El pintor valenciano encuentra con su nueva técnica la metáfora ideal para el confinamiento: pintar sobre negro para, poco a poco, ir arrojando luz a la oscuridad
VALÈNCIA. El confinamiento ha sido la excusa perfecta para que artistas de todo tipo hayan decidido reinventarse probando nuevas técnicas o formatos que, inevitablemente, expresan sus sensaciones de una manera nueva: la del autor encerrado, obligado a crear algo nuevo y perseguido por el acechante peligro de la falta de creatividad que puede imponer el limitado entorno.
El pintor valenciano Luis Lonjedo ha sorteado estos obstáculos con éxito. Durante los últimos dos meses se ha dedicado a pintar lo que veía por su ventana, idea que puede parecer simple a primera vista, pero que, llevada a cabo por las manos adecuadas, llega a plasmar una realidad plagada de pequeños pero importante matices. Así, Lonjedo ha creado una serie de veintiún obras con el nombre Desde mi ventana: una colección de escenas en las que aparecen, esencialmente, fachadas de edificios -tanto exteriores como interiores-, a través de las cuales el pintor juega con los contrastes de luz como nunca antes lo había hecho.
Hasta ahora, Lonjedo no se había atrevido a pintar escenas nocturnas. Conocido por murales como El Beso, pintado en la Calle Moret del barrio del Carmen, el artista solía plasmar imágenes muy cotidianas en las que apareciesen grandes cantidades de personas, casi amontonadas y con fuertes sensaciones de movimiento. O, al menos, imágenes en las que apareciese gente. Ahora, la pausa y la calma se tornan dinámicas predominantes, siendo el hilo conductor de Desde mi ventana “una metáfora certera de lo que estamos viviendo”: “Arrojar, poco a poco, pequeñas capas de luz a la oscuridad”, explica el artista.
Si bien Lonjedo, justo antes del confinamiento, ya probó a pintar una escena nocturna (se trata de un cuadro en el que aparece una pequeña cafetería abierta en plena noche), ha sido ahora cuando ese proceso de reinvención se ha hecho efectivo: “Al principio me atreví con un cuadro pequeño, por diversión y sin intención de exponerlo en ningún sitio”. Estaba contento de haber podido plasmar la noche sobre un lienzo pequeño (que conlleva más fijación en los detalles), así que que lo tituló como Bona nit, Valencia. “El cuadro gustó bastante, así que decidí hacer el segundo”, destaca. Así hasta llegar a veintiuno. “No todos muestran la noche, también hay escenas de día, pero el primero y el último sí que son de noche -aclara-, cerrando el círculo”. “Lo que más me ha fascinado ha sido la noche y sus luces. Me planteé utilizar esta técnica como metáfora para seguir creyendo en la esperanza simbolizada en las luces encendidas de los hogares”.
Y es que esta serie de cuadros está plagada de particularidades. Una de ellas es, sin duda, la técnica oriental que emplea. “Se trata de empezar pintando sobre una base oscura”. La aprendió de un amigo suyo, sacerdote y experto en iconos religiosos orientales. Con lapicera blanca, Lonjedo hace un dibujo previo. Después, con paciencia y buena letra, comienza a “buscar la luz en la oscuridad”. “Utilizo pintura diluida, así que no se coge al lienzo. Tengo que pintar muchas capas aguadas que se van superponiendo hasta que sale el color adecuado. “Se llaman veladuras -concreta-. Así pintaban en el Renacimiento”.
Este ha sido un giro sin precedentes en la obra de Lonjedo. “Hasta ahora siempre había buscado que no quedaran espacios en blanco”. “Con todo lo que ha pasado, estoy aprendiendo a gestionar mejor la inclusión de las figuras dentro de la composición”, advierte, y entre risas, añade: “Me estoy obsesionando un poco con mirar por la ventana, como el protagonista de La ventana indiscreta”.
Una de las imágenes que más ha disfrutado plasmando, fue aquella en la que aparece una mujer tendiendo la ropa. “La veía muy pequeña,pero si te fijabas bien aparecía en el paisaje como un detalle muy relevante. Aquello me sirvió para darme cuenta de que tengo que abrir más mi campo”.
Ante la situación de cierre de las galerías de arte, las posibilidades de que Lonjedo pueda presentar su obra al público de manera física son bastante reducidas. Y por ello, la empresa de comunicación M Dos B ha querido hacerla accesible al público de forma online. “La verdad es que tampoco tenía intención de presentar la serie en una galería, suelen llevarse bastante porcentaje de las ganancias. Pero con esta empresa ya había trabajado antes”. El pintor ya ha pintado un mural -El Salto- para M Dos B, así como a Marc Márquez montado en su moto. “Me dijeron que podríamos hacer una exposición virtual. Estará disponible este mismo mes, ya está todo a punto”.
Así, el autor de Desde mi ventana no teme demasiado al batacazo que arrecia sobre el sector cultural en estos momentos, ni tampoco a lo que vendrá. “Afortunadamente, estoy teniendo mucha suerte. Es cierto que está esa incertidumbre inevitable, pero no tengo miedo”. Y tiene motivos para estar tranquilo, pues su nueva serie de obras está teniendo un recibimiento muy bueno por parte del público.“Pintar aquel mural -dice refiriéndose a El Salto- fue una pasada”. “Tengo los pies en el suelo, pero confío en mí y lo paso bien con lo que hago”. En esta línea, Lonjedo incluso tiene pensado distribuir su obra “por el mercado asiático” cuando todo esto termine.
Y esa seguridad patente en su forma de trabajar, le ha llevado a querer embarcarse en nuevos proyectos: “Con este -el cuadro número veintiuno-, he terminado la serie Desde mi ventana”. Ahora, el pintor va a volver a las calles. “Quiero pintar atardeceres. Produce mucha fascinación que, por poco bien que los hagas, te devuelven mucho. Son muy agradecidos”. Con todo lo que ha ocurrido se le ha abierto un mundo de nuevas posibilidades. “Aspiro a mejorar mi técnica”, destaca.
Algunas de las piezas de Desde mi ventana parecen muy reales pese a haber sido pintadas con un trazo que no hace especial hincapié “en la perpectiva, ni las dimensiones”. “Igual hay ventanales más grandes que otros, o no me fijo exactamente en los tamaños. Lo que ocurre es que, el conjunto parece real porque el color te ayuda no solo a definir el dibujo, sino también la profundidad del mismo”. Así, como explica, solo hace falta respetar un tanto la escala y la perspectiva, y tratar de simplificar. “El resultado es muy fotográfico”.
Lonjedo está acostumbrado a pintar teniendo en todo momento una perspectiva general de sus obras, sin hacer demasiado caso a los pequeños detalles. Para ello, se arma de pinceles que introduce en largas cañas de bambú, lo que le permite tener “una visión del conjunto” mientras pinta. “Si te pones lejos de una pared, desde tu perspectiva tiene la altura de un palmo. Yo busco esa perspectiva a la hora de pintar, y con la caña de bambú puedo hacerlo”.
No obstante, esta simplificación lleva detrás una clara experiencia técnica. De hecho, el artista critica, tanto de colegios como universidades, precisamente eso: la falta de técnica. “Existe una enorme carencia en la dedicación de los colegios y las universidades. Falta enseñanza y ejecución. Es algo notorio -apunta-. Deberían enseñar técnica: ver una imagen y saber cómo atraparla sin demasiados detalles. Eso enriquece muchísimo”. Según el artista, se nos vende la idea de que tan solo quien tenga un don podrá pintar. Para él, eso es un tremendo error. “Hay que perder el miedo y aprender las técnicas, igual que cuando aprendes a montar a caballo o cualquier otra cosa”.
Esa simplificación que sigue el trabajo de Lonjedo es incluso extensible a su lugar de trabajo: para la última pieza de la serie, la número veintiuno, el artista no tenía un bastidor sobre el que pintar, así que decidió reutilizar uno que ya tenía. “Como no podía, evidentemente, comprarme uno, cogí un cuadro de la pared de mi casa, le di la vuelta y tensé y grapé sobre él la tela donde estoy pintando el último cuadro”.
Luis Lonjedo comenzó a pintar con diecisiete años. Estudió Bellas Artes y, en 1997, comenzó a trabajar como profesor hasta 2017, cuando pasó a depender exclusivamente de la pintura. Piensa que, al hablar de pintura, “hay que creer más en la tradición”, para luchar contra esa “ausencia de técnica” que, según él, empapa la enseñanza. Entre sus influencias destaca la fotografía de Cartier-Bresson, por “cómo encuentra la poética en lo cotidiano”;“la marca del paso del tiempo y la sensación de movimiento y de vida” en los cuadros de Antonio López, que es, precisamente, lo que él mismo busca conseguir; “el juego de luces y la simplificación” en las obras de Edward Hopper (donde, dicho sea de paso, las similitudes con la serie Desde mi ventana son evidentes); y “la agresividad y la capacidad de 'ensuciar' de las pinturas de Santiago Ydañez”.
“Dedicarse al arte significa elegir una realidad donde instalarse”.
Jordi Teixidor