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La nave de los locos / OPINIÓN

Marx no sería de la UGT

Foto: KIKE TABERNER

Cada vez se ven menos banderas rojas en el Primero de Mayo. UGT y CCOO, que han tenido un duopolio ‘de facto’ en la representación sindical, se han quedado sin crédito entre muchos trabajadores. Incapaces de ofrecer soluciones a la pérdida de derechos laborales, se agarran hoy a cualquier tabla para salvarse, sea el feminismo, los pensionistas o la defensa del independentismo   

7/05/2018 - 

Este mes se cumplen doscientos años del nacimiento de Karl Marx. Me enteré cuando caminaba sin rumbo por la avenida del Oeste de València. En una de las farolas alguien había pegado un cartel rudimentario que recordaba la efeméride y pedía participar en la manifestación del Primero de Mayo.

No asistí a la marcha —como es lógico— porque sé de qué va: un teatrillo en el que los actores principales, unos dirigentes sindicales a los que les cuesta disimular el cinismo, defienden lo contrario de lo que practican en sus casas. Todavía hay gente de buena fe que, animada por los dos grandes sindicatos, acude con sus banderas rojas y republicanas a la plaza de san Agustín, pero cada vez son menos. Vaya, en todo caso, mi respeto hacia esos hombres y mujeres.  

Como periodista cubrí no menos de seis días del Trabajo en València y Alicante, y el que recuerdo con más cariño fue aquel que se celebró en un año de la primera década de este siglo, cuando cayó una fuerte tromba de agua en València que obligó a los manifestantes a cubrir el recorrido en un tiempo récord, en menos de veinte minutos. No hubo, creo recordar, parlamentos en la plaza de América, donde suelen acabar las manifestaciones. Por aquel entonces reinaban Rafael Recuenco y Joan Sifre en sus sindicatos y criticaban, siempre con moderación, al PP.

En lo personal tengo motivos sobrados para desconfiar de las grandes centrales. Años antes, en un intento por abandonar el periodismo y dedicarme a la abogacía, trabajé como becario en un despacho laboralista de Comisiones Obreras, en una ciudad de Castilla-La Mancha. Recuerdo con admiración a algunos sindicalistas que se desvivían por asesorar a trabajadores que llegaban desolados tras haber sido despedidos. Pero esos afiliados de base tenían poco que decir en una organización controlada por tahúres que jugaban al cálculo político con el Gobierno autonómico para conservar las subvenciones y así garantizar la supervivencia del sindicato.

Una vez concluido mi periodo de becario, me propusieron seguir trabajando sin cobrar un salario, con el pretexto de que estaba aprendiendo. He pasado por distintas empresas, algunas de ellas dirigidas por personajes siniestros, pero en ninguna —repito en ninguna— me ofrecieron trabajar gratis. En CCOO sí me hicieron tal ofrecimiento; de ahí que no me crea nada de ellos ni de UGT, que es aún peor porque sus cuadros han sido, con notables excepciones, gente aficionada sin preparación profesional.

El duopolio de UGT y CCOO, en una fase crítica 

El cuasi duopolio disfrutado por UGT y CCOO gracias a la Ley de Libertad Sindical de 1985, regalada por el Gobierno socialista de Felipe González, ha entrado en una fase crítica. Cada día cuentan con menos afiliados y se les ha agotado el crédito entre la mayoría de los trabajadores. Los gobiernos se cuestionan la utilidad de seguir subvencionándolos debido a su influencia menguante. No son de fiar ni entre los suyos, pues han aplicado la reforma laboral de Rajoy a sus empleados, a muchos de los cuales despidieron o les rebajaron el sueldo. Luego tuvieron que vender patrimonio para pagar sus deudas. Han entrado en barrena.

Foto: EFE

Incapaces de aportar soluciones efectivas a lo importante, es decir, a la pérdida brutal de derechos laborales en esta crisis que se antoja eterna,  han reorientado su estrategia hacia otros asuntos de mayor lustre mediático como el feminismo, el respaldo oportunista a los pensionistas y el apoyo escandaloso a los nacionalismos. En esto último, algunos trabajadores nunca olvidaremos su silencio cómplice cuando Carles Puigdemont y su partida de carlistas fracasaron en el golpe de Estado. En eso se parecieron a los obispos. También tomamos nota de la participación de UGT y Comisiones en la reciente manifestación a favor de los supuestos presos políticos independentistas. Han primado lo nacional sobre lo social, todo lo contrario de lo debería representar la izquierda.

En lugar de defender a los obreros del cinturón metropolitano de Barcelona, malgastan sus energías en ser los tontos útiles de partidos reaccionarios como la antigua Convergència. Pero esta sintonía con el independentismo es lógica si se tiene en cuenta que el actual secretario general de UGT, Josep Maria Àlvarez —que hoy presume de orígenes asturianos— fue uno de los firmantes del Pacte Nacional pel Dret a Decidir cuando dirigía la organización en Cataluña.

Sólo piensan en salvarse a sí mismos

Con gente así no hay nada que hacer. Han traicionado la causa que siempre dijeron defender. Sólo piensan en salvarse a sí mismos. Esa causa es hoy más necesaria que nunca frente a un capitalismo homicida que, ante la falta de un adversario ideológico poderoso, ha acabado con casi todas las conquistas sociales que cedió, por miedo a Stalin, después de la II Guerra Mundial. Por eso los sindicatos siguen siendo necesarios pero no organizaciones burocráticas, y en buena parte corrompidas, como UGT y CCOO.

¿Qué hacer?, se preguntaba Lenin. Pertinente pregunta. Por lo pronto convendría buscar una alternativa sindical, en el caso de que la hubiese, y  volver a leer a Marx sin prejuicios y con espíritu crítico, por si alguno de sus análisis puede serle todavía de utilidad a un paria como yo para entender este tiempo de barbarie.

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