Escribo este artículo mientras comienzan a votar en Francia. Hace cinco años Beers & Politics organizó un encuentro en València para debatir sobre la segunda vuelta de las anteriores presidenciales. Le Pen había superado el primer corte, pero parecía imposible que se alzara con la victoria. Sólo cinco años después no acudiría a ese debate con la misma tranquilidad que lo hice.
Algo ha pasado, más bien han ocurrido muchas cosas, para que la extrema derecha esté peligrosamente cerca de gobernar en el corazón de Europa. Para que Francia, laboratorio político del progreso histórico, siga la estela de países como Hungría. Y pase lo que pase, sigo pensando que la contienda se decantará a favor del actual presidente, sólo el hecho de que sea posible otro escenario es escalofriante.
Creo que habrá muchos análisis sobre el éxito y el fracaso de las diferentes campañas electorales, pero el problema no es como ha explotado cada candidata o candidato las oportunidades, sino por qué existe una oportunidad para Le Pen. Piketty lleva avisando años en sus estudios sobre la desigualdad de que hay una creciente parte de su país dispuesto a buscar una solución nativista a sus problemas. Personas que entienden que sus intereses han quedado relegados por otros ‘globales’ y que, en cierta manera, han pasado a ser nostálgicos. La vuelta atrás es un escenario imposible, pero para muchos parece deseable. Macron, por su parte, es un defensor de la cultura meritocrática que en no pocas ocasiones ha culpabilizado a las personas de sus problemas, negando el componente colectivo. Mientras la realidad es que los determinantes sociales siguen pesando más a la mayoría que el esfuerzo personal, la culpa puede transformarse en frustración y en rechazo. En este contexto puede ser realmente atractivo alguien que señale otro culpable, aunque sea a costa de volver a levantar barreras entre el ‘nosotros’ y el ‘ellos’.
Además, aunque una pandemia, una guerra y ahora la inflación sean fenómenos que sólo pueden atenderse en conjunto con otros países, los tres fenómenos comparten un mismo esquema; se trata de situaciones exteriores, sobre las que no se tiene control personal, ni culpa, pero que generan una enorme fragilidad e inseguridad personal. Y, mientras la pandemia o la guerra pueden generar un elemento, aunque pasajero, de cohesión interna, la inflación ha sido históricamente un disolvente de valores cívicos.
Deberíamos aprender de lo ocurrido en Francia, al menos en dos direcciones. Macron ha hecho campaña en medio de la incertidumbre provocada por el aumento del coste de la vida con propuestas como retrasar la edad de jubilación. Medidas que golpean de nuevo a quienes se sienten, y lo están, injustamente golpeados. Ha sido relativamente sencillo catalogarlo como presidente de los ricos. Le Pen, por su parte, ha aprovechado el espacio que la única fuerza democrática con opciones de ganar la elección le ha otorgado para hablar de la cesta de la compra. Ha tenido mucho espacio para presentarse como candidata de los trabajadores, aunque sólo sea de los trabajadores de origen francés. La primera lección sería la no conveniencia de plantearle a las personas un dilema entre democracia y bienestar, aunque sea irrealizable ese atajo al bienestar. O democracia significa bienestar o una parte importante de la población dejará de ser, antes que nada, demócrata. Y, en segundo lugar, no hay que dejar pasar desapercibido el riesgo de que otras fuerzas políticas blanqueen o minimicen el coste de abrir las instituciones a la extrema derecha.
En Francia Jean-Luc Mélenchon, pese a ser un predicador de la izquierda y, salvando las distancias, lo más parecido a Podemos y otras fuerzas como Más País en su versión española, se ha negado durante toda la campaña -como ya hizo en 2017- a decir qué defenderá en la segunda vuelta. No se ha comprometido a pedir el voto para cualquier candidato que se enfrente a Le Pen. Y con ello ha vuelto a romper el cordón sanitario. Consciente o no, ha legitimado para muchos de sus votantes esa opción política, como también lo ha hecho Pécresse, la candidata del Partido Popular francés, con otra actitud tibia. El resultado más sorprendente es que una parte importante del electorado de La Francia Insumisa prefiere votar en segunda vuelta a la heredera del Frente Nacional, antes que al actual presidente. Y, sin restarle, un solo milímetro de validez a las críticas que haya podido hacer Mélenchon sobre la impasividad de Macron para atender la crisis de desigualdad, lo ha hecho a costa de aumentar el riesgo de desastre. Cada vez que una fuerza democrática hace algo que no sea rechazar rotundamente a la extrema derecha, la dulcifica. Ni qué decir cabe lo que supone abrirles las puertas de instituciones y gobiernos.
Aunque Francia no es España, sus lecciones son universales. De Francia nos llega una carta dirigida a quienes gobiernan sobre la necesidad de distribuir con justicia los costes de la inflación y atender la desigualdad antes de que sea tarde. Algo que no puede hacerse con bajadas lineales de impuestos cuya propuesta solo contribuye a generar, más si cabe, la culpabilización del Estado o lo público en un momento de cuestionamiento por el extremismo. Y a todas las fuerzas políticas les llega otra en la que se puede leer el riesgo de banalizar lo que significa la extrema derecha, más si cabe en una situación de fragilidad como la actual. Tampoco la formación del Partido Popular en Francia se ha visto beneficiada de esta inestabilidad pese a no gobernar, porque si deslizamos la política al terreno de la confrontación nativista sólo puede triunfar el que esté dispuesto a cruzar todas las líneas. En esa misiva puede leerse que es mejor un pacto que aporte certezas frente a una situación de inflación, antes de que una figura autoritaria se aproveche de la incapacidad para generarlas. Parece que de momento Feijoo no lo ha leído.
Francia no es España, pero la inflación es inflación. Y como canta Vetusta Morla en su último disco ‘siempre que hay un nudo en la garganta, alguien deja ver su cuchillo en los dientes. Saca las serpientes de sus jaulas’. Atender el nudo en las gargantas y mantener en la jaula a las serpientes. Eso le pediría yo a la política hoy.