con deslumbrar socialmente, algo que jamás lograría por culpa del patán de su marido. Lo único bueno de todo esto fue que, siendo como eran dos personajes televisivos, Mildred y George acabaron independizándose de la serie que les dio a conocer en 1973, y tres años más tarde estrenaban la suya: George & Mildred, conocida en España como Los Roper.
Brian Cooke y Johnny Mortimer eran dos dibujantes de cómics que, casi por chiripa, acabaron juntándose para escribir guiones radiofónicos, que con el tiempo serían también para televisión. Leyendo la prensa, uno de ellos cayó en la cuenta de la cantidad de anuncios por palabras publicados en los que se ofertaba y demandaba habitaciones de alquiler para gente joven. Vieron ahí un posible filón argumental y así fue como nació una de las series más populares en la historia de la televisión británica. Un hombre en casa jugaba con la tensión sexual no resuelta que generaba el hecho de que, bajo un mismo techo, convivieran dos mujeres y un hombre. Diálogos que jugaban con los sobreentendidos, situaciones de vodevil —el escenario facilitaba que los personajes salieran y entraran del escenario principal— y unas gotas de costumbrismo contribuyeron a que la serie que hizo famosos a Chrissie, Jo y Robin triunfara durante años. Su popularidad fue tal que dio de sí dos spin-off. Uno fue El nido de Robin, protagonizada por el cocinero que convivió con las dos chicas y que al fin tiene ya su propio restaurante. El otro fue Los Roper, que se estrenó en 1976 y se emitió hasta 1980.
El tiempo no ha sido benigno con ninguna de estas series, pero quizá sea la de Los Roper la que peor ha envejecido. Los guiones de la serie se sustentaban en la relación imposible entre las dos mitades de una naranja inexplicable. Mildred sueña con ser una mujer rodeada de glamur, pero en cuanto abre los ojos, lo que se encuentra es a su marido haraganeando por casa. La ausencia total de deseo por parte de él aumenta la tensión entre ambos y convierte a Mildred en una hembra necesitada de afecto, del carnal y del otro. En los tiempos del #MeToo y con el feminismo convertido ya en una revolución global, la permisividad de Mildred se antoja como algo insostenible. Por no hablar de los comentarios que él le dirige.
Los Roper son todo un paradigma de matrimonio mal avenido, del cual, dicho sea de paso, José Luis Moreno sacó buen provecho para los sainetes de Escenas de matrimonio. Lo más increíble de todo es que las pullas que se intercambiaban George y Mildred hacían reír a finales de los setenta, pero las que se gastaban Pepa y Avelino pertenecían ya al siglo en curso. Sea como sea, cuesta trabajo tomarse en serio hoy en día a Los Roper. Les salva el humor típicamente británico que envuelve sus situaciones y diálogos. Y, por supuesto, la excelente interpretación de Brian Murphy y Yootha Joyce, dos animales escénicos criados en los teatros ingleses que encontraron el beneplácito del público gracias a la televisión.
Los Roper arranca cuando, a causa de una expropiación, el matrimonio no tiene más remedio que renunciar a su casa londinense para trasladarse a los suburbios. Allí, Mildred espera triunfar entre sus vecinos y poder ser la mujer sofisticada en la que siempre quiso convertirse. Por supuesto, nada es tan fácil en esta vida. Cuando visitan la casa que esperan comprar, el vecino, el señor Jeffrey Fourmile, aterrado al verlos llegar en la moto con sidecar en la que George suele moverse con su señora, les hace saber que los considera demasiado vulgares para un vecindario como el suyo. Es así como George descubre que existe algo mucho mejor que llevarle la contraria a su esposa: llevársela a Fourmile. A partir de ese momento, la guerra entre los dos vecinos se irá recrudeciendo y se convertirá en una de las bazas de la serie. Para vengarse, George se divierte corrompiendo a Tristán, el pedante niño de los vecinos, enseñándole cosas que hagan cabrear a su padre.
La serie terminó de manera abrupta en 1980 a causa del repentino fallecimiento de Joyce. Sufría un grave problema de alcoholismo que le produjo la cirrosis que se la llevó de este mundo a los 53 años: la artista llevaba más de una década bebiéndose media botella de brandy diaria. El éxito no hizo más que espolear su alcoholismo: Joyce pensaba que quedaría encasillada para siempre como Mildred Roper. Su muerte coincidió con el estreno de un largometraje —muy flojo— basado en la serie, que fue cancelada de inmediato. Murphy, que al contrario de lo que le ocurría en la ficción con Mildred, se llevaba muy bien con la actriz, quedó desolado.
La cadena intentó seguir amortizando su popularidad dándole otra serie, The Incredible Mr. Tanner, donde también aparecía una de sus comparsas cómicas en Los Roper. Pero ni siquiera la química con el actor Roy Kinnear (padre de Rory, al que hemos visto en Penny Dreadful, Black Mirror o Years & Years) evitó que la serie tuviera poca audiencia. En 1986, The Smiths, que en ese momento se encontraban en la cima del éxito, eligieron una foto de Yootha Joyce para crear una de sus icónicas portadas. La actriz tuvo el mejor de los epitafios artísticos gracias a la cubierta del single Ask. Más allá de lecturas sociales, Los Roper es el testimonio de una época en la que los pantalones de pata de elefante reinaban y los chistes picantes al estilo Benny Hill parecían completamente inocentes. La pareja también fue muy popular en España. Una marca de pintura los eligió para protagonizar un anuncio televisivo en el que, cómo no, los diálogos aludían a la ya famosa falta de pasión sexual del marido, que esta vez era conminado a pintar la casa sin rechistar.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 77 (marzo 2021) de la revista Plaza