el callejero

Marién Baker: de gogó a DJ

1/09/2024 - 

VALÈNCIA. Qué lejos quedan los tiempos en los que el Café Infanta, en la plaza del Tossal, era un garito de moda en el que trabajaba Sofía, una de las camareras más cotizadas de València. Todo el mundo quería pedir en el rincón de la barra donde estaba ella y luego disimulaban para quedarse por allí. El Café Infanta ahora abre a mediodía, da de comer y tiene a un buen número de turistas haciendo de turistas. El local, por dentro, conserva su encanto. Siempre fue un semisótano singular donde uno se sentía, y en realidad se siente, a gusto. Allí entra uno de estos mediodías Marién Baker con un vestido que lleva un estampado de emojis. Al llegar se quita unas gafas de sol estilo Lolita y se sienta a la mesa. Le pide al camarero un ‘ice latte’ y luego lo deja casi sin tocar durante toda la entrevista.

Marién nunca había estado en el Café Infanta. Ella, que tiene 45 años, pilló los últimos coletazos de la Ruta del Bakalao y fue más de discotecas y noches muy largas que de bares de copas del Carmen. Es del barrio de Tres Forques, donde su abuelo, Emilio Sapiña, de Sueca, fundó con un grupo de amigos la falla de Virgen de la Cabeza. “Ahora ya no voy tanto pero me sigo vistiendo en la Ofrenda. Ahí no fallo y cada año salgo vestida de valenciana con mis tatuajes”.

Las vacaciones las pasaba en el Mareny de Barraquetes en lo que ella llama el triángulo de las Bermudas de València: Barraca, Chocolate y Puzzle. “Cogía la bici y, con ocho años, le decía a mi abuela: ‘Voy hasta el Chocolate y vuelvo’. Pero yo no tenía ni idea de qué era Chocolate. Ya en la adolescencia empiezas a pasar todos los domingos por la carretera del Saler y siempre que cruzábamos por la puerta de Barraca y veía que estaba abierto, me preguntaba qué hacía esa gente. Tenía amigos de Sueca y ya me fueron metiendo en el mundo de las discotecas”.

Su padre, Rogelio Barranco, era muy aficionado a la música. Uno de esos hombres de su generación que lo mismo escuchaba a José Luis Perales, el Dúo Dinámico o Julio Iglesias que la banda sonora de ‘Blade Runner’ o ‘Fiebre del sábado noche’. En la falla era el que preparaba la música para amenizar todos los actos y en Nochevieja se bajaba los vinilos que tenía y era el encargado de poner la música. La niña, la pequeña de las dos hermanas, Marién, que llegó a ser fallera mayor infantil, veía eso y le gustaba. Aunque lo que de verdad le gustaba era ponerse a bailar. Era una chiquilla con alma de vedette. Y lo mismo actuaba en la falla que en el instituto, en el Cid Campeador.

Su primer sueldo: 500 pesetas

Por aquella época jugaba a hacer mezclas. Marién cogía una pletina -el dispositivo para reproducir las cintas de casete- para grabar y otra para poner las canciones que quería ir grabando. “Cogía un trocito de una y otro de otra, y lo iba grabando en la otra como podía. Pero en realidad yo empecé bailando”. Marién fue mejor bailarina que estudiante y, después de repetir el COU -lo que ahora es segundo de bachillerato-, decidió ponerse a trabajar como dependienta en tiendas de ropa.

Entonces, en 1999, empezó a bailar en Puzzle. Hasta entonces solía salir por discotecas de València como Distrito 10 o Jardines. Aunque, todavía con 15 años, empezó a ir con los amigos del Mareny a una discoteca de Sueca los domingos por la tarde. Cuando iba a la playa, fundamentalmente en Pascua y en verano, le proponían ir a bailar como gogó a una de las dos discotecas que había en Sueca: Go Division (la otra era El Molí). “El primer año no me pagaron y el segundo me dieron 500 pesetas. Fue mi primer sueldo. Nunca olvidaré que me dieron un sobre negro con una moneda de 500 pesetas dentro”.

Luego vino Puzzle. Siete años contoneándose durante la noche y el amanecer. Dejándose llevar por la música electrónica. Mientras, en casa, empezó a practicar como DJ, más por gusto que porque pensara que se podía dedicar a eso. Se compró unos cedes, unos Pioneer 800 y se puso a mezclar. Marién había dejado Puzzle en 2006 y había empezado a trabajar en Spook. Un día organizaron una fiesta en la que querían que toda la plantilla estuviera formada por mujeres y, como les faltaba una DJ, se lo propusieron a ella. Marién tenía 27 años, eligió llamarse Lady J y durante tres meses se preparó para el debut.

Míchel, un buen amigo que murió hace dos años por un cáncer, un chico que tenía como eslogan el mensaje ‘Michel te quiere’, le dio su primera oportunidad. Decidieron abrir The Face, que en ese momento estaba cerrado, para organizar una fiesta y le propuso a Marién que pinchara. Ella se preparó la sesión durante un tiempo y el día que llegó a la sala descubrió que no tenían los Pioneer con los que ella había practicado. Entró en pánico al ver aquel modelo de la marca Denon que no había usado en su vida, pero como se había comprado 30 o 40 discos de vinilo, pudo ir poniéndolos para salir del paso. “Fue la primera vez que pinché con vinilos y la última. Aunque me alegro, que hay muchos puretas que dicen que si no sabes mezclar con vinilos, no sabes pinchar. Pero decidí no pinchar nunca más con vinilos porque es todo a oído y cuesta más, sobre todo al principio”.

Durante un tiempo siguió bailando y pinchando. Hasta que la revista ‘Playboy’ le propuso ser su DJ oficial y pinchar por toda España. “Aquello fue sonado porque, encima, coincidió cuando mi hermana entró en la Corte de Honor de la Fallera Mayor de València. No nos parecemos en nada. Yo empecé a salir desde muy pequeña y ella siempre ha sido una abuela”. Le gustaba la noche, pero no el alcohol. Cada vez que probaba un trago, hacía una mueca de asco. Así que dejó de beber de muy joven. Aquella chica ya tenía sus referentes. Tantos años bailando en discotecas le sirvieron para afinar el oído. A Marién le gustaban Chus & Ceballos, David Penn, Roger Sánchez, Wally López, Bob Sinclar

La juzgaron por ser bailarina

No fue fácil hacerse un hueco. “Al principio me sentía muy juzgada porque todo el mundo me conocía de verme bailar. Yo era la encargada de un equipo de animación de 16 personas. Empecé a pinchar y hubo mucha gente que me juzgó. Me costó que me tomaran en serio. Había muy pocas DJs, y aún todavía seguimos siendo minoría y seguimos teniendo menos trabajo que ellos. Si ves el cartel del festival y miras el ‘line up’, igual solo hay un 20% o un 30% de mujeres. Y en las programaciones de los clubs casi todo son chicos”.

Al principio ir a pinchar era un sufrimiento. Pero salió lo de ‘Playboy’ y se tuvo que espabilar. Más tarde, en 2009 y 2010, empezó a pinchar con una amiga y lograron entrar en Ibiza. Space, ni más ni menos, les abrió las puertas. Un paso decisivo en su carrera porque pinchar en Ibiza encumbra tu currículo. “Pinchar allí siempre va a ser lo máximo, aunque es donde más se aprovechan y donde menos pagan porque todo el mundo quiere trabajar allí. Pero tú pinchas en Ibiza y ya te puedes vender en cualquier parte del mundo. Yo voy a Turquía, Arabia y un montón de países, y en muchos me presentan como DJ de Ibiza. Su sueño es ir a Ibiza. Yo les digo que está sobrevalorado. Chipre y Croacia, por ejemplo, tienen playas estupendas, clubs estupendos, y son más baratos. Ibiza está demasiado idealizada, pero te posiciona. Por eso hay gente que pincha gratis y hasta se pagan los gastos”.

Ahí ya hacía tiempo que se había borrado aquello de Lady J. Ella quería ser conocida por su nombre, Marién, y pensó que en el extranjero lo de Barranco solo lo iba a complicar aún más, así que entró en una web de apellidos norteamericanos, buscó uno que empezará por be, como el suyo, y Baker le entró por los ojos. “Y así es como empecé a llamarme Marién Baker”. Esta artista comenzó a invertir algo de dinero en darse a conocer en Facebook, que era la única red social del momento, y en revistas especializadas. Hasta que conoció a una chica que se convirtió en su representante.

Aquello fue cuando Los 40 Principales y el sello EMI Music hacían un concurso que se llamaba ‘She Can DJ’. “Me presenté y después de varias fases que fui superando, gané el concurso. Te hacían entrevistas para ver que sabias hablar y moverte. Yo entonces ya había sacado mi música y había salido fuera de España a pinchar. Les encajé y acabé ganando. El premio era firmar un contrato con EMI Music y pasé de invertirlo yo todo a tener un sello que me apoyaba. Hice una gira de 16 conciertos por toda España con Los 40 Principales. Hice muchos eventos. Sacamos dos singles que entraron en Los 40, Máxima FM, Europa FM… Ellos pusieron en marcha su maquinaria para promocionarme como a otros artistas. David Guetta había puesto de moda a los DJs. Los dos primeros singles me los cantó un cantante canadiense que era el líder de una banda de rock y que no entendía que aquí la protagonista fuera yo, como ocurre siempre en la música electrónica. No le vino muy bien. El tío volvió a Canadá, aprendió a pinchar, se hizo DJ y no volvió a cantar nunca más. Y tiene una voz espectacular”.

Marién Baker subió varios peldaños y llegó, incluso, a estar como nominada a mejor artista revelación en los Premios 40 Principales. El trofeo se lo llevó Pablo López, claro, pero esta joven DJ empezó a moverse en ciertos círculos que hasta ahora no habían estado a su alcance. “Luego Warner compró EMI, me cambiaron el contrato, no me gustó y lo dejé. Viví cosas muy chulas, aunque durante esa época, que estaba en todas las radios y mis videoclips salían en todas partes, ni tuve más trabajo ni cobré más. Así que decidí seguir yo sola, como freelance”.

Unos padres orgullosos

Marién le da un primer sorbo a su ‘ice latte’. Es una mujer de 45 años que lleva casi 20 como DJ profesional. Ahora mismo ya tiene la agenda cerrada para septiembre y octubre, y este año ha pinchado en Arabia Saudí, Líbano, Turquía… A Turquía viaja a menudo porque en la pandemia se fue a vivir allí tres meses e hizo buenos contactos. Es una profesional con libertad. “No tengo hijos, tengo gatos. Siete gatos. Soy muy animalista. Cuatro son míos y tres de mi compi de piso. Yo voy a Estambul y voy saludando a los gatos…”.

Del vestido de emojis salen también unos brazos llenos de tatuajes. Hay uno al que le tiene especial cariño: es un conocido dibujo de Bansky -una niña que suelta un globo con forma de corazón- que se tatuó porque siente que es la niña que manda amor al cielo, donde está su padre. Un hombre que siempre pensó que no se podría ganar la vida en las discotecas y que le aconsejaba que no dejara sus otros trabajos. Pero el día de la final de She Can DJ, sus padres viajaron a Madrid con algunas de sus amigas, la vieron triunfar y regresaron a València felices y orgullosos de su hija. Ese día entendieron que se podía ganar la vida como DJ. “Es un trabajo muy inestable, con muchos altibajos, pero cuando alcanzas cierto estatus puedes vivir perfectamente un montón de años. Llevo 15 o 16 años viviendo de la música, aunque creo que las mujeres tenemos menos posibilidades de durar en el oficio. Nosotras vivimos también de nuestra imagen. Un DJ ya no es alguien que va a poner música y ya está. Un DJ ahora es un artista como otro. Tienes que cuidar tu imagen, cuidar las redes sociales, hacer entrevistas… Me pagan mucho mejor fuera que en València y por eso yo siempre quiero pinchar fuera de España”.

Aún le queda alguna meta por cruzar. Sueña con el día que pueda pinchar en el Tomorrow Land. En el Burning Man solo pudo hacerlo de manera virtual, a través del multiverso, con un avatar, en 2021, en plena pandemia. Pero, más allá de los grandes escenarios, ella se queda con los pequeños momentos. Como esa sesión que acaba con unas chicas que se acercan y le muestran un cartel que han hecho en la pantalla del móvil en el que pone: ‘Mujer tenías que ser. Olé tú’. “A mí eso me llega el corazón”. Todos los jueves intenta conectar con los jóvenes en Miclub, en València. Y cuando no sabe qué pinchar, se acuerda de aquella adolescente subida a una tarima de una discoteca de Sueca y se pregunta: “¿Y a mí, ahora, qué canción me gustaría que me pusieran para bailar?”. Y entonces la pone y la gente baila y ella levanta las manos y todo el mundo está conectado y es feliz.