Una semana después de celebrarse el Día del Libro me veo obligado a realizar una tibia y serena reflexión, no sobre la situación del libro, sino en favor de la lectura en un planeta dominado por el algoritmo. La era digital ni es buena ni es mala, es diferente ¡Benditos pulgares! Hay libros que se ensañaron conmigo en un ciclo determinado de la vida, no los quise leer, y hoy, estoy condicionado a devorar aquellos libros que no quería leer. Con la obra de Valle-Inclán me ocurrió lo que describo. Era aburrido para mí. Al igual que Galdós o Azorín, por no hablar de Cervantes.
En un almuerzo popular con una amiga y confidente, Elsa, la chica de la botas, en la sobremesa, coincidía en el mismo relato que el mío. A mi colega le clavaron en el selectivo un texto de Luces de Bohemia. Nada más que decir. No era el momento. Y eso que con Valle Inclán me ocurrió algo curioso. Cada mañana que acompañaba a mi vieja en el desayuno, Carmela, con el café con leche en la mano, y un poco de tembleque, susurraba que el escritor gallego era compañero de lápida de su abuelo, es decir mi bisabuelo. Tengo una visita pendiente al Museo del Silencio gallego.
Hace unos meses cayó en mis manos Luces de Bohemia. Su lectura me sedujo. Me conquistó. Y una vez leída saqué la siguiente conclusión. A los valencianos nos une mucho con Valle- Inclán. De tanto paginar me quedé con la carga crítica a la sociedad española de los años veinte. Ha llovido, granizado, nevado, y un siglo después el ADN de los valencianos, aporta muchas luces cada vez que celebramos las fiestas josefinas en el mes propiamente dicho de los escultores del fuego.
Leer, leemos y mucho. Nos pasamos medio día dándole al pulgar, y el otro medio releyendo las historias de otro pulgar o pulgares. Y el tiempo que resta, que no sobra, recreándonos en imágenes de la vida privada de los demás. Es difícil entender el tiempo en el que vivimos por el exceso de turbulencias. La nueva cultura, la del entretenimiento, está falta de crítica, ausente de pensamiento y raquítica de reflexión. La bohemia es algo vintage. Música celestial para cualquier remember barato de discoteca. Y todo no por culpa de la falta de intelectuales, que los hay, por desgracia en las papeleras de reciclaje.
En los bares de la ciudad escasea la crítica, por culpa del rol adoptado por la nueva cultura de entretenernos con los pulgares. Umberto Eco en una brillante intervención decía algo así, antes en la barra de un bar podías escuchar muchas idioteces, te ibas a casa y allí se quedaban, en el bar. Hoy al arrribar al hogar enciendes el ordenador y te persiguen. Estás condenado. Pues el hombre tenía mucha razón, València ha dejado de lado aquella bohemia solo salvada en algunos rincones de El Cabanyal, Patraix o Benimaclet, dónde las tertulias y los debates resisten a la nueva cultura del entretenimiento ¡Netflix nos la está arrebatando!