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el eurocristiano tibio / OPINIÓN

Los socialistas federales contra los confederales

2/09/2024 - 

En el pasado Tibio anuncié que iba a desmenuzar los movimientos que están preparándose para evitar que el infame pacto entre el Partido Socialista de Cataluña (PSC) e Izquierda Republicana de Cataluña (IRC) llegue a materializarse, e incluso para desplazar a Sánchez de la Presidencia del Gobierno. Dada la excesiva extensión de los antecedentes, cuyo conocimiento es inexcusable, me he visto obligado a dividir lo prometido en dos etapas: la previa a Sánchez y la actual. Si nos saltásemos la primera etapa, nos sería más difícil entender la segunda.

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) es la formación que más tiempo ha gobernado en España desde la transición a la democracia. Muy bien implantado en el territorio, su censo es lo suficientemente amplio para albergar diversas corrientes. La más significativa enfrentó a los socialistas federales con los socialistas confederales. Los primeros defendían desde un principio una concepción federal de España, concebida como una única nación cuyas diversas regiones gozarían, por descentralización, de una cierta autonomía. No obstante, los elementos centrales de la gobernanza, como la justicia, la fiscalidad, la defensa y las relaciones exteriores, serían competencia exclusiva del gobierno federal. Por el contrario, los segundos defendían una España plurinacional, que lógicamente se dotaría de una organización confederal. Así, prácticamente todas las competencias se distribuirían entre las diversas naciones de una entidad fantasmal llamada España.

Aunque ahora esté en una fase álgida, esa confrontación ya existía antes de que se aprobase la Constitución. En el verano de 1976 una facción izquierdista del Partido Socialista Francés convocó en Suresnes, cerca de París, una Conferencia de diversos partidos socialistas de Francia, Portugal, Italia y España. Los organizadores proponían hacer frente común a las posiciones derechistas que, según ellos, estaban adoptando los socialistas de las demás naciones europeas. En concreto, sugerían formar coaliciones electorales con los partidos comunistas, una opción que los socialistas alemanes, con medio país tras el Telón de Acero, rechazaban de plano. Fuese por la influencia que socialistas alemanes ejercían o fuese por convicción propia, los socialistas españoles y los portugueses obviaron aquella propuesta de “Unión de Izquierdas”. Como se sabe, Felipe González y Alfonso Guerra, líderes del socialismo federalista, adoptaron como línea política la autonomía de los socialistas respecto de los comunistas. Y obtuvieron suficiente apoyo electoral para gobernar en solitario. Es más, González permitió que gobernase Aznar cuando perdió las elecciones, aunque podría haberse coaligado con otros partidos para seguir en la presidencia. Se trataba, insisto, de un socialismo autónomo y federalista.

A aquella Conferencia de Suresnes asistieron Rodríguez de la Borbolla en representación del PSOE y Pascual Maragall en representación de un partido llamado Convergencia Socialista de Cataluña. Si ya era inquietante el parecido con el nombre del partido criptoseparatista organizado por Jordi Pujol, Convergencia Democrática de Cataluña (CSC), todavía fueron más inquietantes las opiniones que Maragall le confió a Borbolla. Le instó a aceptar la realidad nacional de las naciones oprimidas por los españoles, como Cataluña, y pretendió tranquilizarlo diciendo que, de todos modos, no querían que, aún soberana, Cataluña se independizase. Según decía, España era para ellos el “pal de paller” económico. Traducido al castellano: España era la nación en la que los catalanes vendían mejor sus productos y donde obtenían mano de obra barata y disciplinada. El propio Borbolla, que llegó a presidir el gobierno andaluz, ha publicado lo que estoy escribiendo, así que pueden ahorrarse pensar que me lo haya inventado. En resumen, ya en 1976 una buena parte de los socialistas catalanes mantenían esas opiniones, triplemente regresivas. En lo territorial, porque devolvían a España a la situación previa a la construcción de las naciones con Estado; en lo social, porque subordinaban a los trabajadores españoles a los intereses económicos de la burguesía catalana; en lo ideológico, porque rompían el ideal de que todos los españoles disfrutasen de los mismos derechos y servicios públicos.

En julio de 1978 los confederalistas obtuvieron su primer gran éxito con la disolución de la Federación Catalana del PSOE para formar el Partido de los Socialistas Catalanes (PSC). Su mera existencia ya significaba que, para ellos, Cataluña no era la misma nación que España. Unos meses después, en octubre de 1978, los federalistas contraatacaron apoyando en el Congreso que España era una única nación y, para mayor seguridad, indisoluble. Sin embargo, la presión confederal fue tan intensa que aceptaron poner que España no se componía de regiones, sino también de nacionalidades. Mientras que los federales entendían que las nacionalidades solo eran regiones bilingües, los confederales decían que eran naciones soberanas. No les importaba el absurdo de postular que la nación española, única e indivisible, contuviera en su seno otras naciones. Ellos iban a lo suyo y no tardaron en manifestarlo: en el congreso extraordinario de 1979 los representantes del PSC pidieron que se reconociera el derecho a la autodeterminación de Cataluña y Vasconia, lo que fue rechazado por la mayoría federal. 

La balanza, por el contrario, se inclinó de parte de los confederales en el año 2000, cuando, gracias al apoyo del PSC, Zapatero le ganó la presidencia del PSOE a Bono, eximia figura del socialismo federal. Los confederales del PSC habían captado la debilidad ideológica de Zapatero que, nacido en una acomodada familia de Valladolid, parecía dispuesto a defender en cada momento lo que le conviniera. En consecuencia, pensaban los confederales, Zapatero les facilitaría avanzar en su proyecto disolvente. Y acertaron de pleno. Aupado por el atentado islamista de Atocha, llegó a presidente del gobierno español. Su primera decisión fue retirar las tropas españolas en Irak. ¿No anticipaba aquel golpe que Zapatero asestó a la política exterior estadounidense su actual apoyo a la dictadura de Maduro? En su primera declaración, Zapatero afirmó públicamente que España acogería a todos los inmigrantes que llegasen. Puesto que esa noticia recorrió el mundo, ¿les extraña que ahora lleguen por centenares a Ceuta y a las Islas Canarias?

En el año 2003, bajo la dirección de Maragall, que había sido alcalde de Barcelona, el PSC ganó las elecciones catalanas. No obstante, para gobernar tuvo que pactar con los separatistas de IRC y con los comunistas catalanes. Entre otras medidas, el tripartito aprobó la inmersión lingüística en catalán, la participación de las selecciones deportivas catalanas en competiciones internacionales y promover un nuevo Estatuto de Autonomía que definiese a España como un estado plurinacional y a Cataluña como una nación soberana. Lo que Maragall le había anunciado a Borbolla en 1976 estaba realizándolo en 2003. Como habían previsto, Zapatero les prometió que apoyaría cualquier nuevo Estatuto de Autonomía que aprobase el Parlamento de Cataluña. Las catastróficas consecuencias son inolvidables. Los confederalistas aprobaron su Estatuto plenamente anticonstitucional. Entonces, primero el Congreso de los Diputados y luego el Tribunal Constitucional, se vieron forzados a adaptarlo a la Constitución. 

Tras aquel lío, y en medio de una fuerte crisis económica que Zapatero negó hasta el final, se produjo su sustitución en la presidencia del gobierno. Igual que ahora Sánchez ha ordenado que no se diga que el concierto fiscal catalán es un concierto, entonces Zapatero prohibió decir que la crisis económica era una crisis. Pero de nada le valió ese infantil truco: la etapa de Zapatero dio paso a la Presidencia de Rajoy. En aquel momento, aún con muchas dificultades, los socialistas federales le ganaron la batalla a los confederales. Por el contrario, habiéndose pasado Sánchez al oportunismo que representa Illa, los confederales están ahora a punto de vencer. Y si lo logran, será irreversible. Conscientes de ello, los últimos mohicanos del federalismo están tramando como echar abajo el concierto fiscal y, si se tercia, desplazar a Sánchez de la Presidencia. Saltándose la consigna sanchista de no decir nunca culo, caca, pedo o pis, los federales andan gritando que el concierto catalán es un concierto y que el cupo catalán es un cupo. Pero saben que con eso no basta, y andan viendo si proponen alguna candidatura en el Congreso socialista del próximo otoño. Entre tanto, Page, Barbón, Borbolla y Ábalos se han sumado a las filas federales. Y la opción de Borrell va ganando puntos. La segunda parte, en el próximo Tibio.

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