VALÈNCIA. Esta semana, el jueves 10 de enero en concreto, se cumplieron veinte años de la emisión del primer capítulo de Los Soprano. Este 2019 también se cumplirán veinte del inicio de El ala Oeste de la Casa Blanca. Sexo en Nueva York va por veintiuno. Y Friends tiene ya, ¡ya!, veinticinco. Un cuarto de siglo, que dicho así suena más contundente. Tranquilidad, este no es un artículo nostálgico de aquellos de cualquier tiempo pasado fue mejor y ¡oh! cuán rápido pasa el tiempo, maldita sea.
Esto va de consumo, de espectadores del presente. De qué hacemos con estas series ahora. Va del hecho de que para toda una generación, para los más jóvenes, son historia, algo que ven como parte del pasado, por más que sigan ofreciéndolas las plataformas y aparezcan citadas en todas las listas de las mejores series, de esas que no te puedes perder. Al margen de gustos particulares y del me gusta más esta que aquella, es evidente que son parte fundamental de nuestra cultura, grandes clásicos y obras innovadoras que cambiaron las cosas para siempre y abrieron muchos de los caminos por los que ahora transita la ficción televisiva. Pero, ¿podemos esperar de un veinteañero o de alguien de treinta años que haya visto los 86 capítulos de Los Soprano? ¿Que se ponga a ver los 155 de El ala Oeste? ¿Cómo se van a consumir? ¿Y cómo conviven o compiten con las series actuales?
“¿Cómo? ¿Qué no has visto Los Soprano? Tienes que verla ya, déjate lo que sea que estés viendo y ponte a ello. Ya verás, ya”. Esta interpelación, que cualquiera de nosotros puede suscribir ante quien no haya disfrutado de la historia del mafioso deprimido y su familia, es cierta. Claro que vale la pena verla y aparcar otras cosas para hacerlo. Pero la veinteañera o el treintañero a quien se lo decimos puede perfectamente replicar que ya lo sabe y que ya la verá, o que ha visto unos pocos capítulos, pero es que ahora hay dos series que molan mucho y que quiere ver, para disfrutarlas y también porque quiere participar de la conversación sobre ellas que está en todas partes. Y los millenials también tendrán razón. Al fin y al cabo no hacen más que consumir las series de su tiempo. Las que les hablan directamente. Las que no son historia, como Los Soprano. Vaya, como hicimos nosotros cuando veíamos El ala Oeste o Friends.
Por supuesto, está claro que ninguna obra de ficción es solo historia. De hecho, siempre está en presente, sucede aquí y ahora, en el momento en que la leemos o miramos, aunque tenga un siglo. Y si es buena, como es el caso, resultará tan valiosa hace veinte años como ahora. Estarán pensando los más veteranos que qué exageración, que, al fin y al cabo, veinte años no es nada, como decía el tango. El problema es que la canción se compuso mucho antes de esta cultura de la inmediatez en la que vivimos. Hoy en día, para el público y para quienes dirigen nuestro consumo, es toda una vida.
Ahora devoramos las series con fruición y a lo grande. Se han convertido en una forma de ocio hegemónica. Y las cadenas no paran de darnos soma. Pero aunque las consumimos con mucha facilidad porque es cómodo, puesto que las tenemos en casa a pocas teclas del mando a distancia, y el sistema cada vez nos ofrece más y más, el consumo de series en realidad es complejo. Requiere TIEMPO, que es justo lo que menos tenemos en nuestra sociedad capitalista. No es fácil encontrar el tiempo para ver, y disfrutar, una serie de trece capítulos, no digamos ya las que tienen varias temporadas. De hecho, quitamos dedicación a otras cosas para ver series, probablemente leemos menos o vamos menos al cine.
Si lees un libro o un cómic vas a dedicarle varios días pero puedes hacerlo durante la noche en la cama, en el metro, en cualquier sitio; el libro, de papel o electrónico y digan lo que digan, es una herramienta extremadamente funcional, práctica y adaptable. Si ves una película consumirás unas dos horas de tu vida, aunque las pelis comerciales son cada vez más largas y cualquier estúpida peli de acción pasa de las dos horas y cuarto como si estuviera contando algo que mereciera la pena.
Pero cuando ves una serie te enfrentas a horas de consumo. Que has de compaginar con todo lo demás y, en cierto modo, planificar. A veces, es un consumo bulímico y compulsivo, de atracón. Así las cosas, ¿disponemos de 108 horas para ver El ala Oeste? ¿75 para Los Soprano? El nuevo estatus cultural de las series, el que las convierte en obras esenciales de nuestra cultura, nos impele a no dejarlas pasar. Nos estamos perdiendo algo importante si dejamos de ver tal o cual serie. Y es cierto. Han dejado de ser, como eran en los ochenta o noventa, puro entretenimiento para pasar a ser Cultura, con mayúsculas. Imprescindibles.
Otra cosa en la que podemos pensar es en el modo en que se recibirían esas series si se hicieran hoy: ¿nos parecerían tan relevantes? ¿Pasarían algo desapercibidas en el mar de ficciones en el que nos movemos? En su momento, Los Soprano tuvo grandes audiencias, con casi 14 millones de personas viendo a la vez un capítulo, a pesar de estar en una cadena de cable. ¿Sería ahora objeto de adoración de minorías y no trascendería tanto al gran público? Imposible saberlo y seguramente también inútil el ejercicio de especulación con lo que nunca será. Aunque nos permite reflexionar acerca de cómo se configura nuestro gusto y hasta qué punto depende de la oferta y la ocasión.
Lo que sí sabemos es que Los Soprano cumple veinte años. Y eso, en unidades catódicas de medida es el pasado y la sitúa en un tiempo que no es el nuestro. Este hecho ni le quita ni le pone nada a su calidad ni a nuestro disfrute de espectadores. Pero sí que complica su consumo y su acceso a quienes eran niños en aquella época o simplemente no estaban. Que gozarán de ella, por supuesto. Y sufrirán, reirán, llorarán, se enfadarán y compartirán emociones con sus personajes, no hay duda. La ficción del pasado se convertirá en su presente. Pero solo si la ven.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado