También se hace un repaso por distintos personajes míticos de la urbe francesa: Balzac, Zola, Boris Vian, Proust (y su magdalena), Brassäi o Robert Capa… Nombres propios que dejaron su impronta en una villa que estaba construyendo su propia leyenda con cada jornada, “había una ebullición de creatividad”, señala Huerta. “Durante muchos años, París fue mujer, una mujer inteligente, creativa, fascinante”, se asegura en un capítulo del libro. De hecho, el volumen alberga una amplia presencia femenina, con nombres que van desde Anaïs Nin a Gertrude Stein, pasando por Sylvia Beach, Colette, Tamara de Lempicka o la inclasificable Kiki de Montparnasse. Una suerte de homenaje a esas figuras femeninas que tanto contribuyeron a la configuración del imaginario colectivo de la metrópoli tal y como lo conocemos. Cuando en la mayor parte del mapamundi ser mujer implicaba escoger entre una limitadísima gama de opciones, la capital gala se erigía como un paréntesis de libertad en el que ellas también podían aspirar a brillar y vibrar. “Las mujeres que aparecen en nuestro libro son mucho más potentes que los hombres porque como no podían acceder a las vías oficiales, pero quería estar en la escena, tenían que desarrollar otros recursos. Por ejemplo, apostar por una estética tan rompedora como cortarse el pelo y empezar a llevar zapato bajo”, señala Herreros.
En su novela No me dejes, Huerta hablaba de París “como un refugio”. Algo de ese espíritu hay aquí también: la ciudad abre sus puertas invisibles a modo de destino al que escapar cuando la vida nos coloca en un lugar incierto. A veces, como recoge el libro de Lunwerg, ese refugio adopta la forma de las terrazas comerciales que pueblan la capital: “La vida pasa en esas mesitas pequeñas (…) allí cerraban tratos, tomaban café, hablaban de arte y transmitían mensajes”, narra el periodista. A veces la existencia rima en francés y cabe dentro de una taza caliente bebida con calma mientras se observa a los transeúntes.
Huir del preciosismo
Nos hallamos ante una de las ciudades más retratadas del mundo, acercarse a ella supone por tanto todo un reto a nivel creativo. Para salir triunfante, Maria Herreros ha apostado por ser fiel a sí misma. No esperen encontrar aquí imágenes idealizadas o cursis sobre los escenarios por los que transitaron Foujita, Josephine Baker o Man Ray. La ilustradora plasma en este libro una nueva muestra de su singularísima estética: un estilo que huye del preciosismo y encuentra la belleza en las pequeñas imperfecciones, en los quiebros de la comodidad visual. Logra así escapar de ese París cliché que se vende en las postales y los calendarios. “A mí me gusta hacer retratos interesantes, no idealizados, me incomoda que tengamos que caber todos en ese molde de guapos y guapas”, apunta. En ese sentido, Huerta señala que en las ilustraciones de su compañera “se ve la actitud del personaje, su postura ante la vida, sus emociones”. El París de Herreros es intenso, profundo y rebosa matices. No nos encontramos ante una urbe fácil, obvia y ñoña: la auténtica hermosura de sus calles reside precisamente en las complejidades expresivas que alberga.
Es cierto que al viajero que aterrice ahora en la ciudad, le costará quizás percibir en un primer vistazo rápido ese París bohemio en el que todo parecía posible. Los barrios que acogieron a escritores en busca de inspiración, pintores malditos y fotógrafos a la caza de la instantánea que les hiciera trascender han sido ahora sustituidos por masas de turistas que buscan completar su maratón de monumentos avistados y clichés acometidos con éxito o se han convertido en barrios de lujo solo aptos para los bolsillos más pudientes. El bulevar Saint Germaine es un claro ejemplo de ello. Y sin embargo, entre puestos de souvenirs y precios exorbitantes, la esencia parisina sigue viva, solamente hay que rebuscar un poco bajo sus adoquines y empaparse de la atmósfera evocadora que todavía flota en sus cafés. Es a ese París estimulante y sugerente al que regresan Huerta y Herreros en este libro, un intento por revindicar ese París que no es de usar y tirar, esa ciudad que se te cuela bajo la piel y va contigo adonde quiera que vayas.
Y como cualquier buena guía que se precie, Paris será toujours Paris dedica sus últimas páginas a compilar una serie de mapas ilustrados que invitan a deambular sin rumbo por las calles de la Cité, Montmartre u Odéon. “Cuando uno visita Paris tiene que dejarse llevar, recorrer los espacios que quiera. Caminar y pasear como hacían los personajes que retratamos en este libro”, apunta Huerta. El objetivo es, página a página, convertirse en ese flâneur que ansía transitar por la ciudad por simple placer de colmar las pupilas y el espíritu. París es ayer, es hoy, es siempre.