VALÈNCIA. “¡Crisis! La irracionalidad del capitalismo ya es evidente”, al menos eso es lo que dice la casilla en la que has caído. Y tú, que en esta partida representas a los trabajadores, ganas dos cartas de ventaja. Son los designios de Lucha de clases, una versión comunista del Monopoly creada en 1978 que no tiene como objetivo comprar calles ni conseguir capital sino “triunfar en la revolución”. En un Estados Unidos obsesionado con la Guerra Fría y la amenaza marxista, el juego de mesa ideado por Bertell Ollman -profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Nueva York-, se convirtió en todo un fenómeno social. De hecho, llego a vender más de 250.000 copias y fue traducido a seis idiomas, incluidos francés, castellano y alemán.
Un solemne retrato de Marx ocupa la tapa del juego y es acompañado, según la edición, por Rockefeller o Reagan. Cada contendiente encarna a un grupo social: estudiantes, trabajadores, agricultores, profesionales liberales, comerciantes y capitalistas. Para alcanzar la victoria será necesario establecer y romper alianzas, negociar con sindicatos y canalizar sabiamente las debilidades y fortalezas de tu colectivo.
Desde el primer momento, Ollman y los compañeros que le ayudaron con la financiación plantearon su invento como una forma diferente de enseñar teoría marxista incorporando, además, una buena dosis de humor. Por ello, las casillas que conforman el tablero y las tarjetas de oportunidad aportan las directrices necesarias para defender tus intereses en los conflictos de clase. Se suceden pues mensajes como “Gracias a los lavados de cerebro que has sufrido respetas todo tipo de autoridad. Por ello, continúas respetando a tu patrón”; “Los capitalistas desencadenan un nuevo conflicto imperialista, pero los trabajadores, que ya han madurado, se niegan a combatir” o “Tu hija se acaba de fugar con un hippy. Permanece un turno sin jugar mientras piensas qué es lo que vas a contar a los vecinos”.
Incluso existe una casilla de ‘Huelga General’ y otra de ‘Guerra nuclear’, fantasma que atormentaba a los estadounidenses de la época. No en vano, el 9 de noviembre de 1979 se produjo el conocido como incidente de la cinta equivocada: un error humano hizo saltar la alerta general por un ataque soviético y a punto estuvo de desencadenarse la hecatombe.
Como explica Ollman a CulturPlaza, la idea surgió ante las dificultades de encontrar “juegos de mesa políticamente radicales”. “Cuando descubrí que en sus inicios el Monopoly en realidad alertaba de los peligros del monopolio, quise comprobar si era posible idear un juego marxista que fuera divertido. Tuve que dedicarle mucho trabajo, pero como creo que demostré, los juegos radicales son posibles y también (aunque esto fue mucho más difícil) comercializables”, apunta.
Parece lógico suponer que un factor clave del éxito de Lucha de clases fue el momento histórico en el que vio la luz. La confrontación política estaba en plena efervescencia, con dos sistemas antagónicos embarcados en una interminable guerra de propaganda. Dos formas irreconciliables de entender la existencia humana que acababan enfrentándose sobre un tablero de cartón. No se trata de una excepción. Tal y como explica el desarrollador de juegos de mesa César Gómez (responsable de ¡Abordaje!, Walking on the Moon y Eureka!), “cada coyuntura histórica cuenta con sus propios juegos, pero éstos suelen tener una duración muy limitada. Pronto se ven sustituidos por otros productos nuevos”. Así, ahora tenemos pasatiempos como ¡Ruiz!, inspirado en frases míticas de Mariano Rajoy; Ladrillazo, que se basa en la burbuja inmobiliaria; Feminismos Reunidos, una especie de Trivial sobre cuestiones de género o La Fallera Calavera, compendio de actualidad y cultura valenciana.
¿Sería posible reeditar con éxito Lucha de clases en el contexto actual? La distribución ideológica de la sociedad ha cambiado desde finales de los 70, como también lo han hecho los temores que perturban a la ciudadanía. “Cualquier nueva edición tendría que incluir el cambio climático o la automatización y sus efectos en el empleo, entre otras cuestiones. Sin embargo, tengo grandes dificultades para pensar cómo se les podría dar un giro humorístico”, apunta Ollman. En cualquier caso, el docente sigue recibiendo peticiones para volver a comercializarlo y, de hecho, confiesa que un fan del proyecto está intentando crear una versión online.
Los medios de comunicación de la época no fueron inmunes al encanto que destilaba Lucha de clases. Tanto es así, que la creación de Ollman apareció en diversos artículos de periódicos como el Washington Post, el New York Times, el New York Post o el Chicago Sun-Times. Además, durante la misma época Ollman mantenía un pleito con la Universidad de Maryland, a la que acusó de negarle un puesto debido a su ideología. La polémica disparó la popularidad del juego e incluso Warner Bros. inició las negociaciones con el profesor para rodar una película sobre su peripecia, proyecto que finalmente no acabó de cuajar.
Descatalogado desde hace lustros, Lucha de clases es considerado ahora un objeto de culto y conseguir una copia en buenas condiciones puede resultar una odisea. Christian Losada, de 42 años, aún conserva su ejemplar. En un paradójico giro de los acontecimientos, este zaragozano adquirió el juego sobre confrontación proletaria en El Corte Inglés. “Yo tenía 12 o 13 años. Por aquel entonces escuchaba grupos como Kortatu, La Polla, Eskorbuto, Cicatriz...me sentía muy revolucionario- explica-. Me dijeron que podía elegir un regalo y ¡zas! lo vi. Me acerqué a la estantería y lo cogí como si fuera un gran tesoro”.
Sin embargo, una vez leídas las complejas instrucciones (pueden consultarse en la web de Ollman), una certeza se impuso: “con esa edad no entendía nada. Tuve que conformarme pensando que jugaría más adelante”, apunta Cristian. Y es que, la información que van proporcionando el tablero y las tarjetas no resulta precisamente ligera ni fácil de asimilar. “Querer ceñirse demasiado a la realidad complica las reglas porque hay muchas variables que debes considerar”, resalta Óscar García, creador de Mascletà y En tu casa o donde sea.
Bien por las situaciones que plantea, bien por la propia mecánica del juego, lo cierto es que Lucha de clases no es un producto para niños. Ni falta que hace. El profesor de Teoría de la Educación, Francesc Sánchez i Peris, y el de Educación Comparada e Historia de la Educación, Joan Maria Senent (ambos de la Universitat de València) coinciden en la importancia del juego en la vida adulta. “Las actividades lúdicas evolucionan, pero los humanos seguimos jugando aunque hayamos crecido”, apunta Sánchez. Senent, además, destaca su valor como método de enseñanza incluso en la etapa universitaria, “es una herramienta para aprender mucho y de una forma diferente”.
El posicionamiento político del juego es tan explícito y aborda cuestiones espinosas con tal comicidad, que, visto desde 2018, resulta en cierta medida entrañable. Ollman no se conforma con que te diviertas, aspira a que quedes embelesado por las posibilidades de la revuelta socialista. “Literalmente todo en el juego, incluidos los nombres, las instrucciones, el significado de ganar y perder e incluso quién tira los dados primero refleja mi política marxista, pero también es muy educativo, porque es todo verdad. En cuanto al humor, bueno, ése soy yo, y siempre he pensado que el humor tiene un papel importante en la explicación de cualquier cosa”, señala. Acostumbrados a intrincadas técnicas de márquetin y mensajes concienzudamente diseñados para resultar pegadizos y sencillos de digerir, la rotunda sinceridad de este profesor universitario desarma al más escéptico.
En cualquier caso, la ideología no es algo ajeno a los productos lúdicos. Simplemente, los valores transmitidos se suelen presentar de una forma mucho más sutil y encubierta. Como explica Senent, “en muchos juegos no hay una ideología directa pero sí subliminal. Por ejemplo, vemos juguetes con roles de género muy marcados o en los que ser ingeniero es más importante que ser albañil. Ahí ya se está se promoviendo un planteamiento social concreto”. “Conozco a gente que rechaza el Risk por considerarlo imperialista”, resalta Óscar García. El propio Monopoly, en su versión actual, defiende las bondades de acumular riquezas arruinando a tu competencia a toda costa.
Lucha de clases logró imponerse a la política de bloques imperante en la época, pero no a las dificultades que a menudo acechan a los pequeños negocios. Así, pronto comenzaron a surgir problemas de gestión, conflictos con proveedores y clientes que no cumplían con los pagos. El propio Ollman relata la experiencia en Class Struggle Is the Name of the Game: True Confessions of a Marxist Businessman, autobiografía en la que narra cómo tuvo que lidiar con las contradicciones entre su ideología personal y su papel como empresario novato.
Tras varios años de contratiempos y sinsabores, Ollman vendió Lucha de clases a Avalon Hill, una empresa especializada en juegos bélicos. Finalmente, esta alternativa socialista al Monopoly desapareció en 1994. Para entonces, el muro de Berlín ya sólo era un recuerdo, la Unión Soviética se había desvanecido y pocos seguían albergando la esperanza de triunfar en la revolución. Los capitalistas habían ganado esa partida.