El patio está en lo que está. Sus asuntillos y subidas de sueldo. Pero no están por pensar en todos nosotros. Eso vendrá después. Lo primero es qué hay de lo mío
Tengo un sueño estilo Luther King. Desgarrador. Lo he visto. A veces se convierte en pesadilla. Cada noche me deslizo sutilmente en la cama imaginando que mañana recibiré una llamada animándome a formar parte del Gobierno español e incluso del autonómico. Aunque sólo sea durante unos meses. Los suficientes. Tampoco se trata de ser muy exigente. Hay que ser solidario. El trabajo está cómo está. Todos somos iguales ante la ley y el fisco, me recuerdan constantemente, aunque algunos se puedan subir el sueldo por decreto o a oscuras y otros lo oculten en diferido. Además, de ministro/a ya se dura muy poco.
Pero no quiero ser ministro por estar en disposición de ningún carné de partido, fardar de chófer, tenga relación personal con alguien con mucho poder, familiar o allegados y pelotas de mediocridad reconocida o disponga de un máster al uso. Quiero ser simplemente ministro porque, como me dijo un día un alto cargo, cualquiera puede ser director/a general, conceller/a, e incluso ministro/a. “Nada es necesario”, matizó sin desmerecer a gente más que válida. Lo refrendó poniéndose como ejemplo. Y era verdad. No era nadie, pero consiguió el cargo. Estaba el día oportuno en el sitio aconsejado y era amiga de una amiga a la que preguntaron si conocía alguien de la zona para dejar evidencia del reparto territorial.
Es como aquella ex consellera que le resultó interesante a un ex presidente autonómico en unas fiestas populares. La “colocó” porque le “hacía gracia”, confesó en esa intimidad en la que fiscales y comisarios hablan con tanta libertad que en cualquier país serio llevaría a actuar de oficio. Ella se colocó una placa de metacrilato a las puertas de un despacho llenó de cuadros públicos y muebles de diseño. Un lujo pasajero que casi le lleva al banquillo por firmar lo que le decían pero no debía.
Sueño con la llamada de gracia. Cuando suena el teléfono salgo raudo. De momento sólo se preocupan por mi “asistentes personales” en telefonía, como se presentan a la hora de comer, evaluadores de calidad de agua que me ofrecen un bidón de muchos litros gratis, dispensador incluido, la mejor y más rentable fibra óptica, el mejor seguro de deceso mientras me preguntan si tengo achaques o estoy más o menos bien -hay que ser siniestro bancario- e incluso lo más grandioso, un seguro para mascotas. De momento no he recibido ninguna oferta advirtiéndome del secuestro de algún ser próximo, pero sí de alguien que me preguntó si tenía garantías sobre vecinos sospechosos que pudieran agredirme, por lo que me ofreció un completo y complejo sistema de seguridad. Como regalo, añadió, llevaba incorporado una tablet, un viaje de fin de semana a un complejo termal y la suscripción gratuita durante un año, ojo un lujoso año, a una revista de caza y pesca, me explicó con acento caribeño, dosis de teatralidad y palabras como “mi amor”, “cielo” o “corazón”. En ese instante sólo faltó una algarabía al estilo “Pompa y circunstancia” de Edgar. Pero eso de los vecinos me lo estoy pensado. Hay mucho loco y, peor aún, aburrido con ganas de molestar lo que haga falta.
Pero como me encontraba en plena paella y muy involucrado en la grandiosa conmemoración del Día Mundial de la Paella, tenía hambre y soy además de patriota y solidario muy de paella “auténtica valenciana” que suena muy bien -a mí no me la dan como a esos guiris de franquicia- le emplacé a negociar en otro momento para poder digerir con tranquilidad tal pack de bienvenida.
“Soy su asistenta personal, no lo olvide”, me recordó. “Le llamaré pronto”, concluyó. Mira que funciona bien la Ley de Protección de Datos, pensé. Todos tienen los míos.
Sí. Yo quiero ser ministro o al menos ministrable. Pero no por la faena ni el poder o por cambiar el rumbo de la historia, elegir asesores o disponer de un despacho chulo en el que los periodistas me hagan entrevista fáciles con buena luz. Tampoco para elegir una decoración chic. Menos aún para asistir a desayunos de trabajo, reuniones dispensables o tomar decisiones imposibles. ¡Menudo dolor de cabeza! Yo quiero ser ministro, aunque suene muy punk, para que en un par de meses, límite temporal de este Gobierno, me destituyan o dimita por atorrante.
Sí, ya sé que mi decisión o la de otros supondrá que todos aquellos en los que he delegado responsabilidades irán a la calle por decreto, pero yo seguiré formando parte de la historia y, lo mejor, me llevaré durante un largo tiempo una pasta por una mera cuestión de confianza. Seré entonces tan feliz como Celia Villalobos quien dice que hace lo que le da la gana en el Congreso. Es mi referente.
Sueño con ser ministro de este Gobierno en el que entran y salen. Para qué negarlo. Total, sólo pienso como dogma de fe que me tocarán casi seis mil euros al mes mientras esté en él y después, cuando me cesen o dimita por aburrimiento, falsedad o inconsecuencia, mi vida no cambiará: continuaré durante un tiempo percibiendo una compensación económica más una indemnización. Lo mejor es que si lo pido a través de un suplicatorio, de eso sí sé bastante porque lo de suplicar va en mis penitencias por pecador, podría durar años garantizados o varios meses. O sea, para que nos aclaremos: casi cinco mil pavos al mes limpios a la pera. Imagino cuántas pensiones podrían pagarse con esas prebendas. Por eso quiero ser ministro. Tranquilos, nadie sabrá dónde los meto. Lo negaré tres veces. Diré que nadie me consultaba. “Lo mío era testimonial, representación”, concluiré.
Mi nuevo y placentero asistente personal de telefonía tras leerle estas líneas con todo el cariño -se lo debía por pesado- me ha dicho que votará al primero que cambie estos privilegios si le firmo un contrato de permanencia.
Yo quiero sentirme realmente feliz de haberme conocido. Por eso me beso a mí mismo, como buen ministro. Además, viajaré con séquito gratis a lo largo y ancho del mundo. No entiendo porqué no se apuntan más y creamos el club de los ministrables o al menos un txoko para discutirlo en profundidad. He aprendido cómo funciona el negocio. Aunque de momento me conformo con ser algún día diputado autonómico. Se acaban de subir el sueldo. Sin avisar. Faltaría más.