En una Unión Fiscal, una vez los países realizan políticas presupuestarias responsables, existiría una función de estabilización para cuando los presupuestos nacionales sean insuficientes
Pasadas ya unas semanas desde las elecciones a la presidencia en Francia y conjurado (de momento) el peligro en el país vecino, disponemos ya de más elementos para poder valorar lo que puede significar la presidencia de Emmanuel Macron en el proceso de integración europea. Además, también tiene interés desde el punto de vista español pues, y pese a lo que se piense a un lado y a otro de los Pirineos, Francia y España presentan múltiples similitudes, tanto culturales y sociales como políticas y organizativas.
Lo que más destaca de Macron es su condición de presidente europeísta, lo cual ya supone una novedad en sí mismo. Y adquiere una gran importancia por varios motivos. En primer lugar, porque es lo opuesto a lo que hacen los populistas: echar la culpa de los problemas internos a la UE, argumentando que fuera de ella (en parte o en su totalidad), éstos se resolverían. Ese fue el principal argumento del Brexit y el contenido de las declaraciones hechas en Coblenza por líderes populistas, entre ellos Marine Le Pen, Geert Wilders y Frauke Petry en lo que llamaron, prematuramente, el “Año de los patriotas”. En segundo lugar, porque es fundamental que Francia opte por una mayor integración en un momento de incertidumbre como el actual. Las actitudes y los anuncios son importantes. Finalmente, porque significa que durante los próximos años Macron va a tener que adoptar una serie de reformas y de decisiones difíciles, a cambio de los beneficios que supondría la Unión Fiscal para Francia.
La situación actual de Francia, desde el punto de vista económico, no es precisamente halagüeña. Este año, lo mismo que el pasado, se encuentra entre los países con desequilibrios macroeconómicos excesivos, junto con Italia, Croacia, Portugal, Bulgaria y Chipre. Esto implica, de acuerdo con el procedimiento que ha aplicado la Comisión Europea, la necesidad de aplicar medidas correctivas, puesto que tanto los indicadores macroeconómicos como el programa nacional de reformas que han presentado no son suficientes para garantizar la corrección de dichos desequilibrios. España, por establecer una comparación, tuvo por última vez “desequilibrios excesivos” en 2013 y desde entonces, a pesar de mantener desequilibrios, los mismos están en proceso de corrección gracias a las reformas emprendidas y al crecimiento. Los principales problemas de Francia se encuentran, por un lado, en las finanzas públicas, debido a una deuda pública que supera el 96% del PIB y, por otro, en el mercado de trabajo, donde el desempleo de larga duración sigue aumentando. También ha continuado perdiendo cuota en las exportaciones exteriores, incluso con el euro depreciado frente al dólar gracias a la expansión cuantitativa del BCE.
En los próximos años Francia debe reformar su mercado de trabajo y equilibrar sus finanzas públicas, siendo ambos asuntos de una gran complejidad y con amplia contestación social en Francia. De ahí que Macron se apoye en la UE en busca de una solución a ambos. Si en algo ha insistido durante su campaña y después de ella es en que es favorable a la Unión Fiscal.
En realidad, lo que esto implica es aceptar el enfoque y la ruta marcada por el ‘Informe de los cinco Presidentes’ (que en realidad se denomina Realizar una Unión Económica y Monetaria europea), publicado en 2015. En él se establecía el camino para completar la integración tanto económica como política, con el objetivo puesto en el año 2025. La lógica que impulsó este documento (cuyos cinco presidentes son el de la Comisión, el Consejo, el Parlamento Europeo, el Eurogrupo y del Banco Central Europeo) fue que la crisis financiera había puesto de manifiesto que la Unión Monetaria Europea tenía un diseño institucional insuficiente y que, por ello, había resultado muy difícil y costoso para algunos de sus miembros recuperarse de dicha crisis. Como resultado, la divergencia económica entre los países de la Eurozona habría aumentado y ello debilitaba al área en su conjunto y también a su moneda. Por tanto, se hacía necesario, por un lado, llevar a cabo reformas en los países para que éstos tuvieran capacidad de reaccionar ante las perturbaciones económicas. Sin embargo, en ausencia de tipo de cambio, el ajuste es tan lento que se precisa, a medio plazo, un mecanismo de estabilización presupuestaria para el conjunto de la zona euro, para prevenir políticas que individualmente serían insostenibles y poder así distribuir el riesgo.
Para ello se debía avanzar en cuatro frentes. El primero de ellos, lograr una Unión Económica auténtica que garantice que todos los países tienen las características estructurales adecuadas. En segundo lugar, progresar hacia una Unión Financiera que garantice la integridad del euro y aumente el reparto de riesgos con el sector privado (completando la Unión Bancaria y acelerando la Unión de los Mercados de Capitales). En tercer lugar, lograr una Unión Presupuestaria (o Unión Fiscal) que proporcione sostenibilidad y estabilización presupuestarias. Finalmente, llegar a la Unión Política. Son tres las etapas previstas: la primera fase, de medidas inmediatas (entre julio de 2015 al 30 de junio de 2017), tendría como objetivo aumentar la capacidad de adaptación utilizando los instrumentos que ya existen; la segunda fase conllevaría completar la estructura de la UEM, acordando medidas de mayor calado, y llegando a la etapa final, es decir, una auténtica y profunda UEM, no más tarde de 2015.
Centrándonos en la Unión Fiscal, el elemento clave es, una vez los países de la Eurozona estén realizando políticas presupuestarias responsables y sostenibles, que exista una función de estabilización para toda la zona euro en aquellos casos en los que los presupuestos nacionales sean insuficientes. Éste ha sido el caso de la reciente crisis (como puede verse en el gráfico), en la que España pasó en 8 años de tener el presupuesto equilibrado y una deuda pública por debajo del 40% del PIB a déficits de entre el 10% y el 5% del PIB y una deuda acumulada del 100%. De forma similar, la deuda pública en Francia pasó del 64 al actual 96% y, de media, la deuda soberana en la Eurozona aumentó 30 puntos porcentuales, del 60% al 90% del PIB.
Llegados ya casi al final de la primera etapa, el pasado 31 de mayo la Comisión Europea publicó un “documento de reflexión” sobre la profundización de la UEM, es decir, sobre cómo llevar a cabo la segunda etapa. Aún es pronto para valorar no sólo el documento, sino las reacciones de los diferentes países miembros. Sin embargo, se puede adelantar que uno de los elementos más polémicos va a ser la creación de eurobonos, que supondrían emitir activos seguros de forma conjunta, con la posibilidad de mutualización de riesgos. También será complicado un acuerdo sobre cómo diseñar la función de estabilización. Los próximos meses serán decisivos.
Confiemos que el ímpetu europeísta de Macron no descienda y que, pasadas las elecciones, Alemania se sume en el apoyo a las reformas necesarias en esta segunda etapa. Mientras tanto, es muy recomendable acercarse a la serie Baron Noir protagonizada por Kad Merad en 2016, de la que ya se está rodando la segunda temporada. Como decía más arriba, Francia y España no son tan distintas. Aprendamos de sus errores y también de sus aciertos.