El alumnado de las escuelas oficiales de idiomas suele estar muy motivado inicialmente. Esta predisposición hacia el aprendizaje se está viendo afectada de forma negativa tanto por una ratio elevada como (sorprendentemente) por una ratio baja.
En primer lugar, se debe destacar que existe más demanda que oferta de los cursos de español para extranjeros. Los estudiantes que consiguen matricularse asisten a clases que están singularmente a rebosar con alumnado muy diverso. Esta elevada ratio, así como su heterogeneidad, dificultan particularmente la enseñanza de este idioma. Por tanto, no sólo se precisa el incremento de la oferta de estos grupos sino que este aumento debe ir acompañado de una disminución de su ratio. Por ello, resulta incomprensible la reducción del profesorado de español realizada para el presente curso académico.
En otros idiomas, como el árabe, el número de alumnos por clase es mucho más bajo, lo que paradójicamente no favorece su enseñanza. Esta ratio se ha utilizado como pretexto para eliminar muchos grupos, lo que finalmente ha limitado drásticamente la oferta horaria. Esta pretendida ‘optimización de recursos’ ha supuesto el abandono de alumnos por no poder asistir a clase dentro de la reducida franja resultante. No se han racionalizado los recursos; simplemente, se ha promovido la pérdida de alumnado que sí que quería continuar aprendiendo este idioma. Esta merma ha afectado de forma semejante a otros idiomas. A este deterioro se añade la desidia que supone, a estas alturas del curso, no haber cubierto plazas de profesorado de estas lenguas desde los primeros días de clase.
Otro aspecto negativo que ocasiona la pérdida de alumnado está relacionado con su temprana desmotivación, por lo que también termina abandonando. En este caso, la renuncia a seguir las clases se produce porque una parte relevante se siente estafada por la baja calidad de las clases recibidas. Si bien en general el profesorado de estos centros manifiesta una alta profesionalidad, existen profesores especialmente problemáticos que son causantes de que la escuela vea seriamente afectada la asistencia del alumnado casi desde la primera clase. Este reducido, aunque significativo número de docentes, causa curso tras curso mucho daño a la institución académica a la que pertenecen. Parecen una quinta columna encargada de socavar (impunemente) la enseñanza pública de idiomas. Al propiciar que sus grupos queden finalmente con muy pocos alumnos (o incluso con ninguno), producen más excusas a las actuales autoridades educativas para efectuar nuevos recortes de profesorado. Dos casos destacan llamativamente.
El comportamiento de una profesora evoca la reveladora imagen del maestro que en su escuela mandaba a sus alumnos la entretenida tarea de ‘hacer un dibujo’ cada vez que rellenaba la quiniela o repasaba la crónica de los partidos. Esta profesora ya desconcertó el primer día de clase rogando a los doce alumnos iniciales que evitaran que la asistencia se redujera a una o dos personas en las siguientes semanas. Aparte de que nunca llega puntual, mostrándose ya cansada, inmediatamente invita a los presentes a hablar en grupo (‘a hacer un dibujo’) durante la mayor parte del tiempo de clase, mientras ella consulta su móvil y el ordenador o recorta unos papelitos para su siguiente clase, sin prácticamente intervenir ni proporcionar orientación o ayuda. El otro caso destacado hace referencia a la intolerable actitud que proyecta un profesor, lo que provoca que sus alumnos renuncien despavoridos a seguir sus clases. En concreto, uno de sus grupos se inició con sólo cuatro estudiantes (¿se ha difundido la alarma para no matricularse en sus clases?). Este número ha ido menguando hasta cero. Desde el principio del curso, este conocido profesor ha empleado sistemáticamente la mitad del tiempo de clase sermoneando a sus alumnos para que dejen su grupo, cada vez con mayor énfasis, con evidente éxito final. A su abierta desconsideración hacia el interés que le expresa su alumnado, añade también el recurso de ‘hacer un dibujo’, lo que materializa mediante la producción de parones que genera arbitrariamente de forma indisimulada. Posteriormente, intenta compensar estas pausas con largas peroratas que rozan el absurdo. En el escaso tiempo restante, suele recalcar repetidamente, con medido desdén, la falta nivel que –a su juicio– manifiestan sus alumnos, conminándoles de nuevo a renunciar ‘voluntariamente’ a sus clases. Pura excelencia docente, premiada como catedrático (sic).
¿Tienen alguna intención los actuales responsables de la enseñanza oficial de idiomas de rectificar para recuperar una oferta educativa de idiomas que no dificulte o impida su aprendizaje al alumnado necesitado e interesado? Particularmente, ¿tiene esta administración educativa alguna voluntad de aumentar (en lugar de disminuir) el número de cursos, así como los horarios ofrecidos? Finalmente, ¿piensa realizar algún tipo de acción para evitar que el profesorado que no quiere enseñar siga ocupando un puesto docente, evitando con ello el tremendo perjuicio que causan?