VALÈNCIA. Luna Miguel acaba de firmar un ensayo -Caliente (Editorial Lumen)- desbordante: de datos, de nuevas lecturas, de valiosísimas dudas. Piensa en el amor -probablemente el tema más universal de todos los tiempos- desde una perspectiva bastante insólita y sin ningún tipo de dogmatismo. Esa es una de las grandes cualidades de la escritura de Miguel: propone y nunca dicta sentencia. Sugiere. Y esa sutilidad de planteamientos irradia en este ensayo hermoso -como su bellísima portada- en el que muestra su vulnerabilidad con tremenda honestidad. Autoplacer, deseo, libertad, sexualidad, amistad femeninas se entretejen en un libro que sigue la tradición -y está a la altura- de obras como Eros (Anne Carson) y Las lágrimas de Eros (Georges Bataille) pero que se mezcla sin pudor y con entusiasmo con letras de Bud Bunny: “No me rompiste el corazón, ya lo tenía roto”.
-El origen de este ensayo tiene su foco en una vivencia personal que relatas al principio del libro: tu marido se había enamorado de otra persona (además de ti). Dices que esa “rotura del corazón” despertó en ti un gran deseo sexual porque, como dices, “el orgasmo siempre me había calmado”. ¿Qué relación extraña hay entre deseo y dolor?
-Yo no soy sexóloga, por lo tanto no me veo capaz de responder a esta pregunta. Lo que sí puedo decirte es que como lectora voraz, casi enfebrecida, he encontrado muchas referencias a la relación entre el placer, el deseo y el dolor en tantísimas de las escritoras que conforman el universo que retrato en Caliente. En lo personal, esta búsqueda de literatura ampliamente deseante —la que desea vida, la que desea libertad, la que desea amor y placer— me llevó a plantearme de qué manera una mujer aparentemente moderna, feminista y con privilegios, como me consideraba yo, había sucumbido tantas veces a satisfacer los deseos de los demás, y nunca a los suyos propios. Por eso, creo que el origen de Caliente no tiene tanto el foco en una “ruptura” —incluso si es lo que narra la primera escena— como en un despertar sexual e intelectual, que no hubiera sido posible sin la reflexión literaria y feminista.
-Hablas también de la masturbación femenina como uno de los grandes tabúes no sólo relacionado con la religión, también con cómo la medicina y la filosofía han retratado este acto, “convirtiéndolo en un gesto despreciable, en una forma inferior de liberación sexual, e incluso en una enfermedad”. ¿Por qué crees que ha sido así?
-Porque es un acto íntimo e incontrolable. Algo que hacemos en nuestra soledad. ¿Y qué hay más peligroso para los que quieren controlarnos que alguien que disfruta de su soledad y de su intimidad?
-¿Qué es el amor plural? ¿Se diferencia en algo del poliamor?
-La pluralidad del amor es una expresión que utiliza Antonio J. Rodríguez en La nueva masculinidad de siempre, pero también Philip Sollers, el esposo de Julia Kristeva en Del matrimonio como una de las bellas artes. Seguro que hay muchas más referencias al “amor plural” en otros autores y autoras. Yo creo que es otra manera, tal vez más poética, menos académica, de hablar de eso que entendemos como poliamor. Me gustaría añadir que también creo que es un estado transitorio. En mi caso: un lugar de aprendizaje y de afectos.
-Dices que a menudo confundimos vulnerabilidad con exhibición. ¿Caliente es un libro vulnerable o exhibicionista? ¿Qué eran los diarios de Anaïs Nin, la 'autosociobiografía' de Annie Ernaux o el libro de Carrère en el que narra, por ejemplo, uno de los asuntos más íntimos del ser humano: la religión?
-Creo que confronté esos dos términos porque a menudo “exhibir” está mal visto, sobre todo si eres mujer o perteneces a una minoría, y entonces tu historia es “excepcional” pero “no representativa” de lo supuestamente Universal. Pero no estoy de acuerdo con que mostrar lo propio sea negativo, siempre y cuando de “lo propio” podamos aprender algo más. Tenemos una tradición literaria fortísima que ha se ha nutrido de la autobiografía para contar el mundo. Desde la misma Safo, buena parte de la poesía que más me interesa es autobiográfica. Estos días leía las Confesiones de San Agustín, que son un bello ejercicio de vulnerabilidad y exhibición. A veces nos creemos que lo estamos inventando todo y resulta que la memoria es un género literario tan antiguo y válido como cualquier otro. A este respecto, ayer leía una frase de Simone de Beauvoir que me hizo gracia: Yo quería que mi vida fuese una hermosa historia que se volviera verdadera a medida que me la iba contando.
-¿Por qué la fealdad es, según afirmas en el libro, un mecanismo de opresión? ¿Y por qué lo es especialmente en el caso de las mujeres?
-Hablo de la fealdad no como algo físico sino como un estado mental. Fealdad como sinónimo de no valer nada para los demás, de no ser nadie para el interlocutor. Podría poner muchos ejemplos, pero tiraré de uno propio: hace un par de meses me entrevistaron en El País y el texto se volvió viral. En la fotografía que el medio eligió salía riendo, con mis mofletillos rosados. En redes, un escritor dijo: "¡vaya, encima Luna se ha puesto fea!". Como si de todos los temas que se retrataron en esas preguntas y respuestas lo más importante fuera mi físico. Lo entendí como una forma de intentar deslegitimarme por mis mofletes gruesos, un gesto desganado con el que intentar ningunearme en público. “¡Qué poco importante es esta escritora, y además, fea!”. Todo esto lo enlazo en Caliente con las manera de destruir el ánimo de una mujer. Alguien que se odia a sí misma, ¿es apta para amar a otros o para sentir placer? Según algunos de los testimonios de las mujeres aquí entrevistadas…, eso parece difícil.
-¿Te sientes cómoda con la etiqueta de 'la poeta del cuerpo'? ¿Crees que es tu mayor campo de inspiración? ¿Qué otros poetas viscerales admiras?
-Sí, es una descripción bonita de mi trabajo. Me gustaría que el concepto de cuerpo siguiera presente en mis futuras investigaciones y en mi escritura. Admiro a voces muy variadas en esta línea. Casi todas las autoras que analizo en Caliente podrían pertenecer a esta misma línea, al menos en algunos de sus libros. Pero por salirme de las escritoras que aparecen en el texto y lanzar otras propuestas, citaré también a Max Blecher, a René Char, a Leopoldo María Panero, a Carmen Ollé o a Else Lasker-Schüler. Son poetas que he leído o releído estas navidades.
-Que una tenga fantasías sexuales sobre una violación no significa que desee que eso ocurra realmente. ¿Cómo encaja este hecho con un relato dominante en el porno actual mainstream de sumisión absoluta por parte de las mujeres?
-Nuevamente nos encontramos ante una falta absoluta de referentes. Si en la pornografía se experimentaran otro tipo de gestos, si nos saliéramos del relato común y espectacularizado, aprenderíamos otras cosas, y puede que hasta modificáramos nuestros a veces truncados deseos. Con todo, esto es algo a lo que nuevamente no sé responder y ante lo que sólo puedo tirar de bibliografía: Virginie Despentes, Koleka Putuma o Aixa de la Cruz han hablado de deseos y abusos en sus obras más conocidas. Me fío más de sus ideas al respecto que de las mías. Yo soy una persona que aún intenta lidiar con los abusos sexuales que sufrí en la adolescencia, por un lado; y por otro alguien que a sus treinta años prefiere ser hostiada o asfixiada en la cama a que la masturben con dulzura, tal vez porque con esa violencia consensuada y deseada yo siento que poseo el control absoluto de mis dolores. Tal vez porque la fuerza, el azote y la velocidad dependen, en ese contexto íntimo y pactado, sólo de mí. Y con esto volvemos a tu primera pregunta y a mis constantes dudas sobre la relación entre poder, cuerpo, consentimiento, conocimiento, amor, ternura y recreo. Seguiré investigando.
-¿Qué papel ocupa el Satisfayer como gran emblema del placer tecnológico, democratizado y capitalista?
-El otro día me compré, con un dinerito que me había mandado mi abuela para que los Reyes Magos me trajeran algo, una aspiradora increíble que hace que en mi casa parezca que no viven dos gatas y un niño. Digo esto porque esa aspiradora, junto a la copa menstrual y el Satisfyer son tres cosas que me hacen la vida más fácil en 2021. Y sobre el papel emblemático del Satisfyer…, creo que al final se trata más de un meme que de una “revolución”. Lo revolucionario sería que no intentaran vendernos como indispensable para la realización de la mujer cisgénero un producto tan caro.
-'Las madres también son sexo', escribes. ¿Cómo desmontar el mecanismo a partir del cual resulta imposible pensar en madres como seres sexuales?
-Follando y contándolo.
-Este es un ensayo enormemente documentado. Quien quiera seguir indagando puede acudir a la extensa bibliografía que propones, pero, ¿por dónde empezar si algún lector o lectora siente que ha llegado el momento de pasar de la pregunta “¿de verdad es posible amar a más de una persona” a “¿de verdad habéis sido capaces de reprimir vuestro deseo durante tanto tiempo?”.
-Antes de responder, quería precisar que esa segunda pregunta enunciada en segunda persona del plural no se refiere a todas las lectoras, como apuntó Víctor Lenore en su reseña de Caliente. Es una pregunta que la narradora plantea a un “vosotros” conformado por las varias personas de las que dice estar enamorada llegados a ese punto del libro. Dicho esto, ¿de verdad es posible enamorarse pluralmente, investigar con el deseo, probar modelos diferentes a los que creíamos que nos funcionaban a todos por igual, pero luego no? Como he dicho varias veces a lo largo de esta charla, que en 2021 estemos hablando de todo esto no significa que todo esto sea nuevo, pero sí que hoy tenemos otras herramientas para abordarlo y para probarlo. Así, invito a leer los Diarios amorosos de Anais Nïn, y las antologías de (h)amor, de la editorial Continta me tienes. Y 2666, de Roberto Bolaño, donde hay una triangulación amorosa bastante interesante. Y la poesía de Safo y Hilda Doolittle. ¿Por qué no? A ellas hay que leerlas siempre. Pero además de leer hay que hablar, decidir, consensuar, entenderse, ser generosos. Todo eso lo aborda bien Brigitte Vasallo en Pensamiento mógamo, terror poliamoroso. Creo que ahí hay bastante información para empezar a formarse.