VALÈNCIA. “Bombardearon València cuando la guerra ya estaba decidida y no había nada que hacer”, asegura el historiador Fernando Sanz. Está junto a los tinglados del Puerto de València. Señala una de las vigas de hierro. Hay una marca. Es la huella de la metralla. A su lado, el también historiador César Guardeño. Es algo que también se puede hacer en la puerta de los hierros de la Catedral de València, donde aún hoy se pueden ver las cicatrices que provocaron los bombardeos durante la Guerra Civil, las cicatrices de la Historia. En el caso de la seo, una bomba cayó justo sobre un tranvía que pasaba junto a la puerta barroca; todos sus ocupantes murieron. El tranvía, ennegrecido, destruido, con los hierros de su estructura doblados y retorcidos, fue fotografiado por Finezas.
A lo largo de la contienda, València fue, junto a Barcelona y Madrid, una de las ciudades más castigadas por las tropas fascistas. Por aire, desde el mar… Guardeño relata que algunos vecinos de los poblados marítimos, los más necesitados, tomaron por costumbre que cuando veían llegar los aviones se arrojaban al mar en busca de los peces que salían a la superficie, muertos como consecuencias de las explosiones, y hacían así acopio de pescado para alimentar a sus familias. El 22 de marzo de 1939 debió pasar eso. Al oír los aviones italianos llegar a València, los más pobres debieron salir a las puertas de sus casas y, cuando oyeron las primeras bombas, irían corriendo al mar; pescado recién salido del Mediterráneo.