Cinco años después, el Escalante ya tiene sede
Cinco años después, el Escalante ya tiene sede
VALÈNCIA. Una vez mi padre me llevó cerca de la Gare du Nord en el barrio de La Chapelle de Paris donde se mantiene en pie una viejo teatro de color melocotón con aspecto de templo saqueado por lectores de densas novelas. Los dorados apagados de los palcos no pedían maquillaje y los cojines del suelo servían, y aún hoy, de posadera para los culos más cool del París de los noventa. Era el Bouffe du Nord, dirigido durante décadas por el eterno londinense Peter Brook, ese sabio canoso que decía que una persona en frente de otra era suficiente candombe para presenciar el big bang del teatro. La obra que vi era un ladrillo en francés de un señor que no paraba de hablar, en francés, claro. Pero no olvidaré el lugar.
Y es que el teatro pervive en la memoria gracias a ese término que se gesta en el momento, sí, pero sobretodo en el lugar. El lugar del recuerdo. El refugio del olvido. Y esto lo viví de nuevo hace poco con mi hija recordando otro lugar encajonado en el desván. Otro lugar que se esconde en las entrañas del barrio el Carmen. Un lugar que un día, a oscuras, con las piernas colgando de la butaca, me encendió una luz que todavía me zarandea. Es el Teatro Escalante, a partir de ahora Mausoleo Escalante. Un residuo escénico que pierde su sacralidad como la pierde el teatro en pro de las plusvalías del mercado.
Mi hija no recuerda la obra, recuerda el lugar y recuerda que quiere volver a esos palcos, ahora barcas varadas en el tiempo que en otro tiempo llevaron a Robinsones, Huckelberries, Mowglis y Alicias. Quiere volver a ver subir esa rojo milenario de los telares como las velas del galeón. Pisar esa alfombra de adoquines de la entrada. Perderse en ese callejón de los sueños. Quiere volver al lugar. El lugar fue el motivo. El lugar fue el susurro. La aventura fueron las columnas, los recovecos, el laberinto en su memoria. Ahora ese lugar se levantará en un solar con “todas las necesidades técnicas del sector”. No le faltará de nada. Será más moderno. Se podrá aparcar en la puerta, para llegar y salir corriendo. Cerca del casino y del campo de fútbol, de las Torres Gemelas y de Disneyworld. Se podrán hacer grandes aulas para una ciudad sin maestros, como aquellas rectas para una ciudad sin pilotos. Se hará otro teatro como Rambleta, como los teatros de Silla, Altea, Catarroja o Rojacata. El ladrillo ha sepultado al verso. Pero volver al TAC de Catarroja es como volver al Bonaire a cambiar unos calcetines usados. No es lo mismo.
Se tilda esta opinión que expongo como nostálgica. El teatro es la nostalgia del mañana, capullo. Es lo que nos queda. Nos quedan las puertas pequeñas, no los portones de carga. Nos quedan los desconchados, no el mármol lustroso. Nos queda fumar a escondidas, no el extintor. Nos queda el callejón, no la circunvalación. Nos queda el sol, no el solar. Una reforma integral (moderna pa que se me entienda) del Centre Teatral Escalante en la calle Landerer era la solución robada a nuestro patrimonio, pero al patrimonio de las ideas, al patrimonio de las tempestades y de los discursos del corazón. Las cosas viejas se arreglan, no se tiran. Valencia no es de esta guisa. Hacemos obras de usar y tirar. Tenemos los almacenes repletos de cadáveres. Lo viejo se hace trencadís. Primero cerraron el teatro, pusieron el cine, cerraron el cine, pusieron el Zara, cerraron el Zara, pusieron el Primark, cerraron el Primark, pusieron el Zara, cerraron el Zara, pusieron el Hostel y al Hostel lo llamaron Hostel Teatro. Como esa placa del bar Torino que asoma discreta en un local tapiado. Estamos haciendo una ciudad de placas. Hasta aquí llegó la riada. Hasta aquí llego la comedia. El teatro sale de las entrañas y se esconde en la periferia. La comodidad, las prisas, el voto, la foto y el despropósito administrativo de este gobierno que ha tenido la osadía de consultar al sector en un tema puramente técnico para lavarse las manos ante la opinión pública nos van a traer teatro nuevo, moderno, lo más. Pero el drama es viejo, es fósil. El sector ha caído en la trampa, gran parte de él. Un sector del sector. Un sectorito.
Tras cinco años desde que cayó aquel cascote en el patio de butacas mientras ensayábamos Les aventures de T.Sawyer (nunca surcará jamás aquellas aguas), las niñas y niños de esta ciudad han sido náufragos de teatro en teatro. Ahora ya tienen un solar paradisíaco, un resort, un oasis de cemento. Los solares son para tomar el sol, dice mi amigo Llopis. A todo aquel que firmó o avaló que el decrépito Teatro Escalante quedara en el olvido (requisito sine qua non para levantar la nueva sede según Diputación) que no diga luego ; “Valencia era ciudad de teatros”. Si los teatros de una ciudad se esconden en las rotondas, seguiremos dando vueltas sin salir.
Xavo Giménez. Autor y director de escena
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