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No éramos dioses. Diario de una pandemia #37

Mangas cortas

5/05/2020 - 

VALÈNCIA. Mi estilista Lidia tiene ocupada toda la semana. Me ha dado cita para el próximo lunes a las cuatro de la tarde. Llevo tres meses sin pisar una peluquería. Me parezco a El Cabrero. Me estoy echando a perder a medida que se alarga el encierro. Hoy me he afeitado después de una semana sin hacerlo.

Como casi nadie me ve, y los que me ven no me conocen, descuido mi aspecto, lo cual es una señal inequívoca de decadencia.

Regreso al trabajo. No soporto este simulacro, esta farsa del teletrabajo. Tirarte horas y horas delante de una pantalla y saber que lo que haces no servirá para nada. Te limitas a cumplir con el expediente y a esperar a fin de mes para cobrar. Es tan inútil como llenar un cesto de mimbre con agua.

La de tareas absurdas que acometemos a lo largo de la vida, unas veces para que nos paguen un salario y otras por un sentido equivocado del deber. El 80% de nuestro tiempo está hipotecado en beneficio de los demás: del Estado cleptómano, de las empresas que nos emplean, de la familia. Así, nuestra habitación propia se reduce a un cubículo oscuro y mal ventilado. Aquí escondemos los libros, a algunos amigos,   películas memorables, el fútbol del equipo de la tierra y los viajes, casi siempre a capitales de provincia por las que nadie muestra interés, como Palencia y Orense.

Ferreterías y talleres reabren por fin

Esta mañana, en el centro del pueblo había más movimiento. La ferretería de la calle Jaime I ha vuelto abrir. Media docena de personas guardaban cola para entrar. El taller donde le cambio el aceite al coche también ha subido la persiana. Pero la cervecería Richi, donde comía antes de la tragedia española, sigue cerrada. Esto me ha dolido. Confiaba en que estuviese abierta para llevarme una ración de paella. Mañana volveré, por si acaso.

He salido a la calle en mangas de camisa. Era la primera vez que lo hacía. Ha hecho una buena mañana pero con menos calor que ayer. Me he protegido la espalda con un jersey de pico, como cualquier militante de las juventudes conservadoras. Dicen que es de pijos llevar un jersey en los hombros. Más allá de consideraciones clasistas, ciertamente discutibles, a mí me resulta muy útil para salvaguardar mis hombros. Soy muy friolero.

La camisa de manga corta que el autor vistió por primera vez durante la cuarentena. Foto: JC

La camisa, cien por cien algodón, fabricada en España, es de un verde azulado. La compré en Torrevieja, en una tienda que había tirado los precios por liquidación. Era finales de septiembre u octubre, ya fuera de temporada. Mi madre, cuando la vio, me dijo que no le gustaba. Le pareció poco moderna. A mi madre le gustan las camisas a cuadros. De todas formas, cambia de opinión con las modas.

Esta mañana mi padre ha vuelto a desvariar y mi madre está triste, agotada.

El recuerdo del pop de los ochenta

Ahora recuerdo que en los ochenta bailé un canción que se titulaba así, Mangas cortas, interpretada por Los Elegantes, una de las muchas bandas de pop que proliferaron a la sombra de la movida madrileña. Entonces estaba muy puesto en novedades discográficas. Con unos amigos llegué a montar un fanzine y entrevistábamos a los grupos que venían a la ciudad. Danza Invisible, Pistones, Mecano, Golpes Bajos, Nacha Pop… Luego, cuando llegaron los noventa, me desentendí de la música y de otras aficiones juveniles. Sólo me llegaban las canciones de las emisoras, que eran casi siempre bazofia latina para oídos poco cultivados.

La política pierde interés. A lo lejos, muy a lo lejos oigo y leo que el maniquí nos amenaza, en otro de sus chantajes, como el orador de aquel chiste publicado en la revista Hermano Lobo en el tardofranquismo. El político se dirigía, en tono dramático, al público de un mitin: ¡O nosotros o el caos! El auditorio le respondía con un grito unánime: "¡El caos, el caos!".

Cualquier persona sensata elegiría siempre el caos si la alternativa es el Gobierno de los 30.000 muertos.

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