El segundo tomo de 'La balada del norte' aborda un episodio de la Historia de España muy controvertido, en tanto en cuanto ha sido frecuentemente empleado por la propaganda política del franquismo para justificar los actos de genocidio de 1936. Alfonso Zapico lo aborda con su inigualable y genial toque novelesco, recurriendo de nuevo al mito de Romeo y Julieta, con gran realismo y objetividad. No en vano, habla de su tierra y de su pueblo
VALÈNCIA. Alfonso Zapico es, de formación, lector. Devoró la colección de literatura clásica de sus padres y eso le dotó de una capacidad narrativa, inquietudes y sensibilidad fuera de lo común en el mundo del cómic. Es algo que se ha reflejado en su obra como modelo narrativo. Así fue su debut, La guerra del profesor Bertenev, una historia inspirada por los grandes novelistas rusos que transcurría durante la Guerra de Crimea. De estilo francobelga, presentaba a un profesor demasiado inteligente como para ser valiente en una guerra decimonónica, en las que se despreciaba la vida de los soldados haciéndoles luchar de forma suicida.
Similar en cierto sentido era Café Budapest, su siguiente entrega, el protagonista también huía de la guerra. Era un judío que dejaba atrás la Europa del Holocausto para ir a Palestina meses antes de la fundación del estado de Israel. El autor empleó aquí recurso "Romeo y Julieta" para explicar los problemas de convivencia entre judíos y árabes. Con un romance, un conflicto de fondo y muchos personajes, de nuevo estábamos ante una gran historia de época.
Con Dublinés la literatura seguía presente en su trabajo. En una novela gráfica extensa y densa, hizo un biografía de James Joyce, el genial y controvertido autor del Ulises, una novela no menos controvertida. Difícilmente, después de leerla, podrá uno imaginarse a James Joyce si no es como lo dibujó Zapico. Por ella recibió el Premio Nacional del Cómic.
Todavía perfeccionó más su estilo con El otro mar, un encargo sobre el descubrimiento del océano Pacífico en el que trataba la aventura de Núñez de Balboa con realismo. Sin moralinas, ni mensajes políticos o nacionalistas, sencillamente, ciñéndose a los hechos. Una objetividad que dejó una obra imprevisible y sorprendente.
Pero la gran obra de Zapico en España aún estaba por llegar. Eligió el tema de la revolución de octubre de 1934 y dividió la historia en tres partes. En principio iban a ser dos, pero al final necesitó tres tomos. El segundo es el que se ha publicado este año.
Después del inicio de la crisis en 2008, todo el debate histórico en España se ha volcado en La Transición. Antes, cuando a finales de los 90 empezaron a manifestarse los movimientos populares que localizaban fosas comunes de víctimas de la represión franquista del 18 de julio del 36, el debate era sobre la revolución del 34.
Historiadores de derechas, siguiendo la línea de los propagandistas franquistas, proclamaban que la Guerra Civil española comenzó en 1934 con la revolución de Asturias. El 18 de julio habría sido, en consecuencia, una acción defensiva. Sin embargo, otros historiadores consideran que lo que tuvo un carácter defensivo fue la propia revolución, aunque el PSOE no tardara en asumir que cometió un error promoviéndola. Incluso algunos de sus líderes colaboraron en su preparación, pero conscientes de que sería un fracaso.
Al entregar el presidente de la república el estado a sus enemigos consagrados, un proletariado desesperado veía cómo los tímidos avances que habían conseguido en el nuevo régimen desaparecían. En el auge de los fascismos en toda Europa, la derecha española anunciaba que su objetivo era la conquista del estado. Tanto en Alemania como en Italia los fascistas habían tomado el poder desde el poder.
Es un hecho histórico en España muy polémico en tanto en cuanto ha servido para justificar los actos de genocidio de 1936 y tal vez por eso no ha tenido gran predicamento en la ficción. Era un asunto delicado. Zapico se atrevió. Primero, porque Asturias era su tierra y él mismo provenía de un pueblo minero y los tenía en su familia. Después de haber situado sus historias en lugares tan dispares como Crimea y Panamá, o su Joyce, que salía de Dublín para vivir en la Trieste austrohúngara y la italiana, en Suiza y en París, Zapico aterrizaba en casa. En sus raíces.
Sin abandonar su línea habitual, con un antihéroe, el hijo del propietario de una mina, que sin embargo tiene filiación izquierdista, y volviendo al mito de Romeo y Julieta, este se enamora de la hija de un minero, La balada del norte atravesaba todos los estratos sociales de la Asturias de los años 30. En la primera entrega veíamos reflejadas las conversaciones de los empresarios y los problemas del día a día de los mineros con la mina, con su vida y con unos crueles capataces.
Con una documentación precisa, en el tomo que ha aparecido este año teníamos el desarrollo inicial de la revolución. El autor no quiso mitificar a nadie. El paseillo que los revolucionarios le dan a un cura para hacerle cavar su propia tumba y matarlo a sangre fría enseñaba la crueldad y violencia del momento sin paños calientes.
Los mineros, como en escenas bien conocidas durante la guerra que llegaría dos años después, se arrojaban a la muerte de forma irreflexiva. Sin formación militar alguna, atacaban los cuarteles de la Guardia Civil pensando solo que las balas les respetarían. Aquello, en su conjunto, fue un delirio, pero estaba motivado por una vida terrible en los valles mineros.
No obstante, lo mejor de la obra es su carácter de superproducción. Hay poco texto, pese a la complejidad de lo que se está contando, y un dibujo espectacular. Las viñetas fluyen rápido, pero en un relato profundo que sumará alrededor setecientas páginas. Nuestra historia está llena de hechos históricos espectaculares. Muchos, por tabúes o por desconocimiento, permanecen inéditos. Cuando un dibujante detallista y honesto como Zapico se propone abordarlos, estamos de enhorabuena.